REALIDAD IMAGINARIA
Publicado: Lun, 26 May 2008 22:04
REALIDAD IMAGINARIA
Llueve y hace frío fuera. Es una hermosa tarde de finales de Octubre y desde la buhardilla desvencijada, recuerdo con dulce nostalgia las hermosas tardes de lluvia y frío en Enniskillen, y me pregunto cómo se recuerdan los recuerdos.
Ya oigo el murmullo de voces en la calle y reconozco a mis invitados. Hoy tengo invitados. Son los invitados de Enniskillen. Bajo rápida y ansiosamente las escaleras que conducen al vestíbulo de la entrada principal; pero las voces no provienen del exterior. La puerta blanca con aldaba de bronce reluciente siempre está abierta, porque los invitados deben tener siempre las puertas abiertas con licencia para entrar. Al fin y al cabo, por eso, son llamados invitados.
El tintineo de los brindis se mezcla con retazos de animadas conversaciones, que me arrastran a la sala pintada de azul intenso en la que hace tiempo no entro, y no se me ocurre el porqué. Me encuentro en el umbral de la estancia decorada con jarrones chinos y elegantes divanes estratégicamente colocados; entre los que, con familiaridad, se mueven mis queridos invitados a los que sin ser extraños para mí, no consigo identificar. Solo Oscar, este dandy provocador y afectado me da la bienvenida como el perfecto anfitrión da a su más distinguido invitado. Ahora la invitada soy yo. La puerta de la sala azul estaba abierta porque Oscar siempre la deja abierta para que los recuerdos de Enniskillen entren y permanezcan como recuerdos, el tiempo que ellos quieran. Están ahí, forman parte de nosotros, pero no trataremos de volverlos a vivir tal como fueron. De lo contrario se deforman y se deterioran hasta morir, como el bello Dorian Gray.
Llueve y hace frío fuera. Es una hermosa tarde de finales de Octubre y desde la buhardilla desvencijada, recuerdo con dulce nostalgia las hermosas tardes de lluvia y frío en Enniskillen, y me pregunto cómo se recuerdan los recuerdos.
Ya oigo el murmullo de voces en la calle y reconozco a mis invitados. Hoy tengo invitados. Son los invitados de Enniskillen. Bajo rápida y ansiosamente las escaleras que conducen al vestíbulo de la entrada principal; pero las voces no provienen del exterior. La puerta blanca con aldaba de bronce reluciente siempre está abierta, porque los invitados deben tener siempre las puertas abiertas con licencia para entrar. Al fin y al cabo, por eso, son llamados invitados.
El tintineo de los brindis se mezcla con retazos de animadas conversaciones, que me arrastran a la sala pintada de azul intenso en la que hace tiempo no entro, y no se me ocurre el porqué. Me encuentro en el umbral de la estancia decorada con jarrones chinos y elegantes divanes estratégicamente colocados; entre los que, con familiaridad, se mueven mis queridos invitados a los que sin ser extraños para mí, no consigo identificar. Solo Oscar, este dandy provocador y afectado me da la bienvenida como el perfecto anfitrión da a su más distinguido invitado. Ahora la invitada soy yo. La puerta de la sala azul estaba abierta porque Oscar siempre la deja abierta para que los recuerdos de Enniskillen entren y permanezcan como recuerdos, el tiempo que ellos quieran. Están ahí, forman parte de nosotros, pero no trataremos de volverlos a vivir tal como fueron. De lo contrario se deforman y se deterioran hasta morir, como el bello Dorian Gray.