La tormenta
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Óscar Distéfano
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La tormenta
La tarde campestre estaba en su esplendoroso apogeo cuando, repentinamente, la oscuridad se abatió sobre la tierra. Unas densas nubes cargadas de humedad se aproximaron imparables en el paraje. La visión del paisaje se hizo casi nula e, inesperadamente, un fortísimo viento llegó desde el norte. El tórrido calor del verano fue rápidamente vencido, y un agradable aunque incómodo frescor invadió el aire.
Luego, todo fue violencia y caos. La fuerza de la naturaleza en su desquiciada manifestación, como si los mismos demonios de la destrucción arrojaran su ira ante la vida beatífica que llevaban.
El enorme árbol que cayó muy próximo al rancho, hizo sobresaltar a sus habitantes. Los esposos, inquietos y temerosos, llevaron a sus hijos, quienes lloriqueaban de terror, a la pieza donde dormían ellos, y en la cama matrimonial se apretujaron todos para cubrirse unos a otros, esperando, de esa forma, sobrellevar el pavor que ya los dominaba. Afuera el viento huracanado seguía golpeando con furia, arrastrando todo cuanto a su paso encontraba. Hizo volar el techo del gallinero, y varias gallinas desprevenidas salieron volando hacia quien sabe qué lugares lejanos, de donde, lo más probable es que, si salían con vida, no podrían regresar jamás.
Los truenos retumbaban estruendosos, imparables uno tras otro, como en una bóveda que no permitía escapar el sonido, detenido ahí en el aire, sumiendo en desesperación a los habitantes del rancho, quienes padecían de impotencia total a merced de esa descomunal fuerza. Cayeron granizos gigantescos que perforaron en dos o tres partes el techo de paja de la pieza, mientras blanqueaban como la nieve la vastedad de la pradera. La luz de los relámpagos, como gigantescos reflectores intermitentes, a cada tanto, alumbraban el lugar, mostrando el doblegarse de la flora hasta el suelo y unas vacas tiradas a lo lejos en pleno campo traviesa.
La madre empezó a rezar e hizo señas a sus hijos para que la emularan. Al rato, con el padre incluido, empezaron a elevar sus ruegos al cielo, esperando la conmiseración y el fin de ese infierno de tempestad, de ira que creían sobrenatural.
La voluntad del hombre, vencida, se resignaba a una tensa espera. Humildes, humillados en su condición de reyes de la creación, perdidos en su ignorancia supersticiosa, siguieron, así, apretujados unos contra otros, esperando con verdadero espanto el fin de aquella incomprensible cólera.
Recién cerca del alba, la tormenta amainó, y el alivio regresó para distender la tensión extrema y hacer que la vida prosiguiera en su normalidad cotidiana. Ninguno de ellos olvidaría lo sucedido esa noche. Décadas después seguirían comentando esa prueba a la que Dios les había expuesto. Algo cambió radicalmente en la visión que tenían de la vida, principalmente en la de un niño, quien fue arrancado tan violentamente de la inocencia, al observar en toda su crudeza el rostro de la muerte.
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- Ventura Morón
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- Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40
Un placer leerte amigo, felicitaciones y un fuerte abrazo