un cuento de amor (cuento en versos)
Publicado: Lun, 11 May 2015 8:57
Un cuento de amor
Hubo en Soria una doncella de tan graciosa figura, que envidiaban las estrellas y deslumbraba a la luna.
Aquella preciosa joven se llegó a enamorar de un mozalbete moreno, vecino de otra ciudad, era un mozo pendenciero y amigo de muchas damas, las que solo consiguieron llorarles sobre su almohada.
Aquella bella muchacha tuvo también otro amor, un tanto viejo y decrepito por nombre el de D. Ramón.
Ahora les cuento un cuento, y este es un cuento de amor.
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Fue en Soria donde ocurrió, en esta ciudad vivía la joven más bella, Aurora, como si fuera una flor; y entre flores yo diría, que ella era la mejor. Era tan linda y hermosa que en el mundo de las flores, sería cual una amapola, que aun de condición humilde, rivaliza con la rosa.
No poseía ilusión, vivía para trabajar en casa de D. Ramón, vencido ya por la edad y al que le encendía la sangre el verla de caminar, adoraba su silueta, le cegaba su figura, se encontraba enamorado, deseaba su hermosura, la quiso de tal manera, fue tanta su devoción, que cuando difunto fuera, le demostrara su amor nombrándola su heredera. Y llegado ese momento, la bella Aurora heredó, una muy crecida herencia que el difunto poseyó. Tomó llaves de dos casas, una al centro en la ciudad, y otra entre sombras de pinos solo para descansar. Se deslumbró con las joyas y el oro de D. Ramón, se vistió como azucena y alegró su corazón entre jaranas y fiestas, buscando un sorbo de amor. Y fue en una de estas fiestas en donde lo conoció, era hermoso como un potro, rebosante de vigor, dicharachero y amable, adorable como el Sol. Fue cruzarse con sus ojos, verse en ellos reflejada, y se entregó sin rubor al poder de su mirada; él le juró amor eterno y ella aceptó su palabra y gozaron el momento, hasta que en una mañana, notó como al despertar ya no estaba acompañada, pues aun estando él presente, entre sueños divagaba con el deslumbrante verde de los ojos de otra cara. Al cabo de poco tiempo ya no dormía en su cama y despertaba entre rasos en los brazos de otra dama.
Los celos la consumieron y fue tanto su dolor, que lo decidió un mal día, con nadie compartiría a quien fue su gran amor, puso precio a su cabeza en las manos de un matón y, antes de pasar tres días, este cumplió su labor.
Después de llorar por meses, descompuesta de dolor, fue mendigando clemencia y suplicando perdón. Consultó con una bruja y esta le dio una oración, para calmar su impaciencia y aliviar su corazón: “En el cruce de dos calles, orarás en sus esquinas, si oyes el ladrar de un perro y cacarear gallinas, podrás sentirte contenta, tu oración ha sido oída”.
Tal como le dijo esta, Aurora lo realizó, pidió por su enamorado y repitió la oración, rogó que volviese a ella, aquel que tanto la amó, escuchó ladrar al perro y oyó el rumor de gallinas,
después corrió hacia su casa un tanto sobrecogida. Con el caer de la tarde, cuando el día ya vencido, se rinde ante los pasos de color oscurecido con los que pisa la noche, ella cansada, rendida, entre lloros se acostó, temiéndole al nuevo día. Y en salitre lagrimal, Aurora quedó dormida, hasta que sonó aquel “gon” de las doce de la noche, en que algo la despertó; una forma en la cama que a su cuerpo se abrazó, le recordaba al amado y se encendióde pasión, se iluminó de una vela y descubrió con horror la carne ya putrefacta del difunto D. Ramón.
Hubo en Soria una doncella de tan graciosa figura, que envidiaban las estrellas y deslumbraba a la luna.
Aquella preciosa joven se llegó a enamorar de un mozalbete moreno, vecino de otra ciudad, era un mozo pendenciero y amigo de muchas damas, las que solo consiguieron llorarles sobre su almohada.
Aquella bella muchacha tuvo también otro amor, un tanto viejo y decrepito por nombre el de D. Ramón.
Ahora les cuento un cuento, y este es un cuento de amor.
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Fue en Soria donde ocurrió, en esta ciudad vivía la joven más bella, Aurora, como si fuera una flor; y entre flores yo diría, que ella era la mejor. Era tan linda y hermosa que en el mundo de las flores, sería cual una amapola, que aun de condición humilde, rivaliza con la rosa.
No poseía ilusión, vivía para trabajar en casa de D. Ramón, vencido ya por la edad y al que le encendía la sangre el verla de caminar, adoraba su silueta, le cegaba su figura, se encontraba enamorado, deseaba su hermosura, la quiso de tal manera, fue tanta su devoción, que cuando difunto fuera, le demostrara su amor nombrándola su heredera. Y llegado ese momento, la bella Aurora heredó, una muy crecida herencia que el difunto poseyó. Tomó llaves de dos casas, una al centro en la ciudad, y otra entre sombras de pinos solo para descansar. Se deslumbró con las joyas y el oro de D. Ramón, se vistió como azucena y alegró su corazón entre jaranas y fiestas, buscando un sorbo de amor. Y fue en una de estas fiestas en donde lo conoció, era hermoso como un potro, rebosante de vigor, dicharachero y amable, adorable como el Sol. Fue cruzarse con sus ojos, verse en ellos reflejada, y se entregó sin rubor al poder de su mirada; él le juró amor eterno y ella aceptó su palabra y gozaron el momento, hasta que en una mañana, notó como al despertar ya no estaba acompañada, pues aun estando él presente, entre sueños divagaba con el deslumbrante verde de los ojos de otra cara. Al cabo de poco tiempo ya no dormía en su cama y despertaba entre rasos en los brazos de otra dama.
Los celos la consumieron y fue tanto su dolor, que lo decidió un mal día, con nadie compartiría a quien fue su gran amor, puso precio a su cabeza en las manos de un matón y, antes de pasar tres días, este cumplió su labor.
Después de llorar por meses, descompuesta de dolor, fue mendigando clemencia y suplicando perdón. Consultó con una bruja y esta le dio una oración, para calmar su impaciencia y aliviar su corazón: “En el cruce de dos calles, orarás en sus esquinas, si oyes el ladrar de un perro y cacarear gallinas, podrás sentirte contenta, tu oración ha sido oída”.
Tal como le dijo esta, Aurora lo realizó, pidió por su enamorado y repitió la oración, rogó que volviese a ella, aquel que tanto la amó, escuchó ladrar al perro y oyó el rumor de gallinas,
después corrió hacia su casa un tanto sobrecogida. Con el caer de la tarde, cuando el día ya vencido, se rinde ante los pasos de color oscurecido con los que pisa la noche, ella cansada, rendida, entre lloros se acostó, temiéndole al nuevo día. Y en salitre lagrimal, Aurora quedó dormida, hasta que sonó aquel “gon” de las doce de la noche, en que algo la despertó; una forma en la cama que a su cuerpo se abrazó, le recordaba al amado y se encendióde pasión, se iluminó de una vela y descubrió con horror la carne ya putrefacta del difunto D. Ramón.