ME VOY ALLÁ… A MI HUMILDE RANCHO
Publicado: Mar, 30 Dic 2014 21:56
Cuando yo hablo de mi rancho, amigos, no hablo sólo de un bello lugar de respiros y descansos. En él viven sueños visionarios de mi padre, sueños ancestrales que hacían a su esencia. Sueños que desde su niñez acariciaba como imposible anhelo.
Hasta que pudo un día hacer suyo monte y piedras y transmitir el telúrico amor de lo soñado. Perdido entre sierras estaba ese valle montaraz, dueño de espinillos y de talas, de cocos y de molles, con la leyenda de sus sombras, y que generoso se dejaba cruzar por una acequia nacida en frescos hontanares y vertientes rumorosas mientras se recostaba sobre el río que lo velaba en el naciente.
Hoy todo está cambiado: la guadaña retiró los yuyos, a mano se sacó piedra por piedra y el esfuerzo grato levantó el rancho que descansa sobre el glauco de una pradera que amarillea en el invierno y reverdece en los veranos. Después vino el progreso de las cortadoras que dejaron un mantel en la extensión del prado y fue creciendo la arboleda plantada en retoños de roble, eucaliptos y de tilos hasta llegar muy alto a besar las nubes y dejando a sus pies generosas sombras…
También llegó la luz de la mano de paneles cómplices del sol y hasta huellas de cemento hicieron menos dura la trepada del camino real. Y llegaron hijos que me dieron nietos que todo cambiaron y con amor tomaron en herencia rica la tradición que dejó el visionario abuelo.
Estarán conmigo bebiendo de brisas que bebió mi viejo, mi querido viejo, y de él hoy hablan como si algún día con él caminaran huellas de herradura y en fogón cantaran suavidad de zambas y unas chacareras. Y es mérito mío que amen a mi padre sin haberlo visto ni haberlo escuchado, pues no pasa ni un día sin que les recuerde valores sagrados que ungieron su vida.
Yo sólo tuve la suerte de ser su hijo y de haberlo amado.
Copyright©2014
Todos los derechos reservados
Hasta que pudo un día hacer suyo monte y piedras y transmitir el telúrico amor de lo soñado. Perdido entre sierras estaba ese valle montaraz, dueño de espinillos y de talas, de cocos y de molles, con la leyenda de sus sombras, y que generoso se dejaba cruzar por una acequia nacida en frescos hontanares y vertientes rumorosas mientras se recostaba sobre el río que lo velaba en el naciente.
Hoy todo está cambiado: la guadaña retiró los yuyos, a mano se sacó piedra por piedra y el esfuerzo grato levantó el rancho que descansa sobre el glauco de una pradera que amarillea en el invierno y reverdece en los veranos. Después vino el progreso de las cortadoras que dejaron un mantel en la extensión del prado y fue creciendo la arboleda plantada en retoños de roble, eucaliptos y de tilos hasta llegar muy alto a besar las nubes y dejando a sus pies generosas sombras…
También llegó la luz de la mano de paneles cómplices del sol y hasta huellas de cemento hicieron menos dura la trepada del camino real. Y llegaron hijos que me dieron nietos que todo cambiaron y con amor tomaron en herencia rica la tradición que dejó el visionario abuelo.
Estarán conmigo bebiendo de brisas que bebió mi viejo, mi querido viejo, y de él hoy hablan como si algún día con él caminaran huellas de herradura y en fogón cantaran suavidad de zambas y unas chacareras. Y es mérito mío que amen a mi padre sin haberlo visto ni haberlo escuchado, pues no pasa ni un día sin que les recuerde valores sagrados que ungieron su vida.
Yo sólo tuve la suerte de ser su hijo y de haberlo amado.
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