Sentido de vida
Publicado: Mié, 27 Ago 2014 23:02
´
Ella
venía de volar
por todo el espacio aéreo,
antes vedado,
de sus descatalogados sueños.
Recopiló cada margen, cada arista
y cada poro de subconsciente
traspapelado. Reivindicó
la desnudez integral
del pensamiento
y el deseo, la melanina no alunada
frente al ejército
de sus acantilados.
Recordó
con una sombra de nostalgia,
dos dedos de urgencia
y tres hielos
la tierra donde aún sudan
los ojos yermos de sus afelpadas
arritmias,
donde mucho tiempo atrás
había arraigado su desapego
a los imperativos y duendes
primaverales:
la onerosa dicotomía
que la condenaba.
Entonces se supo aire puro,
se supo extra de un (su) cuento
al que ayer se le robó la magia
y su mejor capítulo.
Vomitó sus muertes más antiguas
desde la cornisa de sus cuarenta
y muchos abriles.
Añadió un par de conceptos
inclasificables
a su vida
y debatió a solas con la malvada
bruja del espejo
hasta toserla en la nuca.
Arrojó un verso a vuelapluma
al arcén de sus premisas,
y se lo fumó
mezclado con la lluvia
(y el polvoriento retrato
de unos desconocidos),
justo antes
de rendirse sin condiciones
ni escalas
a la altisonancia exenta
de metáforas
de un cuerpo arrebolado
e incorrectamente húmedo.
Ahora ya sabía
dónde termina el invierno.
Por fin había desentrañado
el simple pero escurridizo
sentido de la vida.
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Ella
venía de volar
por todo el espacio aéreo,
antes vedado,
de sus descatalogados sueños.
Recopiló cada margen, cada arista
y cada poro de subconsciente
traspapelado. Reivindicó
la desnudez integral
del pensamiento
y el deseo, la melanina no alunada
frente al ejército
de sus acantilados.
Recordó
con una sombra de nostalgia,
dos dedos de urgencia
y tres hielos
la tierra donde aún sudan
los ojos yermos de sus afelpadas
arritmias,
donde mucho tiempo atrás
había arraigado su desapego
a los imperativos y duendes
primaverales:
la onerosa dicotomía
que la condenaba.
Entonces se supo aire puro,
se supo extra de un (su) cuento
al que ayer se le robó la magia
y su mejor capítulo.
Vomitó sus muertes más antiguas
desde la cornisa de sus cuarenta
y muchos abriles.
Añadió un par de conceptos
inclasificables
a su vida
y debatió a solas con la malvada
bruja del espejo
hasta toserla en la nuca.
Arrojó un verso a vuelapluma
al arcén de sus premisas,
y se lo fumó
mezclado con la lluvia
(y el polvoriento retrato
de unos desconocidos),
justo antes
de rendirse sin condiciones
ni escalas
a la altisonancia exenta
de metáforas
de un cuerpo arrebolado
e incorrectamente húmedo.
Ahora ya sabía
dónde termina el invierno.
Por fin había desentrañado
el simple pero escurridizo
sentido de la vida.
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