En una cama un segundo tendida,mientras escapa vida del futuro,
distinguen todos los ojos y un reloj de arena enterrado en su pelo oscuro,
a la Muerte que la acecha, la enamora y la besa dormida.
Cipreses de papel que ebrios dibujan las memorias, y de sonidos fijos
que imaginan imponentes, se aproxima toda negra la figura entre la roca.
-Agarra mi mano y sólo siente tus venas. Apenas gritan unos labios: Bésame la sangre de la comisura de la boca.
-No reconozco esos ojos amarillos, pero por ellos distingo, sonriendo, las siluetas de tus hijos.
Y se acerca violenta, y la niebla no disipa el cuerpo de la que fue su amada.
En danza macabra, abraza la carne que recubrió la silueta,
y ella sonríe toda nítida. Él la mira y permanece quieta;
besa sus mejillas y calienta la escarcha de la muerta enamorada.
Un amargo y repugnante olor a vino por el que trepan tímidos los rayos de sol y su contorno.
Despierta entre almohadones de cartón, un recuerdo que apenas se sujeta en la memoria.
Entre el calor de vidrios rotos y abrazado a la sombra donde sus ojos dicen que no hay retorno:
-Las entrañas de mis manos viven ya reducidas a historia-.

Funde Ícaro a sus vértebras las plumas, disuelve los muros para observar la realidad.La luz derrite las alas: nunca debió ver el hombre más allá de la ciudad.