Albatros
Publicado: Jue, 04 Dic 2014 11:56
Cuando era niño tenía el mundo a mis pies, corría alegre y saltaba sobre los charcos.
Tocaba las nubes, las mordía y se deshacían en mi boca, mientras miraba a mi abuelo
que entregaba unas monedas al mago de la feria. Aquel señor, con su varita mágica,
creaba rosadas nubes de algodón para todos los niños y sus abuelos. Mi cielo estaba
lleno de albatros, yo por la noche los pintaba con tiza en mi cama; por la mañana,
cuando veía a mi abuelo y le daba un abrazo, los echaba a volar. Mi abuelo sacaba su
pañuelo y se secaba los ojos; ¡lloraba de alegría! Me pasaba toda la noche pintando
albatros de inmensas alas blancas e inocentes. Tenía que concentrarme mucho, me
imaginaba los ojos de mi abuelo, así tal cual eran, celestes, y me sumergía en un
inmenso océano de aguas azules. En la serenidad de aquel mar de cielo, nos amábamos,
mientras los albatros volaban a nuestro alrededor, dándonos su bendición. Mi abuelo era
todo para mí, me perdía en su esponjosa bondad, y vagábamos a la deriva contemplando
el trajín de la ciudad desde nuestro alto cielo. Allí arriba, tan alto, no nos veía nadie,
podíamos abandonarnos a la broma, la risa infantil. Los mismos albatros, a veces, nos
miraban y guiñaban un ojo. Posiblemente ya fuéramos parte de ese cielo. Quizás ya
somos nubes de algodón. Ahora estoy muy triste, querido abuelo, porque un día
decidiste volar más alto, y deje de verte. ¿Te convertiste en albatros? Si es así, esta
noche me pintaré unas grandes alas con mi tiza blanca, y me lanzaré a volar muy alto,
tan alto como tu bella e inalcanzable bondad.
Tocaba las nubes, las mordía y se deshacían en mi boca, mientras miraba a mi abuelo
que entregaba unas monedas al mago de la feria. Aquel señor, con su varita mágica,
creaba rosadas nubes de algodón para todos los niños y sus abuelos. Mi cielo estaba
lleno de albatros, yo por la noche los pintaba con tiza en mi cama; por la mañana,
cuando veía a mi abuelo y le daba un abrazo, los echaba a volar. Mi abuelo sacaba su
pañuelo y se secaba los ojos; ¡lloraba de alegría! Me pasaba toda la noche pintando
albatros de inmensas alas blancas e inocentes. Tenía que concentrarme mucho, me
imaginaba los ojos de mi abuelo, así tal cual eran, celestes, y me sumergía en un
inmenso océano de aguas azules. En la serenidad de aquel mar de cielo, nos amábamos,
mientras los albatros volaban a nuestro alrededor, dándonos su bendición. Mi abuelo era
todo para mí, me perdía en su esponjosa bondad, y vagábamos a la deriva contemplando
el trajín de la ciudad desde nuestro alto cielo. Allí arriba, tan alto, no nos veía nadie,
podíamos abandonarnos a la broma, la risa infantil. Los mismos albatros, a veces, nos
miraban y guiñaban un ojo. Posiblemente ya fuéramos parte de ese cielo. Quizás ya
somos nubes de algodón. Ahora estoy muy triste, querido abuelo, porque un día
decidiste volar más alto, y deje de verte. ¿Te convertiste en albatros? Si es así, esta
noche me pintaré unas grandes alas con mi tiza blanca, y me lanzaré a volar muy alto,
tan alto como tu bella e inalcanzable bondad.