Se traspasa
Publicado: Sab, 15 Dic 2007 23:32
«Se traspasa». El viento arremolina los bordes de mi abrigo, me zarandea; aprovechando el vaivén, yo arremolino mis pensamientos, incluso puede que los zarandee, al menos un poco.
«Se traspasa». Ya no recuerdo cuántas veces he repetido la frase de un cartel que parece balancearse sobre mi pensamiento, y sobre tus zuecos blancos y la bata blanca que aún olía a recién planchada, en lugar de sobre el vacío de la calle. Dos recuerdos tirando de un aroma a ropa limpia mezclado con aftershave. Mi suspiro casi se solidifica en un ambiente tan gélido que hasta los carámbanos, de no estarlo ya, se congelarían.
Salgo de un lugar atestado de personas y sufrimientos, que trato de olvidar, para tiritar de pies a cabeza -como la protagonista de aquel cuento: «La cerillera»-, mientras espero un autobús que me ha de llevar hasta otro en el que ya no cabe una brizna más de soledad. «Necesitas un barrendero de pensamientos negativos», me digo. «Una excavadora es lo que necesito»; y casi me río ante semejante ocurrencia. «Un cerebro plano sería mejor». «Pues entonces, la excavadora y una aplanadora». Esta vez no siento ganas de reír: creo que tengo razón.
No quiero seguir leyendo «Se traspasa». ¿Cómo se puede leer de forma tan repetitiva una frase? Para no pensar. Para no sonreír, tampoco, con el chiste sobre las torres gemelas que me han contado poco antes; es de muy mal gusto.
Mientras me estremezco de frío hasta las suelas de los zapatos, y ni llega el autobús ni deja de lloviznar, recuerdo que, hace tiempo, decías querer esculpirme en el aire. Ahora es mi boca quien te esculpe a ti al pronunciar tu nombre bajito, muy bajito. «Tienes una crisis, una crisis afectiva», me digo. «Y claustrofobia también». «También, doctora, también». Me respondo como si al haber atravesado la puerta del Hospital, el frío del amanecer me hubiera producido un desdoblamiento de personalidad. «Mala combinación esa, lo sabes, ¿verdad?» «Sí, mala combinación, mal diagnóstico, peor evolución; un pronostico muy negativo. ¿Alguna sugerencia, doctora, algún remedio?»
Sin pensarlo dos veces, desnudo mis manos de los guantes, tiro de talonario, y bajo la luz de la farola que casi tiembla más que yo, con la letra más clara posible, relleno una receta para mi uso personal; duración del tratamiento: indefinido; número de envases: uno; dispensación: con receta médica. Y me quedo pensando qué escribir en el cuerpo. ¿Cuál puede ser la solución, cuál? Piensa, piensa. Y pienso, y por fin escribo: un amor kamikaze. Advertencias al farmacéutico: «de ésos que te traspasan el alma».
Chirrían los frenos del autobús sobre la calzada húmeda. Entrego el importe exacto; recojo mi billete y me dejó caer sobre el asiento, y sobre mi propio cansancio, agradeciendo el calor que parece abrazarme, en el primer sitio que he encontrado libre: «reservado para personas con movilidad reducida». Le digo a mi pensamiento que se calle antes de que se le ocurra algún chiste de mal gusto. Cierro los ojos. El sol es el mejor barrendero de pensamientos que conozco. Ojalá deje de llover, ojalá cambie el tiempo, ojalá puedan despegar aviones. Ojalá.
¿Dónde estás, amor kamikaze, dónde?
Blanca Sandino
«Se traspasa». Ya no recuerdo cuántas veces he repetido la frase de un cartel que parece balancearse sobre mi pensamiento, y sobre tus zuecos blancos y la bata blanca que aún olía a recién planchada, en lugar de sobre el vacío de la calle. Dos recuerdos tirando de un aroma a ropa limpia mezclado con aftershave. Mi suspiro casi se solidifica en un ambiente tan gélido que hasta los carámbanos, de no estarlo ya, se congelarían.
Salgo de un lugar atestado de personas y sufrimientos, que trato de olvidar, para tiritar de pies a cabeza -como la protagonista de aquel cuento: «La cerillera»-, mientras espero un autobús que me ha de llevar hasta otro en el que ya no cabe una brizna más de soledad. «Necesitas un barrendero de pensamientos negativos», me digo. «Una excavadora es lo que necesito»; y casi me río ante semejante ocurrencia. «Un cerebro plano sería mejor». «Pues entonces, la excavadora y una aplanadora». Esta vez no siento ganas de reír: creo que tengo razón.
No quiero seguir leyendo «Se traspasa». ¿Cómo se puede leer de forma tan repetitiva una frase? Para no pensar. Para no sonreír, tampoco, con el chiste sobre las torres gemelas que me han contado poco antes; es de muy mal gusto.
Mientras me estremezco de frío hasta las suelas de los zapatos, y ni llega el autobús ni deja de lloviznar, recuerdo que, hace tiempo, decías querer esculpirme en el aire. Ahora es mi boca quien te esculpe a ti al pronunciar tu nombre bajito, muy bajito. «Tienes una crisis, una crisis afectiva», me digo. «Y claustrofobia también». «También, doctora, también». Me respondo como si al haber atravesado la puerta del Hospital, el frío del amanecer me hubiera producido un desdoblamiento de personalidad. «Mala combinación esa, lo sabes, ¿verdad?» «Sí, mala combinación, mal diagnóstico, peor evolución; un pronostico muy negativo. ¿Alguna sugerencia, doctora, algún remedio?»
Sin pensarlo dos veces, desnudo mis manos de los guantes, tiro de talonario, y bajo la luz de la farola que casi tiembla más que yo, con la letra más clara posible, relleno una receta para mi uso personal; duración del tratamiento: indefinido; número de envases: uno; dispensación: con receta médica. Y me quedo pensando qué escribir en el cuerpo. ¿Cuál puede ser la solución, cuál? Piensa, piensa. Y pienso, y por fin escribo: un amor kamikaze. Advertencias al farmacéutico: «de ésos que te traspasan el alma».
Chirrían los frenos del autobús sobre la calzada húmeda. Entrego el importe exacto; recojo mi billete y me dejó caer sobre el asiento, y sobre mi propio cansancio, agradeciendo el calor que parece abrazarme, en el primer sitio que he encontrado libre: «reservado para personas con movilidad reducida». Le digo a mi pensamiento que se calle antes de que se le ocurra algún chiste de mal gusto. Cierro los ojos. El sol es el mejor barrendero de pensamientos que conozco. Ojalá deje de llover, ojalá cambie el tiempo, ojalá puedan despegar aviones. Ojalá.
¿Dónde estás, amor kamikaze, dónde?
Blanca Sandino