Carta de amor a Laura desde las sombras
Publicado: Mar, 09 Dic 2014 19:52
Abdiqué de la luz.
Ahora soy viejo
y estoy perdido entre las sombras,
enredado en el tiempo y en la muerte,
como tú...
(Arturo Maccanti)
Espero tu respuesta,
cae la nieve sobre mi comportamiento
y te enfadas por mi forma de luchar
contra las embestidas que me llegan.
No puedo dejar de ser
ese toro que entra a los castigos,
sin otra razón que por escuchar
el goteo de su sangre,
la llama helada de su corazón ardiente.
No hay vanidad
sino ansias
de compartir las emociones
que me embargan.
Vengo de un corredor de casas
cuyos dueños eran judíos,
en las que cantaban hacinados
el flamenco mortal
de la alegría
marineros andaluces
que reventaron el alba
en el primer destello de mi nombre.
Cerca fluía el arroyo
hacia el que voy y no me importa,
allí encontraré a mis primeros amigos
cuando nos inunde el tiempo
y sean como nosotros
los que nos despreciaron
por nuestra pobreza.
Construyeron edificios
altos sobre los huesos
tibios de la colina
pero yo seguía viéndote en la cúspide
con un pañuelo herido por tu mano
y una elegancia irreverente y firme
que me mata de celos
quisiera de ti tener
verbos de lo innombrable,
y hasta la norma estricta de tu muerte.
La poesía enfermó de inconsistencia,
de soledad y hastío
el último septiembre,
¿a qué labios habrá ido
a recobrar la locura?
¿Qué trovador discreto
y apasionado
se alejó para siempre de sus islas?
La vieron en Nueva york
queriendo arrancar las ramas
de Strand
en un lienzo de Hopper
serio y desangelado.
Los poetas, Laura, ya no están locos;
se envían flores
envenenadas con olor a naftalina
en espacios abiertos,
pétalos de papel
que desprecian el ritmo y la rima
y que huelen a cieno estancado.
No se nos ha perdido
la primera caricia,
aún no está enterrado
nuestro primer beso
en los huertos hollados
por las sombras y la rutina.
Debo andar por los escombros
en los que se humilla
al monte de mi infancia
para volver a hablar al viento
¡Dios mío, cómo te amaba!
En la pequeña ciudad
que ha perdido la luz
de los escaparates
y arrincona su lengua,
todos los hombres
llevan el mismo traje,
todas las mujeres se parecen,
pero tú, amor mío,
habrías de traspasar la entrega
del cristianismo antiguo
que hierve frío en tu pecho,
duermes entre las flores,
abres mi corazón
al latido de un verso que siempre se extravía,
en la noche de abril de un beso que aprisiona,
mientras Neruda duerme abierto entre tus manos
en un banco rojizo de un jardín de la Argentina.
Ahora soy viejo
y estoy perdido entre las sombras,
enredado en el tiempo y en la muerte,
como tú...
(Arturo Maccanti)
Espero tu respuesta,
cae la nieve sobre mi comportamiento
y te enfadas por mi forma de luchar
contra las embestidas que me llegan.
No puedo dejar de ser
ese toro que entra a los castigos,
sin otra razón que por escuchar
el goteo de su sangre,
la llama helada de su corazón ardiente.
No hay vanidad
sino ansias
de compartir las emociones
que me embargan.
Vengo de un corredor de casas
cuyos dueños eran judíos,
en las que cantaban hacinados
el flamenco mortal
de la alegría
marineros andaluces
que reventaron el alba
en el primer destello de mi nombre.
Cerca fluía el arroyo
hacia el que voy y no me importa,
allí encontraré a mis primeros amigos
cuando nos inunde el tiempo
y sean como nosotros
los que nos despreciaron
por nuestra pobreza.
Construyeron edificios
altos sobre los huesos
tibios de la colina
pero yo seguía viéndote en la cúspide
con un pañuelo herido por tu mano
y una elegancia irreverente y firme
que me mata de celos
quisiera de ti tener
verbos de lo innombrable,
y hasta la norma estricta de tu muerte.
La poesía enfermó de inconsistencia,
de soledad y hastío
el último septiembre,
¿a qué labios habrá ido
a recobrar la locura?
¿Qué trovador discreto
y apasionado
se alejó para siempre de sus islas?
La vieron en Nueva york
queriendo arrancar las ramas
de Strand
en un lienzo de Hopper
serio y desangelado.
Los poetas, Laura, ya no están locos;
se envían flores
envenenadas con olor a naftalina
en espacios abiertos,
pétalos de papel
que desprecian el ritmo y la rima
y que huelen a cieno estancado.
No se nos ha perdido
la primera caricia,
aún no está enterrado
nuestro primer beso
en los huertos hollados
por las sombras y la rutina.
Debo andar por los escombros
en los que se humilla
al monte de mi infancia
para volver a hablar al viento
¡Dios mío, cómo te amaba!
En la pequeña ciudad
que ha perdido la luz
de los escaparates
y arrincona su lengua,
todos los hombres
llevan el mismo traje,
todas las mujeres se parecen,
pero tú, amor mío,
habrías de traspasar la entrega
del cristianismo antiguo
que hierve frío en tu pecho,
duermes entre las flores,
abres mi corazón
al latido de un verso que siempre se extravía,
en la noche de abril de un beso que aprisiona,
mientras Neruda duerme abierto entre tus manos
en un banco rojizo de un jardín de la Argentina.