Sabines a la distancia
Publicado: Jue, 28 Ago 2014 9:31
¿Qué tan paisanos somos Jaime?
Y evito decirte "Don" pues no es costumbre
ese barato título de lujo.
Y más allá de las ceibas,
los mangos y las arpías,
más allá de las marimbas confusas,
más allá de los ríos y de las hojas
¿Qué tan paisanos somos hoy en día?
No hay desde tu faz de arena descompuesta
esa fortuita sensación que sube,
esa que incendia la sangre en el momento del alba,
esa secuencia infinita del espíritu que va y vuela,
de esa persecución hambrienta
de los ojos y la saliva.
Por eso te voy contando,
desde la latitud de tus lentes,
de tu voz de mezcal y de jamaica,
cuán parecidos somos hoy que vives
en el imaginario colectivo
y yo, en la ignominia presta al espectáculo.
Porque he de negar
que quiero ser tú,
he de negar que quiero tu pasivo acento
ante las palmas y las calles,
yo no quiero andar de cama en cama,
ni cantando en palacios de mármol
a una multitud que no me huela.
En cambio,
te envidio la prontitud,
el mástil de lo sencillamente impreciso
para tejer lunarios y entre hamacas,
para que digan, Jaime,
que soy yo el cantor
y no que el canto me murmura.
Que hablar de ti
es hablar no de los lentes ni del Whisky,
ni de las mujeres ni de la marimba,
es hablar de una canción breve
llena de costumbre y de añoranza,
pero hablar,
de alguna forma,
de las cosas más sencillas
que se convierten en volcanes.
Alberto Madariaga
(2014)
*Nota: Por ahí nunca lo he contado -o quizá quienes me conocen de hace tiempo lo saben- pero yo procedo de la misma tierra que Jaime Sabines, sólo que él nació en la capital del estado, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y yo en el pueblo de Santo Domingo de Guzmán, cabecera municipal de Palenque, esto, en el norte del estado de Chiapas.
A Sabines, lo conocí cuando yo tenía 10 años -iba a cumplir 11- y para entonces, ya no vivía en mi tierra natal, sino en la Ciudad de México y fue a razón de una excursión escolar que organizaron en la primaria en la que estudiaba. Cuando por primera vez lo vi, yo para entonces comenzaba en la poesía, pero lejos estaba del conocimiento de aspectos más íntimos en este quehacer interminable y lejos estaba también de comprender que frente a mí, se encontraba el último de los poetas grandes que México tuvo en el siglo XX.
Para muchos, Sabines era un poeta ordinario y común -y en una de tantas, más ordinario que común- pero cuando pasaron los años, fui desarrollando una admiración extraña por Jaime Sabines, que incluso ahora, no termino de entender: no nos parecemos en absoluto, pues su poesía apuntaba a aspectos un poco más exteriores que la mía e incluso su lenguaje estaba más involucrado con las cosas que envolvieron su existencia dentro de las calles de Tuxtla Gutiérrez.
Sin embargo, encuentro en Sabines, a un poeta que no tenía por ejemplo, el bagaje culterano de Octavio Paz, no tenía la exactitud filológica de Dámaso Alonso o de Alfonso Reyes, un poeta que no tenía el extrovertido entendimiento de García Lorca o de Jaime Torres Bodet, pero que tenía la irreverencia de León Felipe, la lírica natural de Alberti y la sencillez en las cosas de Rafael de León. Difícilmente en México hemos tenido un poeta que en la serenidad más sencilla de los parques o de las aceras de las calles, encontrara tantos motivos para la existencia poética, como este hombre que me tocó conocer cuando yo era un párvulo en esto de las letras y que -para mala fortuna mía- moriría casi un mes después de que lo conocí.
Y evito decirte "Don" pues no es costumbre
ese barato título de lujo.
Y más allá de las ceibas,
los mangos y las arpías,
más allá de las marimbas confusas,
más allá de los ríos y de las hojas
¿Qué tan paisanos somos hoy en día?
No hay desde tu faz de arena descompuesta
esa fortuita sensación que sube,
esa que incendia la sangre en el momento del alba,
esa secuencia infinita del espíritu que va y vuela,
de esa persecución hambrienta
de los ojos y la saliva.
Por eso te voy contando,
desde la latitud de tus lentes,
de tu voz de mezcal y de jamaica,
cuán parecidos somos hoy que vives
en el imaginario colectivo
y yo, en la ignominia presta al espectáculo.
Porque he de negar
que quiero ser tú,
he de negar que quiero tu pasivo acento
ante las palmas y las calles,
yo no quiero andar de cama en cama,
ni cantando en palacios de mármol
a una multitud que no me huela.
En cambio,
te envidio la prontitud,
el mástil de lo sencillamente impreciso
para tejer lunarios y entre hamacas,
para que digan, Jaime,
que soy yo el cantor
y no que el canto me murmura.
Que hablar de ti
es hablar no de los lentes ni del Whisky,
ni de las mujeres ni de la marimba,
es hablar de una canción breve
llena de costumbre y de añoranza,
pero hablar,
de alguna forma,
de las cosas más sencillas
que se convierten en volcanes.
Alberto Madariaga
(2014)
*Nota: Por ahí nunca lo he contado -o quizá quienes me conocen de hace tiempo lo saben- pero yo procedo de la misma tierra que Jaime Sabines, sólo que él nació en la capital del estado, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y yo en el pueblo de Santo Domingo de Guzmán, cabecera municipal de Palenque, esto, en el norte del estado de Chiapas.
A Sabines, lo conocí cuando yo tenía 10 años -iba a cumplir 11- y para entonces, ya no vivía en mi tierra natal, sino en la Ciudad de México y fue a razón de una excursión escolar que organizaron en la primaria en la que estudiaba. Cuando por primera vez lo vi, yo para entonces comenzaba en la poesía, pero lejos estaba del conocimiento de aspectos más íntimos en este quehacer interminable y lejos estaba también de comprender que frente a mí, se encontraba el último de los poetas grandes que México tuvo en el siglo XX.
Para muchos, Sabines era un poeta ordinario y común -y en una de tantas, más ordinario que común- pero cuando pasaron los años, fui desarrollando una admiración extraña por Jaime Sabines, que incluso ahora, no termino de entender: no nos parecemos en absoluto, pues su poesía apuntaba a aspectos un poco más exteriores que la mía e incluso su lenguaje estaba más involucrado con las cosas que envolvieron su existencia dentro de las calles de Tuxtla Gutiérrez.
Sin embargo, encuentro en Sabines, a un poeta que no tenía por ejemplo, el bagaje culterano de Octavio Paz, no tenía la exactitud filológica de Dámaso Alonso o de Alfonso Reyes, un poeta que no tenía el extrovertido entendimiento de García Lorca o de Jaime Torres Bodet, pero que tenía la irreverencia de León Felipe, la lírica natural de Alberti y la sencillez en las cosas de Rafael de León. Difícilmente en México hemos tenido un poeta que en la serenidad más sencilla de los parques o de las aceras de las calles, encontrara tantos motivos para la existencia poética, como este hombre que me tocó conocer cuando yo era un párvulo en esto de las letras y que -para mala fortuna mía- moriría casi un mes después de que lo conocí.