5,438
Publicado: Mar, 20 May 2008 3:06
5,438
La multitud se aproximaba aL lente de la mega cámara. Su roer se alzaba en el humo de 5,438 cigarrillos que hacían círculos en la densidad de aquella tarde. La humedad sacaba de la tierra misma un hedor a cobre y a oro viejo y a pedacitos de carbón entremezclados con las astillas de algún cráneo, de algún bracito que se lo tragara la tierra movediza de Palenque.
La euforia era una hipnotización masiva que se había apoderado del pueblo y los hacia clarividentes, ojos grandes, desorbitados de tanta presión sobre su nervio óptico, ver ya no era posible, ahora con los vasos rotos y ensangrentadas pupilas, ahora eran videntes.
La hora avanzaba en altisonantes y bajos que precipitaban una lluvia de gotas gruesas y algunos corrían con bolsas de papel en las cabezas y otros hacían un círculo asidos de las asas de sus tacitas de café con floreritas en los bordes y en unísono alzaban su canto:
¡ROSA ROSA ROSA ROSA ROSA!
El manto de la noche con el fuego y el alarido de sus miradas llameantes se confundía en una escena que decapitaba el día y en sus hombros cargaba sus cabezas que giraban cual torniquetes en un esfuerzo fútil por hacer parar la hemorragia que producía aquella tajante, definitiva, herida.
Long Beach, New York
E. R. Aristy
ERA Copyright © 2004
La multitud se aproximaba aL lente de la mega cámara. Su roer se alzaba en el humo de 5,438 cigarrillos que hacían círculos en la densidad de aquella tarde. La humedad sacaba de la tierra misma un hedor a cobre y a oro viejo y a pedacitos de carbón entremezclados con las astillas de algún cráneo, de algún bracito que se lo tragara la tierra movediza de Palenque.
La euforia era una hipnotización masiva que se había apoderado del pueblo y los hacia clarividentes, ojos grandes, desorbitados de tanta presión sobre su nervio óptico, ver ya no era posible, ahora con los vasos rotos y ensangrentadas pupilas, ahora eran videntes.
La hora avanzaba en altisonantes y bajos que precipitaban una lluvia de gotas gruesas y algunos corrían con bolsas de papel en las cabezas y otros hacían un círculo asidos de las asas de sus tacitas de café con floreritas en los bordes y en unísono alzaban su canto:
¡ROSA ROSA ROSA ROSA ROSA!
El manto de la noche con el fuego y el alarido de sus miradas llameantes se confundía en una escena que decapitaba el día y en sus hombros cargaba sus cabezas que giraban cual torniquetes en un esfuerzo fútil por hacer parar la hemorragia que producía aquella tajante, definitiva, herida.
Long Beach, New York
E. R. Aristy
ERA Copyright © 2004