El Asesinato de Borges (Parte Final)

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

Roderick Guzman
Mensajes: 7
Registrado: Jue, 15 May 2008 15:44

El Asesinato de Borges (Parte Final)

Mensaje sin leer por Roderick Guzman »

La frase quedó retumbando entre lascuatro paredes, tal vez alguna sílaba intentaba salir en fuga a travésde un intersticio de la ventana o de la puerta, pero los atentos oídoslo impidieron, retuvieron el declive sonoro hasta ser instalado enla memoria.



Juliomiró a Manuel, Ernesto a Adolfo y este a Tomás. Entre todos selevantó una especie de nebulosa muralla. Quedaban solos con suspensamientos, a pesar de la filosa mirada de Roberto.



“Seimaginan nuestro esfuerzo desvanecido entre las sílabas de su nombre, nuestra creatividad e inteligencia eclipsados por el resplandor de estehombre, por la luminosa prosa que ejecuta, por la armonía yprofundidad del verso, por la historia fantástica tejida con filosofíay sueños, por el relato ingenioso matizado por el color de lafantasía, por la mágica erudición. De qué valdrían esas noches deinsomnio frente a un papel en blanco, esas patéticas jornadas de caféescuchando las presunciones de los legos con aspiración, de lafrenética y narcótica tertulia, de las agotadoras y estudiadas posesante las cámaras fotográficas, ante las damas bajo cuyos pechosrobustos arde la llama del deseo alentada por nuestro misterio, pornuestro enigma. De qué valdrían los intentos por alcanzar el laurelcolgado del silencioso y lejano resplandor de las estrellas”.


Volvióa intercambiar miradas. Afuera se dejó escuchar un sonidoininteligible que de manera expedita se convirtió en una cristaleríarota en los resquicios de la atención.



Elambiente se volvía más denso, como una pared de mampostería. Losrelojes caminaban con lentitud y pesadumbre, pero ya habíatranscurrido una hora y media desde que habían llegado.



Losrostros se desfiguraban por las distintas formas de imaginar lassituaciones. Las cejas levantadas, los párpados fruncidos, loslabios apretados, hasta un cierto estupor se dibujaba en los rielesplateados de las pupilas alumbradas por el sudor que chorreaba por lafrente.



Recordemosque es un ilícito concilio de escritores. Recordemos que sucumben a latentación de la vanidad y el ego, atribulado por la posibilidad delanonimato o del olvido.


Ernestoaventuró: “Podríamos pensar, para justificar esta morosidad deinteligencia, que procede de otro mundo, de un universo de dragones yelfos, de sujetos acorralados en torreones de miedo. Su palabrapodría ser ignorada o desacreditada por su extraño acento incrustadocon declives europeos como el que no alientan los porteños. Deploremos su soberbia de creerse, con todo, superior a nosotros y atodos los mortales, a su burla y su cinismo, a su desprecio por latierra abonada con la muerte por sus antepasados”.


Juliohabía encendido un cigarrillo y perturbaba la atmósfera, pero ningunolo reconocería. Detrás del humo argumentó sobre la posibilidad de unaccidente, de una caída en las escaleras de la Biblioteca o al cruzarla Avenida de la Independencia un espectacular contacto con un raudocoche. Tosía con cierta contención. En la espesa barba caían briznasde ceniza.


Manuel erauno de los más jóvenes. Sentía una ligera molestia en el costado. Asentía con la cabeza, pero su mirada evidenciaba algo parecidoal extravío. De vez en cuando hacía anotaciones en una pequeñalibreta. Su letra era ilegible y bajo una escasa iluminación apenas sepercibían las hormigas apretujadas entre renglones sobre el albo lechode las páginas.



ATomás no le alentaba la menor disposición de acometer un acto desemejantes proporciones contra la vida de un hombre al que considerabaincapaz de subvertir el orden temporal. A él le había sido otorgadatal parcela cronológica y al otro, al sacrílego, al abusador, alacaparador, le eran deparadas décadas muy anteriores a su ejercicioliterario, lapso suficiente para el olvido, para alentar su propiaobra. Siendo solidario y respetuoso de sus camaradas guardó ungallardo silencio.


Entonces, Adolfo, que había mantenido una silenciosa ecuanimidad, abotonó suchaqueta. Una hebra de cabello sobre el pabellón superior de la conchade la oreja fue iluminada por la luz de la bombilla. Conocía más decerca al hombre que le había dignado un trato cortés e inteligente. Unatarde se habían encontrado a la salida de una librería. Despuntaba yael sol en lo alto. El sujeto traía en las manos un libro sobreleyendas germánicas. Algo de la portada causó sorpresa en Adolfo.



Preguntóal otro el nombre de la obra, tan exquisitamente desplegado en gruesaitálica sobre unos rasgos feroces, de hirsutas barbas y cabellosdesordenados. Articuló con soltura un extraño nombre, silábico yestrafalario, ocultó la sorpresa que le produjo la extrañeza en elrostro de Ernesto.



Caminaronlos dos hacia el parque de la Independencia, recordó. El cielo eraalto y celeste. Algunos residuos nubosos ya se perdían en el borde delabismo horizontal de la distancia.


Alterminar esta referencia, Adolfo colocó las dos manos sobre la mesacomo en busca de alguna impresión. Nadie dijo nada. Sin embargo,Roberto apresuró otra reunión para el día siguiente. Debían pensarmejor las cosas si querían lograr el éxito. El hombre debería morir detodas formas, concluyó con su voz de bebedor.


Enese momento, en su pieza, Borges salía de la penumbra de unapesadilla y por primera vez sentía el borrascoso lastre sobre suspupilas que tiempo después le dejaría totalmente ciego.
Responder

Volver a “Foro de Prosa”