Muerte en los ruedos-fiesta nacional (versión modificada)
Publicado: Mié, 07 Ene 2015 20:56
La lumbre apagada duerme
mientras reverberan, clamando justicia,
los cuernos de un triste toro.
Ya nadie se atreve a vérselas,
sin círculos que delimiten la muerte
ni antorchas que iluminen la noche.
-Acercaos a mi pena...
parece decir el moribundo y suplicante animal,
torcido y doblegado en su suplicio.
Ya no le quedan fuerzas,
ni siquiera para barrer de un lametón
al ingenuo niño que clava palillos en sus ojos.
Se divierte, y tanto que se divierte
el niño frente al manso animal.
Y se sonrojan, y tanto que se sonrojan
las niñas que portan relucientes velas.
Los muertos festejados lloran sin consuelo
al ver manchadas sus blancas camisas
por la penosa sangre que se derrama.
Los campos se hunden, anegados,
en el barbecho de la fiesta nacional,
y se oculta la cosecha, avergonzada.
Corren los niños la cortina del sueño,
y las niñas descubren el decorado
donde una vez más rodará el hombre,
y habrá de ser quien es:
el esperpento de la muerte y la guerra,
la sangre y la destrucción.
El aire se pliega en su olor a muertos,
cae la tarde para dar su última estocada.
Se rompen pañuelos en sonoros aplausos,
silenciando el último intento por respirar.
La sangre, airada, se derrama,
cubriendo de vergüenza los ruedos.
Las flores hablan entre ellas,
y se lamentan en silencio.
Y las calaveras de toda una nación
se levantan con orgullo, una vez más,
para pasear con su traje de luces;
besar la frente negra de la pena;
y brindar con vino fino y mantillas
por el olvido de la sangre derramada
en los ruedos,
y campos de España.
mientras reverberan, clamando justicia,
los cuernos de un triste toro.
Ya nadie se atreve a vérselas,
sin círculos que delimiten la muerte
ni antorchas que iluminen la noche.
-Acercaos a mi pena...
parece decir el moribundo y suplicante animal,
torcido y doblegado en su suplicio.
Ya no le quedan fuerzas,
ni siquiera para barrer de un lametón
al ingenuo niño que clava palillos en sus ojos.
Se divierte, y tanto que se divierte
el niño frente al manso animal.
Y se sonrojan, y tanto que se sonrojan
las niñas que portan relucientes velas.
Los muertos festejados lloran sin consuelo
al ver manchadas sus blancas camisas
por la penosa sangre que se derrama.
Los campos se hunden, anegados,
en el barbecho de la fiesta nacional,
y se oculta la cosecha, avergonzada.
Corren los niños la cortina del sueño,
y las niñas descubren el decorado
donde una vez más rodará el hombre,
y habrá de ser quien es:
el esperpento de la muerte y la guerra,
la sangre y la destrucción.
El aire se pliega en su olor a muertos,
cae la tarde para dar su última estocada.
Se rompen pañuelos en sonoros aplausos,
silenciando el último intento por respirar.
La sangre, airada, se derrama,
cubriendo de vergüenza los ruedos.
Las flores hablan entre ellas,
y se lamentan en silencio.
Y las calaveras de toda una nación
se levantan con orgullo, una vez más,
para pasear con su traje de luces;
besar la frente negra de la pena;
y brindar con vino fino y mantillas
por el olvido de la sangre derramada
en los ruedos,
y campos de España.