Pág 209 – descripción del tiempo

[Macedonio Tracel]

Lo que más llamó su atención no eran todas las hojas de ese imán. Este era un grupo disparatado a unos 7 metros del piso que jugaba a sonar como palitos infantiles. Así estaban, siendo ellas unas decisiones frágiles que el viento todavía mantenía unidas. Casi intactas, desde su rincón alto del árbol, rojo y ocre lamían del aire. Una primer hoja intuyendo comenzó a viajar, la segunda la alcanzó enseguida para seguirla, serena hasta la palidez.

Esto que así vuelve. El aire cuando puede parecer un texto caótico o animado al menos puede iluminar al tiempo en sus formas menos diferentes.
A Bonthrop, los anillos que ahora usaba le hablaban otra vez de abarcar la inquietud. Esos redondeles metálicos, esos amarillos color agua y oro, brillaban cuando algo deseaban o sabían decir. Durante todos estos años mudos, eso se le había perdido. El color esmeralda, ahora los caracoles, la espuma del cielo en el borde del desierto.
Nada de eso que tuvo en los dedos. Cuando ahora crece al fin convoca un bramido del que nace el silencio, humo que ha vuelto mucho después a sus piedras partidas. La soledad, esas grietas que han crujido y parecen un bosque buscando oscurecer algo que rápido se ha vaciado. Las cosas están forzadas a conservarse en los ruidos de un motor muy básico que falla. Muestran ese desorden desde algún nombre nuevo. Conciben el acto de la inconciencia que durará un instante. Nadie durante él descubrirá un sol más verde que el reflejo, / nadie creerá que no sea habitable esto, este momento, que no pueda verse más que por quién lo escribe y por quién ha sido escrito. Es su trampa, ahora pensó en los poetas que no llegaría a conocer, que no podría retener. En esas lecturas que no lo tocarán. En el cielo sucio, ni más ámbar que el color de las hojas, ni más pardo austero que el frío para un piso sindicado a poder drenar. El momento al fin que se le iba como una araña muerta, todo el cuerpo curvándose hacia un centro, las ramas que él mismo había porfiado, una luz gris como de piel cuando queda manchada, la forma exánime de intentar, el plumaje de las palomas en que unos viejos ladrillos han enmohecido.

[Hallie Hernández Alfaro]

Lo que más llamó su atención no eran todas las hojas de ese imán. Este era un grupo disparatado a unos 7 metros del piso que jugaba a sonar como palitos infantiles. Así estaban, siendo ellas unas decisiones frágiles que el viento todavía mantenía unidas. Casi intactas, desde su rincón alto del árbol, rojo y ocre lamían del aire. Una primer hoja intuyendo comenzó a viajar, la segunda la alcanzó enseguida para seguirla, serena hasta la palidez.

Esto que así vuelve. El aire cuando puede parecer un texto caótico o animado al menos puede iluminar al tiempo en sus formas menos diferentes.
A Bonthrop, los anillos que ahora usaba le hablaban otra vez de abarcar la inquietud. Esos redondeles metálicos, esos amarillos color agua y oro, brillaban cuando algo deseaban o sabían decir. Durante todos estos años mudos, eso se le había perdido. El color esmeralda, ahora los caracoles, la espuma del cielo en el borde del desierto.
Nada de eso que tuvo en los dedos. Cuando ahora crece al fin convoca un bramido del que nace el silencio, humo que ha vuelto mucho después a sus piedras partidas. La soledad, esas grietas que han crujido y parecen un bosque buscando oscurecer algo que rápido se ha vaciado. Las cosas están forzadas a conservarse en los ruidos de un motor muy básico que falla. Muestran ese desorden desde algún nombre nuevo. Conciben el acto de la inconciencia que durará un instante. Nadie durante él descubrirá un sol más verde que el reflejo, / nadie creerá que no sea habitable esto, este momento, que no pueda verse más que por quién lo escribe y por quién ha sido escrito. Es su trampa, ahora pensó en los poetas que no llegaría a conocer, que no podría retener. En esas lecturas que no lo tocarán. En el cielo sucio, ni más ámbar que el color de las hojas, ni más pardo austero que el frío para un piso sindicado a poder drenar. El momento al fin que se le iba como una araña muerta, todo el cuerpo curvándose hacia un centro, las ramas que él mismo había porfiado, una luz gris como de piel cuando queda manchada, la forma exánime de intentar, el plumaje de las palomas en que unos viejos ladrillos han enmohecido.

Mientras escucho, leo y me detengo en las hojas cabales del miedo, del tiempo floreciente, de los disturbios del papel. El título es magnífico, remite a la causa de lo escrito, al amarre de los puntos indefensos. Es pura poesía, hermano-responsabilidad.
Me ha impactado un montón el final; tiene dolor en barricadas y un desasosiego que todo lo llena.
Abrazote y felicidad.

[Macedonio Tracel]

gracias Hallie, mi Bonthrop puede ser cualquiera, en mi caso es Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, Shel cuando fue mujer, el esposo de la Orlando de V. Wolff, Bonthrop cuando ella quería estar sola. Estoy encantado al leer el libro. me dió por trazar lazos imposibles en una novela donde todo es posible y cuando tracé mi impresión, todo se movió para aterrizar en tu lugar, escribiendo algo que no sabía ser un poema. Perdón por ser confuso, a esta altura me es inevitable. Te mando un beso grande hermanita.

[Ventura Morón]

Hay una densidad muy grande en este texto. Parece escribirse en las hojas que van cayendo de ese árbol que enuncias, y que van anudando ideas en un tiempo que el viento se ocupa de ir creando. Dejan las hojas pasar a través, la luz que a la vez siembran. Podrían ir atrapándose hojas al viento e ir leyendo las historias, como una biografía en la que la cronología esta combinada para generar la importancia del hecho, se van combinando en procesos aleatorios muchas veces las circunstancias de la propia vida.
Me ha gustado mucho recorrer tus impresiones amigo
Un fuerte abrazo