Elisa IV
Publicado: Vie, 06 Mar 2015 3:04
Sus manos… ¡Por dios qué manos!
¿Quién se atreve a gritar
cuando sólo trato de hablar
de una niña: la dulce Elisa?
No existe una niña, tal y como te empeñas en creer,
es más, te diré que vayas al lavabo a orinar.
Ahora mismo hay un enorme caballo de cartón,
tú crees que el perfume de la aurora no existe
por eso no quieres que hable de un nuevo comienzo.
¡Tú estás más muerto que las estrellas, miserable criatura,
que lo único que haces es comer, orinar y defecar!
Pura es la sangre del caballo, aunque muera en la letrina,
es más no tengo ningún inconveniente en rajar sus entrañas,
y darte la carroña que viniste a buscar, pero no lo haré,
no te daré el placer que buscas en el frío dolor.
Sólo te dije que orinaras todo el óxido que recorre tus venas,
me da lástima verte hablando de una niña, y los dioses;
a estas alturas deberías saber que no hay salvación posible.
… Sus manos sostienen las velas,
acompaña la brisa de la aurora
que sorprende la piel tibia, aún fresca,
del cadáver que abandona la vida.
Es sólo una niña que despertó
para ir a buscar algo de luz
tras una noche demasiado oscura,
y encontró la verdad de la carne…
¡Pero ya vale de sacrificios y dioses del tres al cuarto!
Habré de amputarte las manos para que dejes de escribir,
y aprendas a sangrar en silencio, y te quede claro,
que sólo te está permitido orar y comulgar!
¡Ahora es cuando me entran ganas de orinar toda el agua bendita,
hablaré ahora y siempre de Elisa, ya puedes aplicar la ley,
tan humana y divina, del ojo por ojo y diente por diente!
… Se abrazó a aquel cuerpo inerte
y besó dulcemente sus mejillas,
regurgitó su dulce miel en el vientre
que sólo esperaba un nuevo comienzo.
Elisa miró con cariño a la humanidad,
a quienes se arrancan los ojos
antes de contemplar la vida
con toda su belleza, y todo su horror.
Y todos los caballos de cartón, aquellos que soñaban los niños,
haciendo caso omiso del miedo, se lanzaron al abismo,
y emprendieron un alto y hermoso vuelo.
La dulce Elisa los contempla desde su soledad, y en silencio.
También vela por nuestra fragilidad, siempre con una sonrisa.
¿Quién se atreve a gritar
cuando sólo trato de hablar
de una niña: la dulce Elisa?
No existe una niña, tal y como te empeñas en creer,
es más, te diré que vayas al lavabo a orinar.
Ahora mismo hay un enorme caballo de cartón,
tú crees que el perfume de la aurora no existe
por eso no quieres que hable de un nuevo comienzo.
¡Tú estás más muerto que las estrellas, miserable criatura,
que lo único que haces es comer, orinar y defecar!
Pura es la sangre del caballo, aunque muera en la letrina,
es más no tengo ningún inconveniente en rajar sus entrañas,
y darte la carroña que viniste a buscar, pero no lo haré,
no te daré el placer que buscas en el frío dolor.
Sólo te dije que orinaras todo el óxido que recorre tus venas,
me da lástima verte hablando de una niña, y los dioses;
a estas alturas deberías saber que no hay salvación posible.
… Sus manos sostienen las velas,
acompaña la brisa de la aurora
que sorprende la piel tibia, aún fresca,
del cadáver que abandona la vida.
Es sólo una niña que despertó
para ir a buscar algo de luz
tras una noche demasiado oscura,
y encontró la verdad de la carne…
¡Pero ya vale de sacrificios y dioses del tres al cuarto!
Habré de amputarte las manos para que dejes de escribir,
y aprendas a sangrar en silencio, y te quede claro,
que sólo te está permitido orar y comulgar!
¡Ahora es cuando me entran ganas de orinar toda el agua bendita,
hablaré ahora y siempre de Elisa, ya puedes aplicar la ley,
tan humana y divina, del ojo por ojo y diente por diente!
… Se abrazó a aquel cuerpo inerte
y besó dulcemente sus mejillas,
regurgitó su dulce miel en el vientre
que sólo esperaba un nuevo comienzo.
Elisa miró con cariño a la humanidad,
a quienes se arrancan los ojos
antes de contemplar la vida
con toda su belleza, y todo su horror.
Y todos los caballos de cartón, aquellos que soñaban los niños,
haciendo caso omiso del miedo, se lanzaron al abismo,
y emprendieron un alto y hermoso vuelo.
La dulce Elisa los contempla desde su soledad, y en silencio.
También vela por nuestra fragilidad, siempre con una sonrisa.