Ha amanecido
Publicado: Mar, 04 Nov 2014 0:42
Ha amanecido y la vida
se desmenuza en las pavesas del sueño,
la madrugada anida a un tramo del destierro
y los gorriones
anuncian con su estribillo la primera muerte.
Anoche
nos amamos en cada uno de los bordes,
nos dijimos un párpado, nos miramos la voz,
desnudamos las vísceras para buscarnos los ojos
en el núcleo exacto del absurdo.
Conjugamos todos los noviembres,
todas las tristezas,
para estar preparados frente al llanto
del olvido inminente,
nos atamos la lluvia a las muñecas
para sentirnos vivos
cuando nuestros cuerpos secos repoblaran
los barbechos del tiempo.
Acorralamos la noche para saberla nuestra,
recolectamos luciérnagas,
mordisqueamos la luna
para tenernos el mar a nuestro antojo,
vestimos de negro a los fantasmas
y nos besamos, nos besamos tanto
que todos los caminos del mundo
nos llegaron, como pasto, a nuestros labios.
Ha amanecido y el pecho
se nos ha llenado de equipajes antiguos,
tu aroma es de café y cigarro rancio
y las manos
me aproximan con cada maniobra
la inhumana frialdad de un epitafio.
Ya no estás a pesar del sudor,
de esa arruga a tu nombre entre las sábanas
o el espejo que fuimos.
Y en la calle sigue lloviendo
como si nunca hubiésemos existido.
se desmenuza en las pavesas del sueño,
la madrugada anida a un tramo del destierro
y los gorriones
anuncian con su estribillo la primera muerte.
Anoche
nos amamos en cada uno de los bordes,
nos dijimos un párpado, nos miramos la voz,
desnudamos las vísceras para buscarnos los ojos
en el núcleo exacto del absurdo.
Conjugamos todos los noviembres,
todas las tristezas,
para estar preparados frente al llanto
del olvido inminente,
nos atamos la lluvia a las muñecas
para sentirnos vivos
cuando nuestros cuerpos secos repoblaran
los barbechos del tiempo.
Acorralamos la noche para saberla nuestra,
recolectamos luciérnagas,
mordisqueamos la luna
para tenernos el mar a nuestro antojo,
vestimos de negro a los fantasmas
y nos besamos, nos besamos tanto
que todos los caminos del mundo
nos llegaron, como pasto, a nuestros labios.
Ha amanecido y el pecho
se nos ha llenado de equipajes antiguos,
tu aroma es de café y cigarro rancio
y las manos
me aproximan con cada maniobra
la inhumana frialdad de un epitafio.
Ya no estás a pesar del sudor,
de esa arruga a tu nombre entre las sábanas
o el espejo que fuimos.
Y en la calle sigue lloviendo
como si nunca hubiésemos existido.