Me asomé a la luz de tu recuerdo
Publicado: Jue, 26 Mar 2015 12:52
Me asomé a la luz de tu recuerdo,
a la antorcha encendida que hiere la calma de un mar homogéneo;
un mar que recorre mi hastío
con igual desazón con que ampara la soledad un invierno.
Aquí estoy, cobijado en mi nostalgia,
escribiéndote, descubriéndote
en esa parte de mi que convive con la prisa,
esa parte que detiene el tiempo,
deslumbrándome
con cada fogonazo de su historia revivida;
vislumbrando en ella la verdad atemperada con los años
en la madera añeja de los ojos, donde reposa la memoria de la vida;
igual que un vino madurando entre las sombras
aquietadas del silencio. Y descubres su aroma,
de repente, en un estallido de imágenes
hirviendo en la mirada, y le dices al alma que lo acepte,
pero que no intente comprenderlo.
Hoy me ha visitado tu recuerdo,
y me ha encontrado como un niño,
refugiándose entre la sombra coagulada del hastío,
y he huido despavorido,
perseguido por unas manos de viento
que agitaban mis temores.
Un niño que esconde sus músculos de miedo,
porque su respiración desfibrada es de miedo,
todo él es de miedo en ese instante
en el que el pulso se contiene en un suspiro.
Y el miedo ha domeñado mi boca
adoptando su forma, ciñéndose a ella
con precisión epidérmica,
igual que un guante mimetizado en la mano de un cirujano.
Y el miedo ha agrietado mis palabras, desluciéndolas,
hasta convertirlas en un arma arrojadiza,
como una flecha que se lanza y se pierde en la espesura de un abismo,
un arma que sabes que no hará daño a nadie,
porque solo pretende ahuyentar al enemigo, intimidarlo,
pero que a su paso trasluce la condición de miedo e impotencia
que originaron su vuelo.
Hoy, ha brotado la luz de tu recuerdo,
y ha extendido las ventanas de mi espacio
sobre el papel corrugado de los sueños.
a la antorcha encendida que hiere la calma de un mar homogéneo;
un mar que recorre mi hastío
con igual desazón con que ampara la soledad un invierno.
Aquí estoy, cobijado en mi nostalgia,
escribiéndote, descubriéndote
en esa parte de mi que convive con la prisa,
esa parte que detiene el tiempo,
deslumbrándome
con cada fogonazo de su historia revivida;
vislumbrando en ella la verdad atemperada con los años
en la madera añeja de los ojos, donde reposa la memoria de la vida;
igual que un vino madurando entre las sombras
aquietadas del silencio. Y descubres su aroma,
de repente, en un estallido de imágenes
hirviendo en la mirada, y le dices al alma que lo acepte,
pero que no intente comprenderlo.
Hoy me ha visitado tu recuerdo,
y me ha encontrado como un niño,
refugiándose entre la sombra coagulada del hastío,
y he huido despavorido,
perseguido por unas manos de viento
que agitaban mis temores.
Un niño que esconde sus músculos de miedo,
porque su respiración desfibrada es de miedo,
todo él es de miedo en ese instante
en el que el pulso se contiene en un suspiro.
Y el miedo ha domeñado mi boca
adoptando su forma, ciñéndose a ella
con precisión epidérmica,
igual que un guante mimetizado en la mano de un cirujano.
Y el miedo ha agrietado mis palabras, desluciéndolas,
hasta convertirlas en un arma arrojadiza,
como una flecha que se lanza y se pierde en la espesura de un abismo,
un arma que sabes que no hará daño a nadie,
porque solo pretende ahuyentar al enemigo, intimidarlo,
pero que a su paso trasluce la condición de miedo e impotencia
que originaron su vuelo.
Hoy, ha brotado la luz de tu recuerdo,
y ha extendido las ventanas de mi espacio
sobre el papel corrugado de los sueños.