Candiles del olvido
Publicado: Mié, 26 Nov 2014 23:57
...
Dicen que llegó pronto. Andaba escorado,
como si supiera que zozobraban a sus pies
las primaveras,
sin habérsele ni siquiera presentado.
Soñaba con luciérnagas...
Recorrían ávidas las estancias sin sombra
de sus continuas despedidas.
Nunca tuvo un aire de bolero enlazándose a su cintura
hambrienta, sólo traía verbos brillantes, chatarras
relegadas, como si la nostalgia ajena produjera chiribitas
a un equipaje eterno.
Asomarse era rendirse a la evidencia.
¿Cuánto pesa un sueño?
Dijeron toneladas,
y no pudo contarlas.
Fue un corazón templado,
que anduvo en llagas
estrechas,
railes inclinados
a la deriva
- tan profunda, vértigos
desperdigados sin ancla
en andenes sin tiempo.
Dicen que anudaba ciclones
a sus ojos, como un carrete
velado que atrapara instantáneas
perdidas, en un punto muerto.
La arena no era tan blanca.
La mar no estaba tan quieta.
Pero tenían esperanza congénita
de sentirse llenas.
Sonrió. Sonreía.
Un canal infinito de luz
rendida a un olvido
sin sombra, un suspiro leve,
centelleando al ocaso,
entre espesas nubes de indiferencias.
Y las luciérnagas, deambulando.
.
.
.
A los olvidados
.
Dicen que llegó pronto. Andaba escorado,
como si supiera que zozobraban a sus pies
las primaveras,
sin habérsele ni siquiera presentado.
Soñaba con luciérnagas...
Recorrían ávidas las estancias sin sombra
de sus continuas despedidas.
Nunca tuvo un aire de bolero enlazándose a su cintura
hambrienta, sólo traía verbos brillantes, chatarras
relegadas, como si la nostalgia ajena produjera chiribitas
a un equipaje eterno.
Asomarse era rendirse a la evidencia.
¿Cuánto pesa un sueño?
Dijeron toneladas,
y no pudo contarlas.
Fue un corazón templado,
que anduvo en llagas
estrechas,
railes inclinados
a la deriva
- tan profunda, vértigos
desperdigados sin ancla
en andenes sin tiempo.
Dicen que anudaba ciclones
a sus ojos, como un carrete
velado que atrapara instantáneas
perdidas, en un punto muerto.
La arena no era tan blanca.
La mar no estaba tan quieta.
Pero tenían esperanza congénita
de sentirse llenas.
Sonrió. Sonreía.
Un canal infinito de luz
rendida a un olvido
sin sombra, un suspiro leve,
centelleando al ocaso,
entre espesas nubes de indiferencias.
Y las luciérnagas, deambulando.
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A los olvidados
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