Graderío al infinito
Publicado: Lun, 23 Mar 2015 19:32
...
Ya sabes – dijo. Sólo tienes que apretar el botón.
Y basta.
Nada era como entonces.
Del cielo colgaban sus metálicas flotas sujetas a un armazón en esqueleto. Ocupaban ese límite que correspondía antaño a la Gloria, tejida su maraña densa mecanizando los sueños.
Dicen que fueron siglos, no sé. Sólo sé que dejó de llover, y entonces comenzaron. Fue como apretar una tuerca al ascetismo, parchear a un idealismo rendido que anochecía en perpetuo.
Desde entonces, el suelo y “la cubierta” formaban parte de un todo. La vida crecía en una franja artificial, donde la mirada estaba atrapada en un hábitat en desguace que circundaba a la tierra, escondiendo el divagar de los astros entre aceros.
Apretar el botón, era exprimir el aliento de un cosmos adulterado, extraer el néctar del celaje de los deseos, escurriendo las fantasías en indolente sustento.
Y no se sabe cómo ocurrió.
Dicen que fue a la noche,
en las noches,
aquellas horas en que las ilusiones brillaban quizás en afán del firmamento.
Llegaron en silencio, dicen que formaba el grupo “un numero impreciso de niños”, sin un boceto que formalizara el zumbido de lo previsible conformando su improbable aleteo.
Juntos. Fue al crepúsculo. Fueron atando los peldaños a unas cuerdas que lanzaron desde un indefinido mortero. ´
Y empezaron a subir, uno a uno, ¡como uno sólo! Llegaron a la metálica bóveda y
de la mano, ascendiendo, alcanzaron la osamenta desnuda, y se sentaron, ¡extasiados!,
a mirar radiantes las estrellas…
No se sabe si fue el detonante, pero sus lágrimas alboreando, fueron abriendo ventanales.
Y el mundo empezó a subir.
Nada fue ya como antes.
Ahora, hay un mirador infinito, un graderío en el que reverberan los ojos reflejando un universo al que es posible acceder
por una liviana escalera.
.
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Ya sabes – dijo. Sólo tienes que apretar el botón.
Y basta.
Nada era como entonces.
Del cielo colgaban sus metálicas flotas sujetas a un armazón en esqueleto. Ocupaban ese límite que correspondía antaño a la Gloria, tejida su maraña densa mecanizando los sueños.
Dicen que fueron siglos, no sé. Sólo sé que dejó de llover, y entonces comenzaron. Fue como apretar una tuerca al ascetismo, parchear a un idealismo rendido que anochecía en perpetuo.
Desde entonces, el suelo y “la cubierta” formaban parte de un todo. La vida crecía en una franja artificial, donde la mirada estaba atrapada en un hábitat en desguace que circundaba a la tierra, escondiendo el divagar de los astros entre aceros.
Apretar el botón, era exprimir el aliento de un cosmos adulterado, extraer el néctar del celaje de los deseos, escurriendo las fantasías en indolente sustento.
Y no se sabe cómo ocurrió.
Dicen que fue a la noche,
en las noches,
aquellas horas en que las ilusiones brillaban quizás en afán del firmamento.
Llegaron en silencio, dicen que formaba el grupo “un numero impreciso de niños”, sin un boceto que formalizara el zumbido de lo previsible conformando su improbable aleteo.
Juntos. Fue al crepúsculo. Fueron atando los peldaños a unas cuerdas que lanzaron desde un indefinido mortero. ´
Y empezaron a subir, uno a uno, ¡como uno sólo! Llegaron a la metálica bóveda y
de la mano, ascendiendo, alcanzaron la osamenta desnuda, y se sentaron, ¡extasiados!,
a mirar radiantes las estrellas…
No se sabe si fue el detonante, pero sus lágrimas alboreando, fueron abriendo ventanales.
Y el mundo empezó a subir.
Nada fue ya como antes.
Ahora, hay un mirador infinito, un graderío en el que reverberan los ojos reflejando un universo al que es posible acceder
por una liviana escalera.
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