Descansa en paz
Publicado: Mié, 30 Jul 2014 12:58
Veo que sólo soy un vago reflejo de claridad,
la purpurina que se pega en tus ojos cerrados
y se cuela por los resquicios sombríos buscando
atrapar con ansía tus manos caídas –ausentes-
turbando tu sueño placido con mi ilusión infantil
que cual manojo de luciérnagas revolotea a tu alrededor
para despertarte y llevarte de la mano a pasear
por el cementerio y los polvorientos caminos
que un día recorrimos con pesadas cadenas a rastras,
con sed y necesidad de abrigo y posada.
Es mi soledad -tu ausencia- la que se arrima
de manera sutil y con disimulo posa su mano
sobre mi corazón –sobresaltado-
que brinca sobre tu descanso, echándote de menos.
No somos nosotros, es la ilusión la que vaga errante
tratando de alumbrar las sombras que acompañan
nuestros pasos, y nos recuerdan que no somos eternos,
que algún día habremos de descansar
en lo más profundo de la tierra,
allí donde todo perece, incluso los hombres
que fueron brillantes en su vida luminosa.
Pero aún siento tu presencia, una mano –inerte-
que acaricia mis cabellos, y no es el viento
el que me despeina, ¡sabe dios que no es el viento!
Que son recuerdos vivos los que me llevan
a saltar las tapias del cementerio,
que son tus manos las que acunan
a los cipreses en sus oraciones abatidas
y vencidas por la majestuosa muerte,
la misma que te llevó a su lecho de plata.
Si acaso estoy vivo…
¡Qué salten por los aires los cementerios,
qué se celebre de una vez por todas
y sin aspavientos la muerte
que se encadena a los deseos,
a los besos muertos que saben a lombrices!
Ahora camino junto al sequito
de enamorados del cementerio,
sostengo con mi mano –abandonada-
la copa de veneno escarlata, brillante,
de pasión enamorada,
que ansía por derramarse
en un brindis por tu sangre, mi sangre;
¡nuestra sangre, querido padre!
Presiento que te acercas con disimulo
cuando rozas mi piel blanda
con un ramo de flores escarchadas,
flores tibias del cementerio
que yo imagino que recogiste con cariño
para ofrecérmelas, es seguro que te despertó
mi tristeza y te pidió que vinieras a regalarme flores,
y un poema que se recita con tu recuerdo.
¿Estás aquí, querido padre,
sabes que te quiero y te perdono,
que me duelen los pies de caminar por soles
que arden en la venganza?
¡Qué quema, qué quema mi alma!
Ven, acércate despacio,
entra como la brisa por mi ventana,
y pon tu ramo de flores sobre mi almohada
para que se perfume mi sueño con tu presencia.
Déjame coger tu mano por última vez,
y sellar con un beso sobre tu frente marchita
todas las puertas del cementerio.
Y ahora, querido padre, descansa en paz,
que yo velaré junto a los cipreses tu sueño.
la purpurina que se pega en tus ojos cerrados
y se cuela por los resquicios sombríos buscando
atrapar con ansía tus manos caídas –ausentes-
turbando tu sueño placido con mi ilusión infantil
que cual manojo de luciérnagas revolotea a tu alrededor
para despertarte y llevarte de la mano a pasear
por el cementerio y los polvorientos caminos
que un día recorrimos con pesadas cadenas a rastras,
con sed y necesidad de abrigo y posada.
Es mi soledad -tu ausencia- la que se arrima
de manera sutil y con disimulo posa su mano
sobre mi corazón –sobresaltado-
que brinca sobre tu descanso, echándote de menos.
No somos nosotros, es la ilusión la que vaga errante
tratando de alumbrar las sombras que acompañan
nuestros pasos, y nos recuerdan que no somos eternos,
que algún día habremos de descansar
en lo más profundo de la tierra,
allí donde todo perece, incluso los hombres
que fueron brillantes en su vida luminosa.
Pero aún siento tu presencia, una mano –inerte-
que acaricia mis cabellos, y no es el viento
el que me despeina, ¡sabe dios que no es el viento!
Que son recuerdos vivos los que me llevan
a saltar las tapias del cementerio,
que son tus manos las que acunan
a los cipreses en sus oraciones abatidas
y vencidas por la majestuosa muerte,
la misma que te llevó a su lecho de plata.
Si acaso estoy vivo…
¡Qué salten por los aires los cementerios,
qué se celebre de una vez por todas
y sin aspavientos la muerte
que se encadena a los deseos,
a los besos muertos que saben a lombrices!
Ahora camino junto al sequito
de enamorados del cementerio,
sostengo con mi mano –abandonada-
la copa de veneno escarlata, brillante,
de pasión enamorada,
que ansía por derramarse
en un brindis por tu sangre, mi sangre;
¡nuestra sangre, querido padre!
Presiento que te acercas con disimulo
cuando rozas mi piel blanda
con un ramo de flores escarchadas,
flores tibias del cementerio
que yo imagino que recogiste con cariño
para ofrecérmelas, es seguro que te despertó
mi tristeza y te pidió que vinieras a regalarme flores,
y un poema que se recita con tu recuerdo.
¿Estás aquí, querido padre,
sabes que te quiero y te perdono,
que me duelen los pies de caminar por soles
que arden en la venganza?
¡Qué quema, qué quema mi alma!
Ven, acércate despacio,
entra como la brisa por mi ventana,
y pon tu ramo de flores sobre mi almohada
para que se perfume mi sueño con tu presencia.
Déjame coger tu mano por última vez,
y sellar con un beso sobre tu frente marchita
todas las puertas del cementerio.
Y ahora, querido padre, descansa en paz,
que yo velaré junto a los cipreses tu sueño.