Sueño blanco
Publicado: Lun, 27 Abr 2015 23:48
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Oscilan pupilas de acero sobre el ansia del conocimiento,
implosionan el sueño vertical y horizontal de las nubes,
trazando la geometría azul de un cielo delirante.
Un dios crucificado ilumina las cuatro verdades.
Con su mano derecha sostiene un pan duro,
y con la izquierda una boca sin dientes.
Su pie derecho calza tacones altos,
y su pie izquierdo una fina alpargata.
Los miembros desmembrados serpentean entre la hierba:
Los pies pisan con alevosía los testículos,
las manos acarician los penes excitados,
y las vaginas huyen, tapándose la boca.
La leche medra en la ternura de las almendras,
y brota en la espuma del sueño,
derritiendo los cráneos empedrados.
La carne siente al pánico balancearse en un nuevo comienzo,
los labios se pegan a la boca sin fondo
y, con callada indiferencia, cierran el paso a las palabras;
con su color, entre blanco y morado, despliegan el relámpago
de las imágenes que proyecta el sueño de una amígdala,
oculta en el cerebro de un genio: Salvador Dalí.
Alucinamos con la divina simetría de los cuatro péndulos,
guiados por las manos del pequeño Salvador,
que disecciona el espacio único e irrepetible del tiempo.
Con fiera elegancia extrae la leche de la almendra,
calmando la ira divina,
y abre el surtidor de la belleza que reposa en el vértigo.
El tiempo trasmuta el iris, descansando en la esclerótica,
y se detiene cuando la cuchilla se hunde en el blanco sueño.
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Oscilan pupilas de acero sobre el ansia del conocimiento,
implosionan el sueño vertical y horizontal de las nubes,
trazando la geometría azul de un cielo delirante.
Un dios crucificado ilumina las cuatro verdades.
Con su mano derecha sostiene un pan duro,
y con la izquierda una boca sin dientes.
Su pie derecho calza tacones altos,
y su pie izquierdo una fina alpargata.
Los miembros desmembrados serpentean entre la hierba:
Los pies pisan con alevosía los testículos,
las manos acarician los penes excitados,
y las vaginas huyen, tapándose la boca.
La leche medra en la ternura de las almendras,
y brota en la espuma del sueño,
derritiendo los cráneos empedrados.
La carne siente al pánico balancearse en un nuevo comienzo,
los labios se pegan a la boca sin fondo
y, con callada indiferencia, cierran el paso a las palabras;
con su color, entre blanco y morado, despliegan el relámpago
de las imágenes que proyecta el sueño de una amígdala,
oculta en el cerebro de un genio: Salvador Dalí.
Alucinamos con la divina simetría de los cuatro péndulos,
guiados por las manos del pequeño Salvador,
que disecciona el espacio único e irrepetible del tiempo.
Con fiera elegancia extrae la leche de la almendra,
calmando la ira divina,
y abre el surtidor de la belleza que reposa en el vértigo.
El tiempo trasmuta el iris, descansando en la esclerótica,
y se detiene cuando la cuchilla se hunde en el blanco sueño.