Editorial Alaire

María José Honguero Lucas escribió:La vida va dibujándose a bosquejos,
a trazos discontinuos,
con la maleta cargada de arrecifes,
de cuerpos poco hechos
o esas esperas cíclicas que embalsaman,
con sus jugos,
la espontaneidad de los pájaros.

Nos hacemos muy pequeños
en la concavidad de una sombra inesperada,
remendamos la voz y de los ojos
nos nacen arquitectos no formados
capaces de abrazar al dios más evasivo,
nos miramos las manos, otras veces,
y vemos en sus huellas los silencios
de un ser que no nos pertenece.

El balbuceo es la única salida
con que tararear los signos, los espejos,
esa aurora prestada que amortigua su esencia
en el translúcido estar de tu ceguera,
es el único idioma que te legaron los árboles
antes de aquel octubre desconchado.

Vives, anhelas
y anhelas mientras vives edificios en blanco
donde pintar los insomnios de la escarcha,
ventrílocuos a solas o islas por encargo
en el desnivel de un parpadeo.

Hay días que el dolor encuentra el magma
con que abrasar los puntos de partida,
en que la piel es un reducto de trinchera
vencido por los años
y los libros de aventuras se resumen al polvo
donde soplar mareas.
Otros, sin embargo,
se nos cuela la lluvia en la cicatriz más profunda
y nos nacen segmentos de una estrella
con olor a entretiempo.

Hoy la vida es inmensamente triste.

Apagaré las luces, te rodearé con mis brazos
mientras tú, con la serenidad de un sueño,
me susurras “vida mía, ya pasó”.

María José Honguero Lucas escribió:
La vida va dibujándose a bosquejos,
a trazos discontinuos,
con la maleta cargada de arrecifes,
de cuerpos poco hechos
o esas esperas cíclicas que embalsaman,
con sus jugos,
la espontaneidad de los pájaros.

Nos hacemos muy pequeños
en la concavidad de una sombra inesperada,
remendamos la voz y de los ojos
nos nacen arquitectos no formados
capaces de abrazar al dios más evasivo,
nos miramos las manos, otras veces,
y vemos en sus huellas los silencios
de un ser que no nos pertenece.

El balbuceo es la única salida
con que tararear los signos, los espejos,
esa aurora prestada que amortigua su esencia
en el translúcido estar de tu ceguera,
es el único idioma que te legaron los árboles
antes de aquel octubre desconchado.

Vives, anhelas
y anhelas mientras vives edificios en blanco
donde pintar los insomnios de la escarcha,
ventrílocuos a solas o islas por encargo
en el desnivel de un parpadeo.

Hay días que el dolor encuentra el magma
con que abrasar los puntos de partida,
en que la piel es un reducto de trinchera
vencido por los años
y los libros de aventuras se resumen al polvo
donde soplar mareas.
Otros, sin embargo,
se nos cuela la lluvia en la cicatriz más profunda
y nos nacen segmentos de una estrella
con olor a entretiempo.

Hoy la vida es inmensamente triste.

Apagaré las luces, te rodearé con mis brazos
mientras tú, con la serenidad de un sueño,
me susurras “vida mía, ya pasó”.