Página 1 de 1

ENTRE AMIGAS

Publicado: Mar, 09 Sep 2014 16:31
por Marisa Peral
ENTRE AMIGAS


Mirábamos distraídas a través de los cristales de la cafetería el ir y venir
de gentes sin rostro, agazapadas bajo sus paraguas y disfrazadas de "prisa"
por llegar a ninguna parte.

¡Como nosotras! Parapetadas tras una cerveza y un plato combinado en el que
escarbábamos con el tenedor, intentando encontrar el pollo de la brocheta
escondido entre champiñones y salchichas diminutas, enrolladas en tiritas
chamuscadas de bacón y sepultado por unas judías verdes casi crudas y
patatas panadera aceitosas. (Qué culpa tendrán las panaderas para que llamen
así a esas patatas.

- Ellos necesitan sexo para relajarse, dijo Ana.

- Ya, pues que vayan a buscarlo a otra parte, para eso hemos quedado
nosotras, para relajarles. Y ¿qué hay de los sentimientos?

- Nos quieren, si, de eso no hay duda.

- Puede ser, pero cuando ven un buen culo se olvidan de que existimos –
¡Por favor! otras dos cervezas, le dije a la camarera.

- Nos vamos a enchispar.

- Anita, a mí me da lo mismo, así veré las cosas de otra forma, aunque sea
por poco rato.

- O no las verás...

- ¡Qué hay que ver, Ana! Ya no hay nada nuevo que ver.

La camarera nos preguntó amablemente si habíamos terminado; asentimos y
retiró los platos.

- ¿Por qué quedamos siempre para cenar en este sitio? Podríamos darnos el
gustazo de ir a un buen restaurante. Ellos lo hacen y no miran si es caro o
no. Es que somos tontas, Ana, siempre intentando ahorrar, o no gastar mucho.

- No es eso, es sentimentalismo; tu y yo quedábamos siempre en esta
cafetería, desde muy crías. Y aquí les conocimos a ellos.

- ¿Tomarán algún postre? Preguntó de nuevo la camarera.

Ana y yo nos miramos y, con una sonrisa de complicidad, contestamos al
unísono que sí. Dos de tortitas con nata -adelanté- sirope de caramelo y
chocolate caliente, mucho chocolate caliente. Y amargo.
- ¡Yo también! ¡Me apunto a lo mismo que tú!- Ana se relamió los labios al
terminar de hablar, poniendo una expresión pícara y entornando sus ojos-

- Solo se sirven con un complemento - Dijo la camarera con voz impersonal.

- ¡Pues lo cobra! ¿Algún problema? espeté yo, muy ofendida y pensando que me
quedaba sin chocolate.

- No, no, ninguno, se lo decía por si no se habían dado cuenta, es que lo
pone en la carta.

- Bien, Ana, mi endocrino me tirará de las orejas por esto, pero me da
igual.

- Pues a mí, fíjate tú.

- ¡Claro! Tu no tienes el problema de los kilos, siempre delgadita y toda
mona.

- Isabel, no te enfades conmigo que yo no tengo la culpa de tus problemas.
¿Quieres café?

- No, que me espabilará y quiero llegar a casa y dormir como un lirón. El
problema, Ana, es, que para nosotras el sexo es otra cosa y ellos no lo
entienden; yo no puedo hacer el amor sólo para que se "relaje", necesito
sentir que me quiere, que me necesita para algo más, necesito sentir su
ternura y desde hace mucho tiempo ya no me hace sentir así, no siento nada
de eso. Es mecánico ¡Hala! ¡Chas, chas! ¡Ah, ah! ¡Uf, uf! Tres minutos y a
dormir, ni un te quiero, ni un ¿estás bien? nada, se da media vuelta y
comienza con un interminable concierto de ronquidos.

- ¡No exageres! seguro que siente la ternura que dices pero... le cuesta
expresar sus sentimientos.

- Antes no le costaba, antes era tierno y encantador. Antes, antes... ya no
hay un ahora ni un después, y ya tampoco quiero que lo haya. Todo ha quedado
reducido a eso, trabajo, trabajo, más trabajo y al llegar a casa, más
trabajo para mí ¡claro!.- Él se relaja, cena tranquilamente, y luego, más
relax echando un polvo que le deja estupendamente y a dormir como los
angelitos. ¿Y yo, Ana? ¿se le ha ocurrido pensar en lo que yo quiero? ¿en lo
que yo necesito? ¡No!
Para qué pensar en eso, es que, ni siquiera se le ocurre perder el tiempo en
imaginar que yo pueda querer otras cosas, pensar que algo ha podido cambiar,
¡digo yo! Pero no, ¡por favor!, ¿Qué puedo querer o necesitar yo si lo
tengo todo? eso es lo que me fastidia, que da por sentado que todo lo que
está bien para él tiene que estar bien para mí; y ya no es así.

Llegaron las tortitas y nos lanzamos sobre ellas como posesas, disfrutando
de aquella maldad que nos endulzaba la vida por un momento.

- ¡Mmmmm! Me encanta el chocolate amargo - dije pasándome la lengua por los
labios.

Ana me observaba, y yo a ella.- Éramos amigas desde niñas y nos conocíamos
muy bien, tanto como para que no pasase inadvertido un gesto de
desaprobación, una mirada preocupante, una ojera mal disimulada.- De vez en
cuando nos reuníamos a solas, quedábamos para cenar y, así, podíamos
hablar tranquilas, hacernos confidencias, desahogarnos la una con la otra.-
Ana siempre fue más reservada que yo y, a veces, tenía que sacarle las
palabras con sacacorchos, pincharla hasta hacerla saltar en la butaca, o
hacerle una pregunta por sorpresa para que reaccionase.

- Dime una cosa, Ana, ¿nunca has pensado en serle infiel?

- Isabel, por favor, qué cosas dices.

- Sí ¡digo unas cosas! ... Pero no me has contestado. ¿Lo has pensado
alguna vez? -

Sus mejillas se sonrojaron y titubeo al contestarme mientras esquivaba mi
mirada.

- ¡Sí! Lo he pensado.

- Yo también, vamos Anita, no te avergüences, que estás mirando al tendido
como si alguien fuera a recriminarte algo.- Ni me mires como si yo ya
lo hubiera hecho. ¡Aún no! pero lo haré.

- Creo que pediré una copa - dijo entonces Ana, decidida a prolongar la
conversación.

- Pues venga, no sé como llegaremos a casa pero es lo mismo.

Aquella noche nuestros respectivos maridos estaban de viaje y, sobre la
marcha, decidimos que lo mejor sería dejar los coches aparcados y coger un
taxi. No teníamos ninguna prisa.

Pedimos dos whisquis, en vaso alto y ancho, llenos de hielos hasta arriba y
con agua; un refresquito, decía yo, pero que en el transcurrir de la noche
hacía su efecto.

- Isabel, lo he pensado pero tan sólo por darle un escarmiento.

- ¡Pero, qué dices! Tú eres tonta, chica, ¿es que, si lo haces, piensas
hacer que se entere?

- Pues claro, cómo, si no, podría ser un escarmiento.

- Haciéndolo y ocultándolo. Y disfrutando mucho.

- Pero él no sabría qué era eso, un escarmiento.

- Y que más te da, lo sabrías tú y disfrutarías tú.

- Isabel, o hemos bebido mucho o estamos locas.

- No lo creas. O quizás si estamos locas, pero por volver a ser felices,
porque ahora, no te engañes, ya no lo somos.

La noche avanzaba y nuestras confidencias también. Teníamos que salir de
aquel dulce infierno que a las dos nos quemaba, que soportábamos sumisas y
en silencio, pero ¿cómo hacerlo? No era fácil, no. Pero aquella noche
tomamos la determinación de intentarlo, o por lo menos probar fortuna y ver
si podíamos atraer la atención de algún espécimen solitario que quisiera
"ligar", que para eso siempre están dispuestos. Si teníamos éxito podríamos
seguir buscando, posteriormente, a nuestro amante ideal, porque ¡claro! no
pretendíamos encontrarlo a la primera.

Echamos un vistazo alrededor y nos sentimos desilusionadas, nadie a la
vista, ningún hombre solo.- Por otra parte, en aquella cafetería nos
conocían demasiado y no era buena idea intentar allí un ligoteo de aquellas
características.

- Mira, Ana, lo mejor será que nos vayamos a tomar una copa a otro sitio,
donde no nos conozcan.

- Isabel, se nos va a hacer muy tarde.

- ¿Qué prisa tienes? Ellos no están y, además, puedes venir a dormir a casa.

Así lo hicimos, llegamos a un bar de copas y nos sentamos en los incómodos
taburetes de la barra, ¿por qué serán tan complicados esos taburetes? Tienes
que escalar sin perder el equilibrio ni la compostura y siempre se te
quedan las piernas colgando. Y en esa sugestiva postura ¿quién se puede
fijar en una? Pedimos otros dos whisquis, explicándole con claridad al
camarero o "barman" (los de esos sitios no son camareros normales y hay que
llamarles así ¡que chorrada!) cómo queríamos las copas, muchísimo hielo y
agua hasta el borde del vaso, que debía ser alto y ancho.

Cinco minutos después de servirnos esos complicados "brebajes" teníamos a
nuestros respectivos lados a dos "almas solitarias"

Eran ya las dos de la madrugada y se les notaba el peso de las copas.

- ¿Estáiss solitassss? Dijo el más decidido, o el menos borracho,
arrastrando las eses descontroladamente y apoyando su brazo en la barra,
imagino que, para no perder el equilibrio.

- ¡No! Dijo Ana inmediatamente y con una cara de terror que me hizo soltar
una tremenda carcajada.

- ¡Que no!, repitió mirándome con ojos justicieros por si, a mí, se me
ocurría decir lo contrario.

- Es que nuestros maridos están en el baño, dije yo sin poder contener la
risa.

Pidieron disculpas y se retiraron. Menos mal, porque a Ana estaba a punto de
darle un ataque de nervios.

- Isabel, esta no es una buena idea; estamos aquí como dos putitas,
intentando encontrar al hombre de nuestra vida y creo que no es en este
lugar donde debemos buscarlo.

- Pues tienes razón, pero se trataba de saber si podemos ligar o no.

- Y podremos, quizás podamos, pero con tipejos como estos no, me niego.

- Venga, mujer, todos no serán iguales. Espero que no sean iguales.

- Puede que no, pero en sitios como éste ¿qué esperas conseguir?

En el otro extremo de la barra hablaban animadamente otros dos "solitarios",
habían visto la escena y nos observaban. Seguimos discutiendo sobre el lugar
idóneo para encontrar a nuestro amante perfecto, la biblioteca, el super,
paseando al perro, en la cola del autobús, en algún museo.

- Tenemos que salir más a menudo, Ana, concluí.

A través del espejo situado en el frente, pude ver que los segundos
"solitarios" se acercaban, no dije nada para que Ana no se pusiera en
guardia.

- ¡Hola! dijeron prácticamente a la vez.

- ¡Hola!. ¿Nos conocemos? pregunté yo por preguntar algo.

- Pues todavía no, pero, podemos presentarnos ¿no? Estáis solas o
acompañadas.

- Solas, estamos solas. Que hemos venido solas, quiero decir. Yo soy Isabel
y ella es Ana.

- Yo Carlos, dijo el que se había situado a mi lado.

- Yo Victor, dijo el otro mirando a Ana, que temblaba como una hoja.

Empezamos a hablar. Era una conversación tonta y sin sentido

- ¡Estás casada!

- ¡Si! Y ¿tú?

- También, y qué hacéis aquí a estas horas.

- ¡Anda! ¿es que no podemos? ¿qué hacéis vosotros?

- Pues tomar una copa.

- ¡Ya ves, pues nosotras igual!

Eran iguales, igual que todos, ¿es que por estar casadas no podíamos salir a
tomar una copa solas? Le dije a Ana que iba al baño y que me acompañase, y
ellos empezaron con la típica bromita de que no podemos ir solas y tal y
cual. Como todos.

- Venga, Ana, nos vamos a casa.

- ¡Vaya! Ahora quieres irte, después de embarcarme en esta historia tan
truculenta.

- ¿Estás bien con ese tipo?

- Pues no, la verdad es que no. Es bastante común y simple.

- Entonces nos vamos. Seguiremos buscando otro día.

Nos despedimos educadamente después de pagar nuestras copas y salimos de
allí bastante desanimadas. Durante el trayecto, Ana intentaba convencerme de
que estábamos en un error, que nuestros maridos no eran tan malos como los
estábamos viendo, daba vueltas al tema una y otra vez, disculpaba sus
"pequeños" defectos... Ana se estaba poniendo pesadísima.

Al llegar a casa, la cadena de seguridad estaba puesta. No tenía que haber
nadie en casa. Pegué mi mano al timbre y no la separé hasta que alguien
salió a abrir.

Fue una tremenda sorpresa porque el plan inicial era que yo me iría a dormir
a casa de Ana y pasaría con ella el fin de semana y, por supuesto, nadie
esperaba que yo volviera.

Sin decir nada, ni media palabra, cogí a Ana con fuerza por un brazo y
salimos a la calle.- Conseguir un taxi a esas horas para llegar hasta el
lugar donde habíamos dejado los coches fue heroico pero, por fin, lo
conseguimos y nos fuimos a casa de Ana. Eran casi las seis de la mañana y
nos preparamos un café bien cargado, porque estaba claro que no podríamos
dormir.

- Tú lo sabías ¿verdad, Isabel? Sabías que estaban en tu casa.

- No estaba segura, Ana. Era una corazonada porque nunca antes se habían ido
juntos de viaje, y ADEMÁS, un fin de semana. Y esa insistencia para que yo
me fuera contigo a tu casa... (PUNTOS SUSPENSIVOS)¡claro! así tenían el
campo libre. Cambié el plan sutilmente para descubrirles, y para poder
demostrártelo de esa forma a ti también, porque nunca me hubieras creído, ha
sido cruel y lo siento.

- Y encima, dijo Ana gimoteando, no hemos ligado.

- Lo haremos, Ana, mañana mismo ligamos, y a partir de ahora que nos relajen
a nosotras. Dime, Ana. ¿Sigues creyendo que son maravillosos? ¡Y que no se
te ocurra llorar!. Es lo que te dije, sexo puro y duro, eso es lo que
quieren. Pues ahí lo tienen, que les relajen ellas, para siempre. ¡Maldita
sea!, toda mi vida entregada y perdida por este jilipollas.

- Sí, Isabel. Son unos cabronazos.

- Ya ves. Como casi todos.

Fue un día muy largo, seguimos hablando y recordando, maldiciendo el día en
que nos enamoramos de ellos, llorando a ratos, por haber sido tan
espantosamente inocentes y confiadas, por haber cedido y concedido. Ya no
había retorno.

Ellos, benditos ellos, los que no eran tan malos, los que trabajaban tanto,
los que tenían un viaje de negocios ese fin de semana, estaban allí, en mi
casa. Los dos, con sendas muchachitas de enorme culo.

Y sus caras cambiaron de color al vernos, y también empezaron a cambiar sus
vidas.

A partir de ese momento nuestro empeño no fue sólo serles infieles, también
fue demostrarles que podíamos ser tan crueles e insensibles como ellos lo
habían sido con nosotras. Una venganza en toda regla y a la luz del día.

No nos hemos separado de ellos, no, y claro que ligamos.

Conocimos a dos maravillosos hombres que nos miman y nos quieren, nos
entienden y están con nosotras cuando los necesitamos. Sólo cuando nosotras
queremos.

Con ellos, acudimos a cenas organizadas por la empresa de nuestros maridos,
que se mueren de celos y de rabia, porque son el hazmerreír de sus jefes y
compañeros. Todo por un fin de semana fatídico con unas muchachitas de
enorme culo.

Pero nunca tendrán la libertad que ahora suplican, el divorcio que nos piden
a gritos. Nunca lo tendrán y seguiremos siendo sus esposas, con todos los
derechos a una cuantiosa herencia que cada día tenemos más al alcance de
nuestras manos porque, ellos, siguen persiguiendo muchachitas que les
relajen y les consuelen y ¡quién sabe! Hay enfermedades tan extrañas, tan
virulentas... tan fulminantes, y algunas de esas muchachitas están tan
necesitadas de ayuda que, a nosotras, nos da mucha pena y les prestamos
nuestra ayuda, totalmente desinteresada por supuesto, dándoles el teléfono
de nuestros adorados maridos.

- ¿Eres feliz ahora, Ana?

- Totalmente, Isabel.


© MAR

Publicado: Mar, 09 Sep 2014 19:21
por Hallie Hernández Alfaro
Qué relato tan bueno, Marisa; logras mantener la atención todos los minutos de la lectura. Candente, real, emocionante, inteligente.
Las engañadas verdugo, la mente que lleva kilómetros precoces en las alforjas y todas las posibles direcciones sugeridas a lo largo de la narración. Me ha encantado, querida poeta.

Abrazo enorme y mil gracias por esta delicia literaria.

Publicado: Vie, 12 Sep 2014 11:51
por Marisa Peral
Hallie Hernández Alfaro escribió:Qué relato tan bueno, Marisa; logras mantener la atención todos los minutos de la lectura. Candente, real, emocionante, inteligente.
Las engañadas verdugo, la mente que lleva kilómetros precoces en las alforjas y todas las posibles direcciones sugeridas a lo largo de la narración. Me ha encantado, querida poeta.

Abrazo enorme y mil gracias por esta delicia literaria.
Abrazo enorme para tí, querida amiga, porque siempre me das un empujoncito para que siga adelante, a pesar del desánimo.
Muchas gracias por tus palabras y un beso.

re: ENTRE AMIGAS

Publicado: Sab, 22 Nov 2014 13:27
por Julio Gonzalez Alonso
Un buen argumento. Desafortunadamente parece algo más habitual de lo que me imaginaba. En el fondo, leo la constatación de un sonoro fracaso en la relación de pareja, en este caso de clase media. Casi que tampoco me creo la declaración de felicidad femenina final. No me parece que la venganza consuele (aunque se sirva en plato frío) ni que repetir el error del contrario sirva para ser feliz. Pero ahí nos lo dejas. Con un abrazo.
Salud.

Re: re: ENTRE AMIGAS

Publicado: Lun, 24 Nov 2014 12:32
por Marisa Peral
Julio González Alonso escribió:
Un buen argumento. Desafortunadamente parece algo más habitual de lo que me imaginaba. En el fondo, leo la constatación de un sonoro fracaso en la relación de pareja, en este caso de clase media. Casi que tampoco me creo la declaración de felicidad femenina final. No me parece que la venganza consuele (aunque se sirva en plato frío) ni que repetir el error del contrario sirva para ser feliz. Pero ahí nos lo dejas. Con un abrazo.
Salud.

Muchas gracias por la lectura y meticuloso comentario Julio. Por supuesto la venganza no debe consolar, quizá satisfaga en un primer momento por el hecho de haber conseguido "castigar" a quien antes infringe castigo pero en el caso del final de este relatillo pensé en darle un toque frivolo y hasta humorístico, dentro de la tragedia que supone para ambas parejas.
Un placer tu paso.
Abrazos.

Publicado: Mar, 02 Dic 2014 13:57
por Arturo Rodríguez Milliet
Un relato muy divertido, nada de extrañar que el tema resulte a la vez la crónica de fracasadas relaciones sentimentales, al fin y al cabo de eso trata en definitiva el humor... de ser capaces de reir de nuestras propias miserias.

Gracias por la entrega Marisa, un abrazo.

Publicado: Mié, 03 Dic 2014 12:52
por Marisa Peral
Arturo Rodríguez Milliet escribió:
Un relato muy divertido, nada de extrañar que el tema resulte a la vez la crónica de fracasadas relaciones sentimentales, al fin y al cabo de eso trata en definitiva el humor... de ser capaces de reir de nuestras propias miserias.

Gracias por la entrega Marisa, un abrazo.

Gracias a tí por la lectura detenida, Arturo.
Es una sátira de la situación de muchas parejas, más de las que creemos desgraciadamente, y quise aportar un toque de humor, no sé bien si lo conseguí.
Un abrazo.