Reto a Pelo II: Dad una oportunidad a la paz
Publicado: Vie, 20 Mar 2015 21:10
TEMA: ¡ESTOS ANIMALES!
La conocí junto a sus amigas en un festival de Woodstock. Jimi Hendrix atacaba "Machine Gun", su cuerpo se desgañitaba al ritmo de la guitarra, yo gritaba “Give peace a change”, tragos a la botella de bourbon, un peta de maría hizo el resto. Aquello era un desmadre, una locura.
Lo que más unió al grupo a partir de entonces era la pasión por los excrementos: tabernas y lupanares, museos, libros de poemas. Ellas se encargan de limpiarlo todo, de consumir y eliminar cadáveres que hacen pesada nuestra existencia. Mis amigos y yo disfrutábamos del espectáculo, sus cuerpo de góticas adelantadas, era la transustanciación en carne de mosca de cualquier residuo humano independientemente de su belleza y valor.
Muchos sabían, no sin cierta repugnancia, de mi querencia por esos dípteros. Tuve varias en adopción, estuve feliz con ellas un tiempo. Pero mejor os cuento.
Karol, era la más enamoradiza de todas. Al momento de conocernos me pidió salir y entre la confusión, la música y las copas le dije que sí (entendiendo que no soy un tipo fiel, ni del todo decente, pero me pareció bella su mirada en aquel momento). Y desde que la tuve a mi lado contemplé la vida de otra forma, a través de sus mil ojos fui capaz de captar los diversos matices que encierra este mundo. Ser más comprensivo. En el tema sexual tampoco nos fue mal. Se paseaba golosa por mi frenillo y su incansable lengua generó en mi tronco delicias difíciles de rememorar en estas pulcras líneas.
Pero la vida no deja de ser cruel; la felicidad es un camino, no un estado. Ella por naturaleza tenía una esperanza de vida mucho más pequeña que la mía, incluso castigada por el alcohol, la falta de sueño y las malas comidas. Murió. Y ya no quise ninguna mosca que pudiera recordarme a ella.
Las últimas horas en el exilio me resultaron duras, muy duras. Pero a pesar de mi dolor era más potente la necesidad de compartir sábana y macarrón. Fue cuando decidí adoptar otra mascota. Quería una hembra más duradera, fuerte. El ser vivo más resistente del planeta que pudiera llevar, si algo le pasara al mundo, algunos versos para que fueran ser recitados en mi antro preferido, D´Pelufos, junto a las coplas de José Alfredo. Los versos que dediqué a Ana, la única humana a la que he amado.
Después de darle muchas vueltas al asunto, entre las varias especies de compañía me decidí por una cucaracha que conocí en el prostíbulo de la esquina. Yo que no tomo nunca las cosas del amor a la ligera, antes las estuve observando cómo pululaban por mi cocina y comían de mis platos, con los mismos antojos que yo. Sumamente curiosas e impertinentes si me descuidaba hasta se bebían mi vino.
Así fue como conocí a Margot. Estaba ya enseñada -cuando se es viejo no queda tiempo para lecciones de moral-. Al principio noté cierta frialdad de su parte, una mirada consecuente, perdida en la maraña de nuestras ganas. Posiblemente estábamos cansados esa noche de ver tanta tragedia a nuestro alrededor –era cuando la masacre de Atocha- de que los arrabales confundieran nuestro aroma animal con el sudor que emanan los burdeles. Ella a pesar de todo olía muy bien. Viajera incansable de la noche rompí a quererla cuando descubrí su tendencia al whisky de malta.
A Margot, se le embroca un ser tierno y buen consejero. Cambié sus pilchas de percal por un tapao de nazarena en Sevilla. Es la amiga loca e imaginativa que siempre añoré. La amante dispuesta a ir de puro curda con su sueño y todo. La que piensa que cualquier momento es una buena ocasión para hacer un oasis en la duna más recalcitrante. Esa es mi chica y con ella vivo en paz.
Armilo Brotón
La Corporación
La conocí junto a sus amigas en un festival de Woodstock. Jimi Hendrix atacaba "Machine Gun", su cuerpo se desgañitaba al ritmo de la guitarra, yo gritaba “Give peace a change”, tragos a la botella de bourbon, un peta de maría hizo el resto. Aquello era un desmadre, una locura.
Lo que más unió al grupo a partir de entonces era la pasión por los excrementos: tabernas y lupanares, museos, libros de poemas. Ellas se encargan de limpiarlo todo, de consumir y eliminar cadáveres que hacen pesada nuestra existencia. Mis amigos y yo disfrutábamos del espectáculo, sus cuerpo de góticas adelantadas, era la transustanciación en carne de mosca de cualquier residuo humano independientemente de su belleza y valor.
Muchos sabían, no sin cierta repugnancia, de mi querencia por esos dípteros. Tuve varias en adopción, estuve feliz con ellas un tiempo. Pero mejor os cuento.
Karol, era la más enamoradiza de todas. Al momento de conocernos me pidió salir y entre la confusión, la música y las copas le dije que sí (entendiendo que no soy un tipo fiel, ni del todo decente, pero me pareció bella su mirada en aquel momento). Y desde que la tuve a mi lado contemplé la vida de otra forma, a través de sus mil ojos fui capaz de captar los diversos matices que encierra este mundo. Ser más comprensivo. En el tema sexual tampoco nos fue mal. Se paseaba golosa por mi frenillo y su incansable lengua generó en mi tronco delicias difíciles de rememorar en estas pulcras líneas.
Pero la vida no deja de ser cruel; la felicidad es un camino, no un estado. Ella por naturaleza tenía una esperanza de vida mucho más pequeña que la mía, incluso castigada por el alcohol, la falta de sueño y las malas comidas. Murió. Y ya no quise ninguna mosca que pudiera recordarme a ella.
Las últimas horas en el exilio me resultaron duras, muy duras. Pero a pesar de mi dolor era más potente la necesidad de compartir sábana y macarrón. Fue cuando decidí adoptar otra mascota. Quería una hembra más duradera, fuerte. El ser vivo más resistente del planeta que pudiera llevar, si algo le pasara al mundo, algunos versos para que fueran ser recitados en mi antro preferido, D´Pelufos, junto a las coplas de José Alfredo. Los versos que dediqué a Ana, la única humana a la que he amado.
Después de darle muchas vueltas al asunto, entre las varias especies de compañía me decidí por una cucaracha que conocí en el prostíbulo de la esquina. Yo que no tomo nunca las cosas del amor a la ligera, antes las estuve observando cómo pululaban por mi cocina y comían de mis platos, con los mismos antojos que yo. Sumamente curiosas e impertinentes si me descuidaba hasta se bebían mi vino.
Así fue como conocí a Margot. Estaba ya enseñada -cuando se es viejo no queda tiempo para lecciones de moral-. Al principio noté cierta frialdad de su parte, una mirada consecuente, perdida en la maraña de nuestras ganas. Posiblemente estábamos cansados esa noche de ver tanta tragedia a nuestro alrededor –era cuando la masacre de Atocha- de que los arrabales confundieran nuestro aroma animal con el sudor que emanan los burdeles. Ella a pesar de todo olía muy bien. Viajera incansable de la noche rompí a quererla cuando descubrí su tendencia al whisky de malta.
A Margot, se le embroca un ser tierno y buen consejero. Cambié sus pilchas de percal por un tapao de nazarena en Sevilla. Es la amiga loca e imaginativa que siempre añoré. La amante dispuesta a ir de puro curda con su sueño y todo. La que piensa que cualquier momento es una buena ocasión para hacer un oasis en la duna más recalcitrante. Esa es mi chica y con ella vivo en paz.
Armilo Brotón
La Corporación