Ellos
Publicado: Jue, 28 May 2015 0:52
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¿Quién dice que no existen...?
¿...Cómo que nunca has visto a ninguno?
Ellos:
Nunca van a la moda.
Visten sin demasiado estilo.
No usan pieles o marcas caras
ni brillan a primera vista.
Combinan bien con playas solitarias,
atardeceres anaranjados,
súbitos chaparrones primaverales
y otros amables entornos.
No son dados a apreturas innecesarias.
Esgrimen anchas hombreras,
doctas en apuntalar estragos
y alojar soledades,
y un calzado que agarra fuerte
pero no pisa.
De lágrima dulce
y matemática sencilla,
sus ojos lucen inequívocamente,
entrañables,
entre rasgos templados,
bellas e incorruptibles arrugas,
orgullosas cicatrices
u hondos cambios de rasante.
No se esconden
y tampoco hacen mucho ruido.
Iluminan si apagones,
eléctricos o existenciales,
los rincones, trampas,
prefabricadas cuevas
y las largas noches sin luna
(pues siempre llevan en la manga
alguna de repuesto)
Pueden oler a ascua o a musgo,
a pastel de manzana,
a pelo de perro,
a café con brandy bajo la nieve de enero;
pero sobre todo apestan a vida.
No tienen alas, pero parecen levitar,
y cuando se estrellan (a veces lo hacen)
su sangre y sus vísceras
evocan a gaitas y amapolas.
Mas nunca se pudren en el olvido,
pues su estela de luz queda tatuada
cual sonrisa permanente en el aire,
en la memoria imperecedera del mundo.
No llenan estadios ni son portada de informativos.
No blanden arpas ni adornan las iglesias,
pero todos les reconocen
menos los ciegos (y no precisamente
de vista).
Muchos se van demasiado pronto,
otros llegan a viejos,
pero todos ellos residirán por siempre
en las retinas de los que un día
se los encontraron por casualidad,
de aquellos que cruzaron
unos silencios con ellos.
Usan sus cuerpos y su voz
de copa, como aeropuerto o de abrigo.
Y sus manos, tan suaves como firmes,
patrullan la primera fila de las cornisas,
los pretiles de los puentes,
los túneles interminables
y otros miradores verticales
u horizontales al vacío.
Oyentes vocacionales y devotos.
Reparten coartadas, y por principios
se confiesan culpables,
...aunque solo en parte.
Navegan con la misma vela
por mares a una gota de explotar
y por otros mansos
(de esos que se dejan cambiar el agua
cada cuarenta días).
También les duelen las muelas,
odian el rechinar de las banderas
y la subjetiva rectitud de los alfiles.
Tienen sus pequeños vicios y maldicen
(como todos)
cuando se golpean con el pico de la mesa.
Juzgan poco y jamás dictan condena,
debido a su naturaleza sabia.
Frecuentan el infierno y los hospitales,
no tanto convenciones,
(mucho menos palcos o mítines).
La mayoría de las veces
van en cuerpos y mentes ajenas,
ajenas por supuesto,
a cuestiones metafísicas
sobre ángeles y cielos...
¿Y seguro que nunca conociste a ninguno?
_________________
¿Quién dice que no existen...?
¿...Cómo que nunca has visto a ninguno?
Ellos:
Nunca van a la moda.
Visten sin demasiado estilo.
No usan pieles o marcas caras
ni brillan a primera vista.
Combinan bien con playas solitarias,
atardeceres anaranjados,
súbitos chaparrones primaverales
y otros amables entornos.
No son dados a apreturas innecesarias.
Esgrimen anchas hombreras,
doctas en apuntalar estragos
y alojar soledades,
y un calzado que agarra fuerte
pero no pisa.
De lágrima dulce
y matemática sencilla,
sus ojos lucen inequívocamente,
entrañables,
entre rasgos templados,
bellas e incorruptibles arrugas,
orgullosas cicatrices
u hondos cambios de rasante.
No se esconden
y tampoco hacen mucho ruido.
Iluminan si apagones,
eléctricos o existenciales,
los rincones, trampas,
prefabricadas cuevas
y las largas noches sin luna
(pues siempre llevan en la manga
alguna de repuesto)
Pueden oler a ascua o a musgo,
a pastel de manzana,
a pelo de perro,
a café con brandy bajo la nieve de enero;
pero sobre todo apestan a vida.
No tienen alas, pero parecen levitar,
y cuando se estrellan (a veces lo hacen)
su sangre y sus vísceras
evocan a gaitas y amapolas.
Mas nunca se pudren en el olvido,
pues su estela de luz queda tatuada
cual sonrisa permanente en el aire,
en la memoria imperecedera del mundo.
No llenan estadios ni son portada de informativos.
No blanden arpas ni adornan las iglesias,
pero todos les reconocen
menos los ciegos (y no precisamente
de vista).
Muchos se van demasiado pronto,
otros llegan a viejos,
pero todos ellos residirán por siempre
en las retinas de los que un día
se los encontraron por casualidad,
de aquellos que cruzaron
unos silencios con ellos.
Usan sus cuerpos y su voz
de copa, como aeropuerto o de abrigo.
Y sus manos, tan suaves como firmes,
patrullan la primera fila de las cornisas,
los pretiles de los puentes,
los túneles interminables
y otros miradores verticales
u horizontales al vacío.
Oyentes vocacionales y devotos.
Reparten coartadas, y por principios
se confiesan culpables,
...aunque solo en parte.
Navegan con la misma vela
por mares a una gota de explotar
y por otros mansos
(de esos que se dejan cambiar el agua
cada cuarenta días).
También les duelen las muelas,
odian el rechinar de las banderas
y la subjetiva rectitud de los alfiles.
Tienen sus pequeños vicios y maldicen
(como todos)
cuando se golpean con el pico de la mesa.
Juzgan poco y jamás dictan condena,
debido a su naturaleza sabia.
Frecuentan el infierno y los hospitales,
no tanto convenciones,
(mucho menos palcos o mítines).
La mayoría de las veces
van en cuerpos y mentes ajenas,
ajenas por supuesto,
a cuestiones metafísicas
sobre ángeles y cielos...
¿Y seguro que nunca conociste a ninguno?
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