Placenta
Publicado: Mar, 27 Ene 2015 15:48
Como en el principio de los tiempos,
veo una luz intrauterina,
una luz roja y verde a la vez,
una luz temprana,
una luz tan azucarada que mis dientes se estremecen.
Las partículas incendiadas, como pequeños globos que
se escurren entre los rayos de esta extraña estrella,
me llevan a la selva amarilla
y me pierdo entre las ramas secas
y entre los árboles ambiciosos, ambiciosos
por llegar a las nubes. Nubes saladas, nubes nocturnas, profundas.
Las hormigas pasean por
mis uñas y mis huesos,
y este olor me deja ciega, ciega, en un paisaje rápido
que no me siento capaz de comprender;
en un cielo blanco,
en un arroyo preñado de piedras grises.
Cuando piso la tierra no me hago daño,
no me produce temor correr entre las raíces
que me dan de comer,
entre las hojas que se vuelven a mirarme,
mientras que en el aire se posan sonidos y voces que hacen que quiera morirme ahí mismo.
El éxtasis se acerca, siento en mi carne que el final me coge en brazos.
Mis arterias se abren sin pedirme permiso
y subo hasta la noche.
El cazador de la máscara me persigue
y me encuentra. El dolor de su agarre me alivia,
y cuando yazco entre esas sábanas tan líquidas,
me olvido de aquella naturaleza onírica, prehistórica,
de los ojos de la Diosa, tan ensordecedora y certera como una lámpara en el esternón, que te derrama las luces en los ojos.
Me despido de la selva para siempre.
veo una luz intrauterina,
una luz roja y verde a la vez,
una luz temprana,
una luz tan azucarada que mis dientes se estremecen.
Las partículas incendiadas, como pequeños globos que
se escurren entre los rayos de esta extraña estrella,
me llevan a la selva amarilla
y me pierdo entre las ramas secas
y entre los árboles ambiciosos, ambiciosos
por llegar a las nubes. Nubes saladas, nubes nocturnas, profundas.
Las hormigas pasean por
mis uñas y mis huesos,
y este olor me deja ciega, ciega, en un paisaje rápido
que no me siento capaz de comprender;
en un cielo blanco,
en un arroyo preñado de piedras grises.
Cuando piso la tierra no me hago daño,
no me produce temor correr entre las raíces
que me dan de comer,
entre las hojas que se vuelven a mirarme,
mientras que en el aire se posan sonidos y voces que hacen que quiera morirme ahí mismo.
El éxtasis se acerca, siento en mi carne que el final me coge en brazos.
Mis arterias se abren sin pedirme permiso
y subo hasta la noche.
El cazador de la máscara me persigue
y me encuentra. El dolor de su agarre me alivia,
y cuando yazco entre esas sábanas tan líquidas,
me olvido de aquella naturaleza onírica, prehistórica,
de los ojos de la Diosa, tan ensordecedora y certera como una lámpara en el esternón, que te derrama las luces en los ojos.
Me despido de la selva para siempre.