-Antes "Último Asalto", ahora llamadlo X -
Publicado: Jue, 28 May 2015 17:30
Morse sobre nubes nómadas
mensajes y puertas
y soledad.
En la pequeña aldea de Moriarty, las damas cubrían sus vientres con pulidas grapas de plomo, envenenaban así su sangre atesorando el azul de la muerte en la palma de las manos.
En la penumbra
sábanas limpias y
matojos de vello púbico.
En la calle coches parados
y festín de basura.
Ya en la ciudad, el plomo de las tuberías rezumaba hiel. Moriarty recordaba el mugido de las vacas las tardes calurosas de Julio, y sentía sobre su piel la certeza de la desidia, el quejío infernal de sus meditaciones.
Invisibles cartones en las aceras,
techos del color
de las orillas del Ganges.
Moriarty resolvía ecuaciones con la punta del cipote, transcribía con trazos de semen los resultado sobre las sábanas tendidas de la vecina del tercero. Ella era matemática y admiraba el trazo preciso y la coherencia testicular del joven aldeano.
El suelo abrasador.
Tú y yo.
Vaho azulado
pupilas congeladas.
Cuando Moriarty hundió la daga de plomo en el pecho de la vecina concluyó su estudio con cierta tristeza. En breves segundos calculó la inclinación de entrada, los grados exactos y suspiraba por su transportador de ángulos y soñaba en azul con vestirse con las sábanas limpias.
Último asalto,
desde las cordilleras de la locura
al Universo,
con la cabeza de plomo adornada,
Moriarty se volvió paloma.
mensajes y puertas
y soledad.
En la pequeña aldea de Moriarty, las damas cubrían sus vientres con pulidas grapas de plomo, envenenaban así su sangre atesorando el azul de la muerte en la palma de las manos.
En la penumbra
sábanas limpias y
matojos de vello púbico.
En la calle coches parados
y festín de basura.
Ya en la ciudad, el plomo de las tuberías rezumaba hiel. Moriarty recordaba el mugido de las vacas las tardes calurosas de Julio, y sentía sobre su piel la certeza de la desidia, el quejío infernal de sus meditaciones.
Invisibles cartones en las aceras,
techos del color
de las orillas del Ganges.
Moriarty resolvía ecuaciones con la punta del cipote, transcribía con trazos de semen los resultado sobre las sábanas tendidas de la vecina del tercero. Ella era matemática y admiraba el trazo preciso y la coherencia testicular del joven aldeano.
El suelo abrasador.
Tú y yo.
Vaho azulado
pupilas congeladas.
Cuando Moriarty hundió la daga de plomo en el pecho de la vecina concluyó su estudio con cierta tristeza. En breves segundos calculó la inclinación de entrada, los grados exactos y suspiraba por su transportador de ángulos y soñaba en azul con vestirse con las sábanas limpias.
Último asalto,
desde las cordilleras de la locura
al Universo,
con la cabeza de plomo adornada,
Moriarty se volvió paloma.