Estrellas
Publicado: Dom, 10 May 2015 12:23
I
Por fin, después de toda una noche caminando, puso sus pies sobre la cumbre. Sus pupilas oscilaron a la velocidad de la luz, cuando vio la inmensa piedra de uranio, que brillaba en lo más alto de aquel monte de plutonio nevado, siempre envuelto por nubes de nitrógeno. Conforme se acercaba a ella, se desprendía de su traje de neopreno y de su escafandra. Una vez desnudo, miro, asombrado, cómo su frágil cuerpo se tornaba translúcido. Preso de una alucinación, veía los tejidos, la sangre circulando; todo aquel conglomerado de células en su tamaño real. Incluso la hélices de ADN aparecían a su vista, que comenzaba a nublarse. Todo su cuerpo era ya una masa gelatinosa, cuando tocó la piedra de uranio. Un fuego frío flameo aquella masa de gelatina, tornándola neblina gaseosa. Una vez volatilizada, giró en espiral alrededor del coloso sólido y altivo. Mientras, las diminutas pupilas, agitadas por un vértigo escalofriante, relampagueaban sobre la piedra. Desde aquella bella estampa de fuego nevado, ascendía un hilillo de humo, en línea vertical.
Aquellos pocos que aún continuaban su camino hacia la cumbre, desde lo lejos, avistaban una enorme esfera luminosa, que los cegaba.
II
En otro espacio, y en otro tiempo, un homínido microscópico, cultiva vorticelas en su jardín. Un trabajo delicado, debido a la naturaleza de su luz. Sostiene el animal, en sus manos temblorosas, el prospecto donde lee las indicaciones:
" La vorticella es un género de protozoo, con más de dieciséis especies conocidas. Es un microorganismo unicelular ciliado de agua dulce eutrofizada. Se presenta solitario u en grupos. Su cuerpo es de forma campanular o vesicular, y se une al sustrato con su pedúnculo contráctil.
Se recomienda prestar especial atención, a su aparato oral con una corona de cilios, de varios estratos; allí forma una corriente de la cual va extrayendo la luz. Hay que tener sumo cuidado con sus contracciones violentas, frente a los estímulos externos.
Es preciso tener un alto concepto de la belleza y la verdad, para establecer fructíferas relaciones con ellas, más allá de la decadente fagocitación".
Tras leer las indicaciones, el homínido se vuelve hacia ella, y con sus delgados dedos de estambre avanza, retirando la esfera acuosa que lo envuelve. Es consciente del peligro que corre al acercarse a una de aquellas flores. Podría romperse la membrana y ser engullido por las espirales de la moral. Bien sabe el homínido que éstas se alimentan de la materia cerebral subdesarrollada.
Pero no puede resistir la tentación, y finalmente se acerca a una de ellas. Elige a la más alta y luminosa. Con atención observa su boca dentada, girando en espiral. Tiembla todo su cuerpo peludo, mientras avanza hacia ella. La frente de parafina del homínido comienza a derretirse. Y gracias a su intuición, vemos como irrumpe, de su entrecejo, un cilíndrico haz de luz, perforando el cerebro, bañado en parafina. En línea horizontal se dirige a la moral, y sin llegar a tocar aquella terrible y hermosa dentadura, despliega unos hilos, delgados y translúcidos, de estambre ciliado. Finalmente, en una especie de baile armonioso, se enreda a la dentadura.
En una melodía sin notas, se fusiona la materia, desplegando al hermoso gusano incoloro del tiempo, que devora la membrana del espacio. A su paso deja una refulgente luz, trazando la oscura geometría del espanto…
Por fin, después de toda una noche caminando, puso sus pies sobre la cumbre. Sus pupilas oscilaron a la velocidad de la luz, cuando vio la inmensa piedra de uranio, que brillaba en lo más alto de aquel monte de plutonio nevado, siempre envuelto por nubes de nitrógeno. Conforme se acercaba a ella, se desprendía de su traje de neopreno y de su escafandra. Una vez desnudo, miro, asombrado, cómo su frágil cuerpo se tornaba translúcido. Preso de una alucinación, veía los tejidos, la sangre circulando; todo aquel conglomerado de células en su tamaño real. Incluso la hélices de ADN aparecían a su vista, que comenzaba a nublarse. Todo su cuerpo era ya una masa gelatinosa, cuando tocó la piedra de uranio. Un fuego frío flameo aquella masa de gelatina, tornándola neblina gaseosa. Una vez volatilizada, giró en espiral alrededor del coloso sólido y altivo. Mientras, las diminutas pupilas, agitadas por un vértigo escalofriante, relampagueaban sobre la piedra. Desde aquella bella estampa de fuego nevado, ascendía un hilillo de humo, en línea vertical.
Aquellos pocos que aún continuaban su camino hacia la cumbre, desde lo lejos, avistaban una enorme esfera luminosa, que los cegaba.
II
En otro espacio, y en otro tiempo, un homínido microscópico, cultiva vorticelas en su jardín. Un trabajo delicado, debido a la naturaleza de su luz. Sostiene el animal, en sus manos temblorosas, el prospecto donde lee las indicaciones:
" La vorticella es un género de protozoo, con más de dieciséis especies conocidas. Es un microorganismo unicelular ciliado de agua dulce eutrofizada. Se presenta solitario u en grupos. Su cuerpo es de forma campanular o vesicular, y se une al sustrato con su pedúnculo contráctil.
Se recomienda prestar especial atención, a su aparato oral con una corona de cilios, de varios estratos; allí forma una corriente de la cual va extrayendo la luz. Hay que tener sumo cuidado con sus contracciones violentas, frente a los estímulos externos.
Es preciso tener un alto concepto de la belleza y la verdad, para establecer fructíferas relaciones con ellas, más allá de la decadente fagocitación".
Tras leer las indicaciones, el homínido se vuelve hacia ella, y con sus delgados dedos de estambre avanza, retirando la esfera acuosa que lo envuelve. Es consciente del peligro que corre al acercarse a una de aquellas flores. Podría romperse la membrana y ser engullido por las espirales de la moral. Bien sabe el homínido que éstas se alimentan de la materia cerebral subdesarrollada.
Pero no puede resistir la tentación, y finalmente se acerca a una de ellas. Elige a la más alta y luminosa. Con atención observa su boca dentada, girando en espiral. Tiembla todo su cuerpo peludo, mientras avanza hacia ella. La frente de parafina del homínido comienza a derretirse. Y gracias a su intuición, vemos como irrumpe, de su entrecejo, un cilíndrico haz de luz, perforando el cerebro, bañado en parafina. En línea horizontal se dirige a la moral, y sin llegar a tocar aquella terrible y hermosa dentadura, despliega unos hilos, delgados y translúcidos, de estambre ciliado. Finalmente, en una especie de baile armonioso, se enreda a la dentadura.
En una melodía sin notas, se fusiona la materia, desplegando al hermoso gusano incoloro del tiempo, que devora la membrana del espacio. A su paso deja una refulgente luz, trazando la oscura geometría del espanto…