Homo sandio
Publicado: Dom, 14 Dic 2014 20:31
—¡Cortarles la lengua a todos! —gritaba alguien con voz oxidada y un cuerpo que era la evocación de la ruina.
La atmósfera estaba tan cargada de olor a coñac barato que desafiaba como una navaja abierta. Así era el ambiente de viscoso y amenazante en el bar. Deteriorado al punto de exudar la amarga fetidez de las ideas apelmazadas que malician al más bienintencionado. La hospitalidad tenía el olor del miedo y el sabor de la hiel, y el único alarde autorizado eran los años de una vida de rancios pensamientos de andamiaje.
Y no, no estaban muertos los hombres que motivaban el sombrío efecto del sitio, pero en la cúspide de su lucidez sólo alcanzaban la agilidad especulativa de los cadáveres congelados. Cascarones casi vacíos, con la sensibilidad erosionada y la linealidad de pensamiento como la única progresión posible; y admisible. Así eran estos hombres. Si en aquel preciso instante la profundidad y las oscuridades de sus reflexiones pudieran haber sido transcritas por la pluma de un poeta, de buen seguro la lectura habría estado infestada de versos suplicantes que acabarían ejerciendo como latigazos de vergüenza.
Tampoco es que sus voces fueran solamente espurreos. Es que eran voces que exhortaban desde una ignorancia calcinante que aspiraba agostar la diversidad en el pequeño mundo que les rodeaba. Era muy desalentador tenerlos cerca, porque su existencia era el testimonio de la monstruosidad que tejía una infinita telaraña de sogas que anhelaba asfixiar todo lo que no fuera la misma desolación. Estos hombres eran el trastero de la humanidad. Sus juicios sólo eran diatribas que inducían visiones de laderas desnudas y mantos de cenizas en los yermos. Tristeza y monotonía.
A estos miserables era deseable percibirlos como el experimento de alguna civilización alienígena que trataba a su grupo de humanos como simple ganado de granja. Seguro que se habrían aburrido. Elaborar un diagnóstico breve e inmediato de los humanos de esta hipotética granja no habría sido complicado. Solamente eran hombres que se consumirían por innumerables afecciones y padecerían todo tipo de dolencias físicas, y no cabía duda de que no morirían por un derrame cerebral. El único interrogante que presentaría su evaluación habría sido cómo descifrar el secreto que les permitía hablar, odiar y seguir de pie al mismo tiempo. Y aunque todos coincidían en las estridencias de unos gruñidos contagiados por la rabia, esa supuesta civilización habría reconocido tres tipologías de hombres en este lugar.
Una de ellas el sandio virtuoso, pobre diablo viciado de prejuicios y reconocible porque utilizaba la conjunción adversativa: "yo no soy ..., pero...". Otra el sandio visionario, que, en contraposición al anterior, con la razón del basalto como pilar, era fiel al subjuntivo: "si yo fuera... se iban a acabar las gilipolleces". Y finalmente, el sandio óptimo. Un héroe de la naftalina. La evolución última del sandio: "es así; y punto". Sí, los alienígenas habrían confirmando que no hay arcanos en la sandez, que es la evidencia más notoria en la especie que estarían investigando. Y es que si la voluntad humana es una fuerza imparable y vital, la del Homo sandio es un lecho mortuorio sobre el que se verte acero hirviendo.
—Los tanques habría mandado el primer día; y punto —continuaba alguno con ese discernir que se asemejaba al chirriar de unas chotacabras tóxicas.
Pero sin extraterrestres, sólo es una historia de hombres que vivían de fragmentos del pasado y razonaban con los pelos del entrecejo.
La atmósfera estaba tan cargada de olor a coñac barato que desafiaba como una navaja abierta. Así era el ambiente de viscoso y amenazante en el bar. Deteriorado al punto de exudar la amarga fetidez de las ideas apelmazadas que malician al más bienintencionado. La hospitalidad tenía el olor del miedo y el sabor de la hiel, y el único alarde autorizado eran los años de una vida de rancios pensamientos de andamiaje.
Y no, no estaban muertos los hombres que motivaban el sombrío efecto del sitio, pero en la cúspide de su lucidez sólo alcanzaban la agilidad especulativa de los cadáveres congelados. Cascarones casi vacíos, con la sensibilidad erosionada y la linealidad de pensamiento como la única progresión posible; y admisible. Así eran estos hombres. Si en aquel preciso instante la profundidad y las oscuridades de sus reflexiones pudieran haber sido transcritas por la pluma de un poeta, de buen seguro la lectura habría estado infestada de versos suplicantes que acabarían ejerciendo como latigazos de vergüenza.
Tampoco es que sus voces fueran solamente espurreos. Es que eran voces que exhortaban desde una ignorancia calcinante que aspiraba agostar la diversidad en el pequeño mundo que les rodeaba. Era muy desalentador tenerlos cerca, porque su existencia era el testimonio de la monstruosidad que tejía una infinita telaraña de sogas que anhelaba asfixiar todo lo que no fuera la misma desolación. Estos hombres eran el trastero de la humanidad. Sus juicios sólo eran diatribas que inducían visiones de laderas desnudas y mantos de cenizas en los yermos. Tristeza y monotonía.
A estos miserables era deseable percibirlos como el experimento de alguna civilización alienígena que trataba a su grupo de humanos como simple ganado de granja. Seguro que se habrían aburrido. Elaborar un diagnóstico breve e inmediato de los humanos de esta hipotética granja no habría sido complicado. Solamente eran hombres que se consumirían por innumerables afecciones y padecerían todo tipo de dolencias físicas, y no cabía duda de que no morirían por un derrame cerebral. El único interrogante que presentaría su evaluación habría sido cómo descifrar el secreto que les permitía hablar, odiar y seguir de pie al mismo tiempo. Y aunque todos coincidían en las estridencias de unos gruñidos contagiados por la rabia, esa supuesta civilización habría reconocido tres tipologías de hombres en este lugar.
Una de ellas el sandio virtuoso, pobre diablo viciado de prejuicios y reconocible porque utilizaba la conjunción adversativa: "yo no soy ..., pero...". Otra el sandio visionario, que, en contraposición al anterior, con la razón del basalto como pilar, era fiel al subjuntivo: "si yo fuera... se iban a acabar las gilipolleces". Y finalmente, el sandio óptimo. Un héroe de la naftalina. La evolución última del sandio: "es así; y punto". Sí, los alienígenas habrían confirmando que no hay arcanos en la sandez, que es la evidencia más notoria en la especie que estarían investigando. Y es que si la voluntad humana es una fuerza imparable y vital, la del Homo sandio es un lecho mortuorio sobre el que se verte acero hirviendo.
—Los tanques habría mandado el primer día; y punto —continuaba alguno con ese discernir que se asemejaba al chirriar de unas chotacabras tóxicas.
Pero sin extraterrestres, sólo es una historia de hombres que vivían de fragmentos del pasado y razonaban con los pelos del entrecejo.