Historia de un hongo
Publicado: Sab, 06 Dic 2014 12:16
Hice todo lo posible por evitar la visita al podólogo pero la uña mutante del dedo segundo era tesonera. Todo empezó con un improvisado partido de fútbol en el patio porticado del Colegio mayor. Yo formaba parte de un equipo de cinco jugadores y por mi posición de puntal rondaba de continuo la columna jónica que hacia de palo izquierdo en la portería contraria. El partido transcurría sin incidentes cuando recibí el balón e intenté un regate que desplazó la pelota hacia la esquina, muy cerca de otra columna que ejercía de banderín para el saque de esquina. Al caracolear me di cuenta de que el defensor había picado con el amago y que estaba en buena disposición para realizar el centro hacia el cabeceador del equipo. Buscando su ubicación elevé un momento la cabeza y me dispuse a centrar con la mayor precisión posible. Al golpear la pelota comprendí en seguida que algo iba mal, en vez de sentir en la parte interna del empeine el impacto ligeramente blando del cuero, noté como la dura piedra chocaba contra las falanges de mi extremidad inferior derecha, el dolor llegó para fulminarme y me tiré al suelo quejándome desaforadamente cual si me hubieran dado con un mazo de hierro. Tuve suerte y no me rompí ningún hueso.
El dedo más afectado fue el gordo, primero se puso del color de la berenjena, luego la uña fue perdiendo consistencia hasta caerse. Con los días, sobre la carne desguarnecida, creció una nueva callosidad córnea que avanzaba por su territorio natural hasta que se formó una bonita y rosada uña. Transcurrido un mes comencé a percibir que ésta, en su base, se amorataba progresivamente como afectada de algún mal desconocido que finalmente la hizo desprenderse casi en su totalidad, salvo en determinados puntos del contorno donde la piel se resistía a perder adherencia. Consulté con Rubén, estudiante de farmacia:
-Tienes un hongo-me dijo con repugnancia.
-¿Qué puedo hacer?-le pregunté.
-ir a un podólogo, y si no, compra un fármaco que se llama ungulix, es bastante eficaz para tratar la micosis.
Opté por lo segundo y adquirí en una farmacia el producto recomendado. Venía en un frasquito de plástico similar a una botella de las que se utilizan para guardar licor de guindas, contenía un líquido rojizo y se administraba con un pincel que iba adosado al tapón. Exigía mucha paciencia y extremo cuidado. Mi habitual forma de proceder era simple: en la habitación me descalzaba, me quitaba el calcetín y aplicaba el medicamento igual que si me estuviera pintando las uñas de los pies. Esta fue la causa de cierto malentendido en el que, más adelante, me vi implicado. Ya digo que lo ordinario es que esa operación la realizara en la intimidad, pero la efectividad del tratamiento hacia necesaria la administración de cinco dosis diarias en horas determinadas. Como se puede suponer, no estaba dispuesto permanecer recluido por ese motivo, así que llevaba el recipiente en el bolsillo y cuando tocaba barnizar la uña fuera de casa, buscaba un lugar cerrado –casi siempre el servicio de un bar- para seguir rigurosamente el tratamiento.
Una noche, entre semana, me encontraba en plena charla con unos amigos en el pub j, una taberna de aspecto irlandés que frecuentábamos a menudo, la conversación giraba en torno a los derechos civiles de gays y lesbianas
-a mi me parece muy bien que tengan los mismos derechos que los heterosexuales-dijo marta -Ya era hora
-a mi también me parece bien, pero con matices, lo de las adopciones no lo veo tan claro-intervino Julián
-pues a mi me parece fatal, que queréis que os diga, el matrimonio es entre hombre y mujer y punto, ya lo dice el diccionario-añadió alba
-hombre, no vas a reducirlo todo a la etimología, la realidad social está ahí-dijo Julián
-desde luego que si, pero hay que poner unos limites ¿no crees? Y hay que pensar en los niños, no les vas a privar de la figura materna o paterna, según el caso-argumentó alba
-eso es una tontería, lo que necesitan los niños es cariño, y eso se lo pueden dar dos mujeres o dos hombres, además, hay estudios que afirman que no les va a condicionar su orientación sexual el hecho de que los críen dos del mismo sexo-dijo Marta
-a mi lo que me parece exagerado es todo esto del orgullo gay, vale que tengan los mismos derechos, pero ahora parece que los tontos somos los heterosexuales y que ellos son los guais. Ni tanto ni tan calvo-dijo Julián
-tienes razón, además se esta montando un gran negocio alrededor de algo muy serio-dijo alba
-¡pero mira que sois retrógrados!, negocio se hace con todo, e idiotas los hay en cualquier parte, pero lo cierto es que esto se les debía, era una deuda histórica-dijo Marta
-claro, es la victoria sobre la barbarie ¿ no?-dijo Alba
-pues mira, si, por lo menos demostramos ser civilizados-contestó Marta
-¿será por eso que nos gusta tanto ser paritarios?-ironizó Luis
-¡eso si que tiene gracia!¿no se debe nombrar para cualquier cargo al más competente, independientemente de que sea hombre o mujer? ¿no seria lo correcto un gabinete mujeres al cien por cien si fueran ellas las más preparadas? vaya gilipollez-argüí
-mira que sois machistas, que pongan el mismo número de mujeres que de hombres en el gobierno es lo mínimo que pueden hacer-dijo Marta, convencida
-¿otra deuda histórica? en este país nos pasamos de modernos-dijo Alba
Trajinando con los temas de actualidad, llegó mi hora, y pedí disculpas para cumplir con la preceptiva sesión. En aquel momento, en torno a la una de la madrugada, el pub j. estaba abarrotado. Al aproximarme a los urinarios me di cuenta que el de caballeros debía estar ocupado, ya que un individuo fumaba apoyado contra la pared en situación de espera , en cambio, ante el de las damas no había nadie afuera, por lo que supuse que podría estar libre. Sin saber exactamente por qué, tenía el convencimiento de que la efectividad de la medicina dependía exclusivamente de la puntualidad y la pulcritud con que tratara al hongo invasor. “Es un ser vivo- razonaba -y cada segundo que me demore es terreno que gana. No puedo hacerlo antes de la hora porque todavía perdura el efecto de la dosis anterior, el exceso actúa como el abono para las plantas-lo dice el prospecto-, no puedo demorarme tampoco porque el hongo se crecerá creyendo que no hay oposición para su avance”. Miré el reloj: pasaban quince minutos de la una. Era el momento. Sin pensarlo dos veces abrí la puerta del servicio de mujeres ante la sorpresa del hombre que esperaba turno. En un principio, al no estar bloqueada la entrada, creí que no había nadie dentro, pero bajo las puertas de ambos retretes asomaban cuatro piernas alineadas, dos con pantalón y dos con falda, las de pantalón pertenecían a una mujer gruesa que usaba zapatillas de deporte y bragas negras; su acompañante llevaba falda, zapatos de tacón y bragas blancas. No hacían el menor ruido y de no haberlas visto no hubiera adivinado que estaban allí. Aunque sabia que me arriesgaba a que se montara un escándalo, extraje del bolsillo mi frasquito, me descalcé el pie derecho, me quité el calcetín y después de mojarlo procedí a aplicar el pincel sobre mi uña. En el instante en que comenzaba el ritual se escuchó el timbre de un teléfono móvil y la mujer que llevaba falda contestó: diga, ¿cómo te atreves a llamarme? estoy harta de ti, lo nuestro terminó, a ver si te enteras de una vez, si me sigues llamando daré parte a la policía, apagó. Seguidamente se oyó el correr simultáneo del agua en las cisternas, las dos mujeres abrieron las hojas batientes de sus retretes con perfecta coordinación y una tercera puerta, la de acceso a los servicios, se movió hacia mí conformando una curiosa sinfonía a tres bandas; la última de las puertas anunciaba la entrada de Alba en escena. En el punto en que se produjo esta conjunción, yo me hallaba admirando coquetamente la perfecta redondez de mi uña, su brillante superficie, su orgullosa conquista sobre la carne blanda, el imperio protector de su dureza. Mantenía el pincel en la mano con un gesto inequívocamente femenino y apoyaba la planta del pie derecho sobre el borde del lavabo, con el pantalón remangado hasta el muslo. Seguramente la impresión que daba era de que me estaba pintando las uñas de los pies. Las tres mujeres se quedaron tan sorprendidas que no sabían qué decir, la primera en abrir la boca fue Alba: pero ¿tu qué haces aquí?, la más oronda optó por reírse y la del teléfono salió escopetada para avisar a los dueños y decirles que había un pervertido en los lavabos, y que me echaran a patadas. Antes de que esto ocurriera me bajé la pernera, me coloqué el calcetín y el zapato, y guardando el frasco salí de allí con la mayor dignidad posible. Volví a la mesa, tras de mí venía Alba. “Nos debes una explicación”-me dijo. Les conté todo con pelos y señales, pero creo que les pareció una extraña forma de actuar y en definitiva no convencí a nadie. Alba dio otra versión muy diferente de lo ocurrido que fue la que se impuso como verdadera: yo era de la otra acera. A mí, la verdad, me importaba poco lo que creyeran, solo tenia una preocupación: el bienestar de mi pie. Y tenía motivos para alarmarme. Venia observando desde hacia poco que, si bien la uña del dedo gordo se había configurado hermosamente hasta el punto de que para mi era un motivo de orgullo, la del dedo contiguo había comenzado a experimentar una transformación que me empezaba a preocupar seriamente. Los primeros síntomas fueron la aparición de puntitos morados que formaban triángulo, al principio eran minúsculas motitas apenas visibles, pero pronto comenzaron a aumentar de tamaño hasta converger y ocupar como una potencia invasora todo el espacio sano de la uña. De nuevo consulté con Rubén
-El hongo se ha mudado de casa-me dijo
-¿puede afectar a los demás dedos?-le pregunté
-eso no lo sé, pero me da la impresión, por su comportamiento, de que se trata de un hongus monogalis. Si es así no invadirá más territorio salvo que se vea amenazado
-entonces ¿debo suspender el tratamiento?
-yo seguiría, si se va desplazando hacia los dedos menores acabará en el meñique que, como sabes, es el que tiene la uña más pequeña. No obstante, te vuelvo a recomendar que consultes con un especialista-dijo Rubén
Todavía esperé unos días, pero el mal aspecto de la uña, abombada, endureciéndose, presionando la carne blanda hasta hacerla sangrar, me obligó a recurrir a un médico. Mi rechazo hacia esa profesión es absoluto, no tengo confianza en ellos, más ¿qué podía hacer? No conocía a ningún podólogo, así que busqué en los anuncios de un periódico local. En la sección de especialidades médicas/podólogos vi uno que me llamó la atención, decía:
¿Considera usted que sus problemas en los pies necesitan algo más que un tratamiento? ¿no soporta las callosidades ni los juanetes? ¿Padece usted del mal del pié de atleta?¿le disgustan los papilomas?¿se ha visto desbordado por el avance imparable de un hongo?A estas y otras preguntas le dará cumplida respuesta madame foot, experta podóloga, doctorada en podología por la universidad de Harvard, en posesión de diversos masters y medico personal de algunas celebridades.
A esto seguía la dirección y dos teléfonos de contacto. Decidí presentarme en la consulta sin cita previa. Madame foot era una de las personas más extrañas que he conocido , tendría unos setenta años, aunque su edad era difícil de precisar, me recibió en su piso de la calle……, el edificio echaba para atrás y tentado estuve de darme la vuelta, el conjunto parecía estar a punto de derrumbarse, pájaros negros entraban por los huecos de las ventanas con un continuo aleteo que daba escalofríos, la fachada estaba apuntalada por frágiles troncos que se apoyaban en la piedra como mondadientes , junto al portal, una placa oxidada con flecha indicativa, remitía la consulta de madame foot al sótano, a éste se accedía descendiendo por una baranda situada a la izquierda, me acerqué y vi unas escaleras que iban a parar a una puerta de hierro hundida en el suelo, en el dintel un rótulo de metacrilato ponía en letras rojas: madame foot aquí, golpeé con el llamador , escuché como se descorría la mirilla y vi un ojo que me observaba.
-¿qué desea?
-quisiera hacerle una consulta- contesté
-¿ha llamado usted pidiendo cita?- preguntó una voz áspera
-no-dije
-bien, es igual, la verdad es que no tengo a nadie esperando-dijo madame foot franqueándome la entrada
La primera impresión que me produjo aquella anciana es la de que me encontraba en una de esas ferias que se montan en los arrabales de las ciudades, con norias, barracones de tiro, tómbolas y puestos de azúcar hilado; una verbena popular en la que madame foot podría haber representado con brillantez el papel de la adivina oculta tras los cortinajes de terciopelo verde. Vestía como una vieja cíngara, ocultaba el pelo bajo un pañuelo violeta, anudado en la nuca, su rostro arrugado mordía en el blanco de los polvos de arroz, dos grandes aros de oro, clavados a los lóbulos, alargaban asimétricamente la longitud de unas orejas lastradas por el peso del macizo metal, los ojos: grandes, almendrados, en su juventud debieron ser enormes, océanos de misterio que descubrieron mundos y que aún guardaban como bolas de cristal los secretos de un futuro ignorado.¿era podóloga? es posible…. Solo sé que no volví a salir de allí. Hoy mi uña se exhibe como una joya en la vitrina de esta casa-museo. He dado nombre a una especie nueva de hongo. Es mi modesta contribución a la ciencia.
El dedo más afectado fue el gordo, primero se puso del color de la berenjena, luego la uña fue perdiendo consistencia hasta caerse. Con los días, sobre la carne desguarnecida, creció una nueva callosidad córnea que avanzaba por su territorio natural hasta que se formó una bonita y rosada uña. Transcurrido un mes comencé a percibir que ésta, en su base, se amorataba progresivamente como afectada de algún mal desconocido que finalmente la hizo desprenderse casi en su totalidad, salvo en determinados puntos del contorno donde la piel se resistía a perder adherencia. Consulté con Rubén, estudiante de farmacia:
-Tienes un hongo-me dijo con repugnancia.
-¿Qué puedo hacer?-le pregunté.
-ir a un podólogo, y si no, compra un fármaco que se llama ungulix, es bastante eficaz para tratar la micosis.
Opté por lo segundo y adquirí en una farmacia el producto recomendado. Venía en un frasquito de plástico similar a una botella de las que se utilizan para guardar licor de guindas, contenía un líquido rojizo y se administraba con un pincel que iba adosado al tapón. Exigía mucha paciencia y extremo cuidado. Mi habitual forma de proceder era simple: en la habitación me descalzaba, me quitaba el calcetín y aplicaba el medicamento igual que si me estuviera pintando las uñas de los pies. Esta fue la causa de cierto malentendido en el que, más adelante, me vi implicado. Ya digo que lo ordinario es que esa operación la realizara en la intimidad, pero la efectividad del tratamiento hacia necesaria la administración de cinco dosis diarias en horas determinadas. Como se puede suponer, no estaba dispuesto permanecer recluido por ese motivo, así que llevaba el recipiente en el bolsillo y cuando tocaba barnizar la uña fuera de casa, buscaba un lugar cerrado –casi siempre el servicio de un bar- para seguir rigurosamente el tratamiento.
Una noche, entre semana, me encontraba en plena charla con unos amigos en el pub j, una taberna de aspecto irlandés que frecuentábamos a menudo, la conversación giraba en torno a los derechos civiles de gays y lesbianas
-a mi me parece muy bien que tengan los mismos derechos que los heterosexuales-dijo marta -Ya era hora
-a mi también me parece bien, pero con matices, lo de las adopciones no lo veo tan claro-intervino Julián
-pues a mi me parece fatal, que queréis que os diga, el matrimonio es entre hombre y mujer y punto, ya lo dice el diccionario-añadió alba
-hombre, no vas a reducirlo todo a la etimología, la realidad social está ahí-dijo Julián
-desde luego que si, pero hay que poner unos limites ¿no crees? Y hay que pensar en los niños, no les vas a privar de la figura materna o paterna, según el caso-argumentó alba
-eso es una tontería, lo que necesitan los niños es cariño, y eso se lo pueden dar dos mujeres o dos hombres, además, hay estudios que afirman que no les va a condicionar su orientación sexual el hecho de que los críen dos del mismo sexo-dijo Marta
-a mi lo que me parece exagerado es todo esto del orgullo gay, vale que tengan los mismos derechos, pero ahora parece que los tontos somos los heterosexuales y que ellos son los guais. Ni tanto ni tan calvo-dijo Julián
-tienes razón, además se esta montando un gran negocio alrededor de algo muy serio-dijo alba
-¡pero mira que sois retrógrados!, negocio se hace con todo, e idiotas los hay en cualquier parte, pero lo cierto es que esto se les debía, era una deuda histórica-dijo Marta
-claro, es la victoria sobre la barbarie ¿ no?-dijo Alba
-pues mira, si, por lo menos demostramos ser civilizados-contestó Marta
-¿será por eso que nos gusta tanto ser paritarios?-ironizó Luis
-¡eso si que tiene gracia!¿no se debe nombrar para cualquier cargo al más competente, independientemente de que sea hombre o mujer? ¿no seria lo correcto un gabinete mujeres al cien por cien si fueran ellas las más preparadas? vaya gilipollez-argüí
-mira que sois machistas, que pongan el mismo número de mujeres que de hombres en el gobierno es lo mínimo que pueden hacer-dijo Marta, convencida
-¿otra deuda histórica? en este país nos pasamos de modernos-dijo Alba
Trajinando con los temas de actualidad, llegó mi hora, y pedí disculpas para cumplir con la preceptiva sesión. En aquel momento, en torno a la una de la madrugada, el pub j. estaba abarrotado. Al aproximarme a los urinarios me di cuenta que el de caballeros debía estar ocupado, ya que un individuo fumaba apoyado contra la pared en situación de espera , en cambio, ante el de las damas no había nadie afuera, por lo que supuse que podría estar libre. Sin saber exactamente por qué, tenía el convencimiento de que la efectividad de la medicina dependía exclusivamente de la puntualidad y la pulcritud con que tratara al hongo invasor. “Es un ser vivo- razonaba -y cada segundo que me demore es terreno que gana. No puedo hacerlo antes de la hora porque todavía perdura el efecto de la dosis anterior, el exceso actúa como el abono para las plantas-lo dice el prospecto-, no puedo demorarme tampoco porque el hongo se crecerá creyendo que no hay oposición para su avance”. Miré el reloj: pasaban quince minutos de la una. Era el momento. Sin pensarlo dos veces abrí la puerta del servicio de mujeres ante la sorpresa del hombre que esperaba turno. En un principio, al no estar bloqueada la entrada, creí que no había nadie dentro, pero bajo las puertas de ambos retretes asomaban cuatro piernas alineadas, dos con pantalón y dos con falda, las de pantalón pertenecían a una mujer gruesa que usaba zapatillas de deporte y bragas negras; su acompañante llevaba falda, zapatos de tacón y bragas blancas. No hacían el menor ruido y de no haberlas visto no hubiera adivinado que estaban allí. Aunque sabia que me arriesgaba a que se montara un escándalo, extraje del bolsillo mi frasquito, me descalcé el pie derecho, me quité el calcetín y después de mojarlo procedí a aplicar el pincel sobre mi uña. En el instante en que comenzaba el ritual se escuchó el timbre de un teléfono móvil y la mujer que llevaba falda contestó: diga, ¿cómo te atreves a llamarme? estoy harta de ti, lo nuestro terminó, a ver si te enteras de una vez, si me sigues llamando daré parte a la policía, apagó. Seguidamente se oyó el correr simultáneo del agua en las cisternas, las dos mujeres abrieron las hojas batientes de sus retretes con perfecta coordinación y una tercera puerta, la de acceso a los servicios, se movió hacia mí conformando una curiosa sinfonía a tres bandas; la última de las puertas anunciaba la entrada de Alba en escena. En el punto en que se produjo esta conjunción, yo me hallaba admirando coquetamente la perfecta redondez de mi uña, su brillante superficie, su orgullosa conquista sobre la carne blanda, el imperio protector de su dureza. Mantenía el pincel en la mano con un gesto inequívocamente femenino y apoyaba la planta del pie derecho sobre el borde del lavabo, con el pantalón remangado hasta el muslo. Seguramente la impresión que daba era de que me estaba pintando las uñas de los pies. Las tres mujeres se quedaron tan sorprendidas que no sabían qué decir, la primera en abrir la boca fue Alba: pero ¿tu qué haces aquí?, la más oronda optó por reírse y la del teléfono salió escopetada para avisar a los dueños y decirles que había un pervertido en los lavabos, y que me echaran a patadas. Antes de que esto ocurriera me bajé la pernera, me coloqué el calcetín y el zapato, y guardando el frasco salí de allí con la mayor dignidad posible. Volví a la mesa, tras de mí venía Alba. “Nos debes una explicación”-me dijo. Les conté todo con pelos y señales, pero creo que les pareció una extraña forma de actuar y en definitiva no convencí a nadie. Alba dio otra versión muy diferente de lo ocurrido que fue la que se impuso como verdadera: yo era de la otra acera. A mí, la verdad, me importaba poco lo que creyeran, solo tenia una preocupación: el bienestar de mi pie. Y tenía motivos para alarmarme. Venia observando desde hacia poco que, si bien la uña del dedo gordo se había configurado hermosamente hasta el punto de que para mi era un motivo de orgullo, la del dedo contiguo había comenzado a experimentar una transformación que me empezaba a preocupar seriamente. Los primeros síntomas fueron la aparición de puntitos morados que formaban triángulo, al principio eran minúsculas motitas apenas visibles, pero pronto comenzaron a aumentar de tamaño hasta converger y ocupar como una potencia invasora todo el espacio sano de la uña. De nuevo consulté con Rubén
-El hongo se ha mudado de casa-me dijo
-¿puede afectar a los demás dedos?-le pregunté
-eso no lo sé, pero me da la impresión, por su comportamiento, de que se trata de un hongus monogalis. Si es así no invadirá más territorio salvo que se vea amenazado
-entonces ¿debo suspender el tratamiento?
-yo seguiría, si se va desplazando hacia los dedos menores acabará en el meñique que, como sabes, es el que tiene la uña más pequeña. No obstante, te vuelvo a recomendar que consultes con un especialista-dijo Rubén
Todavía esperé unos días, pero el mal aspecto de la uña, abombada, endureciéndose, presionando la carne blanda hasta hacerla sangrar, me obligó a recurrir a un médico. Mi rechazo hacia esa profesión es absoluto, no tengo confianza en ellos, más ¿qué podía hacer? No conocía a ningún podólogo, así que busqué en los anuncios de un periódico local. En la sección de especialidades médicas/podólogos vi uno que me llamó la atención, decía:
¿Considera usted que sus problemas en los pies necesitan algo más que un tratamiento? ¿no soporta las callosidades ni los juanetes? ¿Padece usted del mal del pié de atleta?¿le disgustan los papilomas?¿se ha visto desbordado por el avance imparable de un hongo?A estas y otras preguntas le dará cumplida respuesta madame foot, experta podóloga, doctorada en podología por la universidad de Harvard, en posesión de diversos masters y medico personal de algunas celebridades.
A esto seguía la dirección y dos teléfonos de contacto. Decidí presentarme en la consulta sin cita previa. Madame foot era una de las personas más extrañas que he conocido , tendría unos setenta años, aunque su edad era difícil de precisar, me recibió en su piso de la calle……, el edificio echaba para atrás y tentado estuve de darme la vuelta, el conjunto parecía estar a punto de derrumbarse, pájaros negros entraban por los huecos de las ventanas con un continuo aleteo que daba escalofríos, la fachada estaba apuntalada por frágiles troncos que se apoyaban en la piedra como mondadientes , junto al portal, una placa oxidada con flecha indicativa, remitía la consulta de madame foot al sótano, a éste se accedía descendiendo por una baranda situada a la izquierda, me acerqué y vi unas escaleras que iban a parar a una puerta de hierro hundida en el suelo, en el dintel un rótulo de metacrilato ponía en letras rojas: madame foot aquí, golpeé con el llamador , escuché como se descorría la mirilla y vi un ojo que me observaba.
-¿qué desea?
-quisiera hacerle una consulta- contesté
-¿ha llamado usted pidiendo cita?- preguntó una voz áspera
-no-dije
-bien, es igual, la verdad es que no tengo a nadie esperando-dijo madame foot franqueándome la entrada
La primera impresión que me produjo aquella anciana es la de que me encontraba en una de esas ferias que se montan en los arrabales de las ciudades, con norias, barracones de tiro, tómbolas y puestos de azúcar hilado; una verbena popular en la que madame foot podría haber representado con brillantez el papel de la adivina oculta tras los cortinajes de terciopelo verde. Vestía como una vieja cíngara, ocultaba el pelo bajo un pañuelo violeta, anudado en la nuca, su rostro arrugado mordía en el blanco de los polvos de arroz, dos grandes aros de oro, clavados a los lóbulos, alargaban asimétricamente la longitud de unas orejas lastradas por el peso del macizo metal, los ojos: grandes, almendrados, en su juventud debieron ser enormes, océanos de misterio que descubrieron mundos y que aún guardaban como bolas de cristal los secretos de un futuro ignorado.¿era podóloga? es posible…. Solo sé que no volví a salir de allí. Hoy mi uña se exhibe como una joya en la vitrina de esta casa-museo. He dado nombre a una especie nueva de hongo. Es mi modesta contribución a la ciencia.