Soliloquio de invierno
Publicado: Jue, 07 Ago 2014 16:23
Acercaos a mi lumbre, sois bienvenidos
en mi noche de invierno frío.
Sólo os pido que miréis
con atención -sin palabras-
y mostréis comprensión.
Mi actitud os parecerá cosa de niños
-¿alguna vez un hombre se mostró sincero?-
Seamos hombres o niños,
sí es seguro que el alba vendrá,
esperemos, no más.
Con vuestro permiso, apagaré la luz,
la duda es poderosa, mansa,
y cual ave se posa en la mirada,
allí -aquí- construye su nido,
y de forma sutil nos convida a perecer,
a languidecer a través de una única
e imperdurable verdad.
Yo hoy pretendo ver más allá.
Lo entenderéis si sois sabios
y tenéis a bien confiar.
La mirada del sabio es limpia,
interrogativa y no afirmativa,
amable con la desdicha y no asustadiza,
se desliza al compas de lo que acontece,
sin pretensión alguna.
Y yo aquí, frente a vosotros,
he de admitir que estoy muy cansado,
no sé si podré crecer más,
planear sobre las alturas y contemplar la vida
meciéndome en el cielo azul,
difuminarme en viento sutil,
ser la ilusión afluente del valle.
Sí, ya lo sé que es motivo de lástima,
pero el anhelo remueve mis entrañas,
me conmueve con su sinceridad,
la sinceridad de un niño de pecho.
Estoy triste, no aprecio la vida,
jamás seré como el viejo roble
que contempla la belleza en su silencio.
Demasiada prisa por vivir,
demasiado miedo a morir,
¿qué más se le puede pedir al hombre?
¡No somos árbol sabio e inmenso!
Hoy os llamé porque no me veo
en la mirada de los hombres;
es demasiado turbia, pesan los egos.
Sin duda fue un niño travieso quien sugirió el encuentro.
Creo que ahora sí lo veo -¿y vosotros?-
parece ajeno y distante, sin embargo está contento,
se alegra incluso en mi desconsuelo;
es sabio, como el viejo roble.
¿Sabéis?.. Me encontraba muy solo,
y ahora veo que no es cierto.
La luz entra;
¡ya está amaneciendo!
Las miradas me devuelven paz y sosiego.
Creo que ya puedo mirar
a los hombres -lo incierto-
Resulta que todo es fruto de la duda y el anhelo,
y que más allá siempre está el niño travieso,
que ajeno a todo se enreda y juega con la vida;
¡sin saberlo, ni quererlo!
en mi noche de invierno frío.
Sólo os pido que miréis
con atención -sin palabras-
y mostréis comprensión.
Mi actitud os parecerá cosa de niños
-¿alguna vez un hombre se mostró sincero?-
Seamos hombres o niños,
sí es seguro que el alba vendrá,
esperemos, no más.
Con vuestro permiso, apagaré la luz,
la duda es poderosa, mansa,
y cual ave se posa en la mirada,
allí -aquí- construye su nido,
y de forma sutil nos convida a perecer,
a languidecer a través de una única
e imperdurable verdad.
Yo hoy pretendo ver más allá.
Lo entenderéis si sois sabios
y tenéis a bien confiar.
La mirada del sabio es limpia,
interrogativa y no afirmativa,
amable con la desdicha y no asustadiza,
se desliza al compas de lo que acontece,
sin pretensión alguna.
Y yo aquí, frente a vosotros,
he de admitir que estoy muy cansado,
no sé si podré crecer más,
planear sobre las alturas y contemplar la vida
meciéndome en el cielo azul,
difuminarme en viento sutil,
ser la ilusión afluente del valle.
Sí, ya lo sé que es motivo de lástima,
pero el anhelo remueve mis entrañas,
me conmueve con su sinceridad,
la sinceridad de un niño de pecho.
Estoy triste, no aprecio la vida,
jamás seré como el viejo roble
que contempla la belleza en su silencio.
Demasiada prisa por vivir,
demasiado miedo a morir,
¿qué más se le puede pedir al hombre?
¡No somos árbol sabio e inmenso!
Hoy os llamé porque no me veo
en la mirada de los hombres;
es demasiado turbia, pesan los egos.
Sin duda fue un niño travieso quien sugirió el encuentro.
Creo que ahora sí lo veo -¿y vosotros?-
parece ajeno y distante, sin embargo está contento,
se alegra incluso en mi desconsuelo;
es sabio, como el viejo roble.
¿Sabéis?.. Me encontraba muy solo,
y ahora veo que no es cierto.
La luz entra;
¡ya está amaneciendo!
Las miradas me devuelven paz y sosiego.
Creo que ya puedo mirar
a los hombres -lo incierto-
Resulta que todo es fruto de la duda y el anhelo,
y que más allá siempre está el niño travieso,
que ajeno a todo se enreda y juega con la vida;
¡sin saberlo, ni quererlo!