Despedida de año.
Publicado: Dom, 30 Nov 2014 12:32
Despedimos el año. Estuvo bien.
Incluso las palabras que leyó el presidente de la asociación,
las mismas palabras en el mismo papel arrugado del año pasado,
el mismo papel doblado, amarillo, el de siempre, extraído del bolsillo,
una y otra vez, del mismo bolsillo y por el mismo hombre, leído al mismo
público, de año en año, y por el mismo motivo, siempre, siempre lo mismo.
Sin novedad.
Pero empieza el baile:
Lentes graduadas, vista cansada, pero larga, demasiado larga, como del páramo,
ni cortos ni perezosos, vestidos de largo, apaisados, sin tacón los zapatos,
sobre las cinturas, los pechos caídos, de matanza las cinturas, hombros encogidos
de no escuchar, rostros sombríos, pero sobrios, arrugados por la tierra, por el frío, por la
vida, sin cabellos las cabezas, con entradas sin salidas, con pelucas,
blusas, chalecos, chalecos antibalas, camisas, camisas de once varas,
metidos solemnemente en harina, la mayoría matrimonios, normalmente
avenidos,
de un lado para el otro, lateralmente a veces,
de atrás hacia adelante o viceversa,
como robots circulares de fregar el suelo,
un pelotón de soldados de plomo,
parejas en formación,
autómatas de la pista,
Patético.
Con el debido respeto que merecen,
los pocos momentos de ocio que disfrutan, por lo visto.
El grupo, no muy numeroso, seguía al pie de la letra las instrucciones
de algún profesor ausente, anónimo, y con carácter de autónomo, que
sobreviviría, impartiendo clases de bailes para pensionistas
en centros de día, y que sin lugar a dudas,
no pegaba el ojo por la noche, porque a pesar del empeño,
el insomnio le vencía, saltaba a la vista.
Afortunadamente, sólo ocurrió un par de veces, en la canción de El Coyote.
Un baile que viene bien para la artrosis.
Cuando se tiene ya cierta edad, el baile suele ser sólo una excusa para hacer
deporte.
Por lo demás, bien.
Incluso las palabras que leyó el presidente de la asociación,
las mismas palabras en el mismo papel arrugado del año pasado,
el mismo papel doblado, amarillo, el de siempre, extraído del bolsillo,
una y otra vez, del mismo bolsillo y por el mismo hombre, leído al mismo
público, de año en año, y por el mismo motivo, siempre, siempre lo mismo.
Sin novedad.
Pero empieza el baile:
Lentes graduadas, vista cansada, pero larga, demasiado larga, como del páramo,
ni cortos ni perezosos, vestidos de largo, apaisados, sin tacón los zapatos,
sobre las cinturas, los pechos caídos, de matanza las cinturas, hombros encogidos
de no escuchar, rostros sombríos, pero sobrios, arrugados por la tierra, por el frío, por la
vida, sin cabellos las cabezas, con entradas sin salidas, con pelucas,
blusas, chalecos, chalecos antibalas, camisas, camisas de once varas,
metidos solemnemente en harina, la mayoría matrimonios, normalmente
avenidos,
de un lado para el otro, lateralmente a veces,
de atrás hacia adelante o viceversa,
como robots circulares de fregar el suelo,
un pelotón de soldados de plomo,
parejas en formación,
autómatas de la pista,
Patético.
Con el debido respeto que merecen,
los pocos momentos de ocio que disfrutan, por lo visto.
El grupo, no muy numeroso, seguía al pie de la letra las instrucciones
de algún profesor ausente, anónimo, y con carácter de autónomo, que
sobreviviría, impartiendo clases de bailes para pensionistas
en centros de día, y que sin lugar a dudas,
no pegaba el ojo por la noche, porque a pesar del empeño,
el insomnio le vencía, saltaba a la vista.
Afortunadamente, sólo ocurrió un par de veces, en la canción de El Coyote.
Un baile que viene bien para la artrosis.
Cuando se tiene ya cierta edad, el baile suele ser sólo una excusa para hacer
deporte.
Por lo demás, bien.