El fetiche del águila
Publicado: Lun, 02 Mar 2015 0:19
Estoy descansando la frente sobre el mármol de una tumba.
Parece que el águila estuviera dibujando la forma de tu seno
y en la llovizna percibo la vibración de su incoherencia.
La esponja de los cadáveres me absorbe, amada.
Mi padre me respira en la nuca. Una legión de mineros lo acompaña.
Hombres de carbono, con taladros, que saben que la dinamita es el alma de los precipicios.
Amada, ellos dicen que el secuestro de los ciervos
es el hielo de dios.
Los ciervos me respiran en la nuca y siento frío, frío de morirme.
La nube de tu seno se difumina o se hace un círculo más grande que desocupa el éter
y lo traiciona.
El águila parece tan pequeña ahora que mi padre la sostiene
y la alimenta con trozos de mi carne.
Ellos hacen un fuego en el medio del cementerio
y dicen, amada, que hubo un joven
patriarca del desencanto,
que se adentró en las montañas
y desde entonces mueren los ciervos, amada,
y su carne sabe a poesía.
Parece que el águila estuviera dibujando la forma de tu seno
y en la llovizna percibo la vibración de su incoherencia.
La esponja de los cadáveres me absorbe, amada.
Mi padre me respira en la nuca. Una legión de mineros lo acompaña.
Hombres de carbono, con taladros, que saben que la dinamita es el alma de los precipicios.
Amada, ellos dicen que el secuestro de los ciervos
es el hielo de dios.
Los ciervos me respiran en la nuca y siento frío, frío de morirme.
La nube de tu seno se difumina o se hace un círculo más grande que desocupa el éter
y lo traiciona.
El águila parece tan pequeña ahora que mi padre la sostiene
y la alimenta con trozos de mi carne.
Ellos hacen un fuego en el medio del cementerio
y dicen, amada, que hubo un joven
patriarca del desencanto,
que se adentró en las montañas
y desde entonces mueren los ciervos, amada,
y su carne sabe a poesía.