Lloverte
Publicado: Dom, 01 Mar 2015 23:30
Debería decirte,
soltar ese aguacero que sustenta, hace tanto,
el pilar de un equilibrio a la deriva
tras la tangencia de tu boca,
deletrearte las ansias que se hicieron tumulto
en la costra de un bolero que nunca compartimos,
desnudarme los ojos
como un diario de anhelos enjaulados
bajo ese glaciar que siempre conservó su esencia
y su dolor antiguo.
Tendría que girar los ángulos de la prisa
para no mentirte
cuando la piel me suplicara veranos por sus aristas frescas,
descuartizar ese tiempo que se nos alzó, tranquilo,
en el cuarto más oscuro y sordo de nuestros pechos,
tararear el himno de todas las naciones
para no gritar ese idioma que nadie entendería
y quedarnos solos
como se quedan, a veces, los que se quieren tanto.
Debería tener dos vidas
para ser contigo en la ciénaga que hoy aborta tus saltos,
para enseñarte los destinos que hice propios buscándote
cuando el amor
zurcía las pisadas de un globo entre los pájaros,
aprender otros dialectos
por si más allá de un silencio no me comprendieras
o plantar una trinchera entre palabra y caricia
del color de un azucarillo en los labios.
No debería quererte todavía
ni guardarte en el segmento que entrelaza
la luna con su alma
para abrazarte en el envés de los lienzos en blanco
y no ser sino ilusión de amapola
de un paisaje nunca contemplado.
Habría de lloverte encima
y, en tu agonía,
reinventar, inocua, el sonido de la lluvia.
soltar ese aguacero que sustenta, hace tanto,
el pilar de un equilibrio a la deriva
tras la tangencia de tu boca,
deletrearte las ansias que se hicieron tumulto
en la costra de un bolero que nunca compartimos,
desnudarme los ojos
como un diario de anhelos enjaulados
bajo ese glaciar que siempre conservó su esencia
y su dolor antiguo.
Tendría que girar los ángulos de la prisa
para no mentirte
cuando la piel me suplicara veranos por sus aristas frescas,
descuartizar ese tiempo que se nos alzó, tranquilo,
en el cuarto más oscuro y sordo de nuestros pechos,
tararear el himno de todas las naciones
para no gritar ese idioma que nadie entendería
y quedarnos solos
como se quedan, a veces, los que se quieren tanto.
Debería tener dos vidas
para ser contigo en la ciénaga que hoy aborta tus saltos,
para enseñarte los destinos que hice propios buscándote
cuando el amor
zurcía las pisadas de un globo entre los pájaros,
aprender otros dialectos
por si más allá de un silencio no me comprendieras
o plantar una trinchera entre palabra y caricia
del color de un azucarillo en los labios.
No debería quererte todavía
ni guardarte en el segmento que entrelaza
la luna con su alma
para abrazarte en el envés de los lienzos en blanco
y no ser sino ilusión de amapola
de un paisaje nunca contemplado.
Habría de lloverte encima
y, en tu agonía,
reinventar, inocua, el sonido de la lluvia.