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POSESO

Publicado: Mar, 22 Jul 2014 1:06
por Gerardo Mont
POSESO


María Solano Alpízar siguió caminando mientras procuraba un silencio absoluto, pero tantos ruidos entran y salen del alma que aquello era imposible. “Soy invisible”, se dijo, pero los tacones que le obligaba a usar su madre alegando que ya era una mujer, la traicionaron repiqueteando sobre la acera como campanas que lloran por tantos que mueren, a pesar de que intentaba deslizarse, ojalá levitar. Sintió, entonces, que todas las miradas acudían a ella luciendo su luto.


“Las pequeñas cosas, las que son cotidianas, van cambiando el camino y haciéndolo más parecido a la muerte, desde que la naturaleza decide que estamos listos para las honras fúnebres que llamamos vida”, recordó de un escrito de su autoría, para un curso libre de literatura, al cual se había matriculado atraída por su nombre: “Las letras del Poseso”, que además de una rápida revisión de los cuentos más famosos de Poe y Lovecraft, entre otros, contemplaba la parte creativa de escribir y revisar en conjunto los trabajos propuestos por los participantes. Y a pesar de que estaba fascinada por el curso, por la personalidad de sus compañeros y el aura de misterio que le hacía super atractivo al profesor, desertó al poco tiempo, persuadida por su padre, que continuamente le ayudaba a enfocar correctamente los oscuros horizontes que se le iban atravesando a pesar de su buena intención de ser mejor persona, de aportar algo positivo a los demás y sobre todo de superar su extraña propensión a la tristeza, que de acuerdo a los médicos, nada tenía que ver con deficiencias de Litio o algo químico por el estilo.


“Definitivamente, tendrían que haber notado la profanación” –porque no se podría llamar de otra manera– que consumó con los ojos aquel individuo sobre su cuerpo aún virginal. Todos tendrían que haber compartido su asco, los que esperaban en aquella acera algún bus, para trasladarse a sus lugares de estudio, de trabajo, o, como pensaba María: “a encontrarse con alguien que alteraría el futuro, con una pasmosa naturalidad, que solo se puede llamar ignorancia y que el ser humano acepta como inevitable”. Sin embargo, por alguna extraña razón, todos aquellos disimularon, hasta el punto de dar la impresión de no percatarse de la maldad intrínseca al acto. Y si bien las miradas llovían sobre su figura, presas de quién sabe que deseos pecaminosos, no se las podia catalogar como satánicas, pues ella tenía claro, tras años de minuciosa revisión de la literatura sobre el tema, la radical diferencia.
En esos ojos había una maldad espesa que se desbordaba, un poder hipnótico clavado en ella que amenazaba subyugar su cordura, y que lograba de inmediato entorpecer su paso, aflojar sus rodillas y ruborizarla al compás de una hiperventilación acechante.
Siempre había pensado, que las minusvalías, o valías especiales como eran llamadas ahora, sobre todo severas, hacían que el ser humano compensara las mismas sacando de su alma lo mejor de sí, propulsando el espíritu ante la limitación de la carne… Había que ver cantando a Andrea Bochelli con esa voz angelical que la transportaba a otros mundos, o a José Feliciano, al que adoraba su madre y ni qué decir, al cantante de rock Stevie Wonder, que escuchara una y otra vez su padre, cuando todavía ella era una niña tan insignificante en el panorama de eventos futuros, que la joven universitaria en la que se había convertido, casi nada recordaba de ella. Pero desgraciadamente, la maldad propia de los humanos resentidos por los reveses de la vida –por cualquier revés no superado–, se había concentrado en los ojos de aquel individuo y estratégicamente se había anclado, en ese punto inevitable de su trayecto diario. Esos ojos, eran lo único que aún le funcionaba a aquel hombre dentro de los parámetros normales y quizás por eso, por una concentración especial de energía, que le obligaba a vivir la vida sólo por ellos, habían condensado la maldad que los circundaba de múltiples formas; como un agujero negro, inevitable, se va tragando todo lo que cae en la trampa de su gravedad. Por otra parte, aunque aún conservaba alguna movilidad en sus brazos, no constituían peligro alguno, pues mostraban una atrofia severa, que apenas les permitía a duras penas, aplicarse a los mandos de la silla de ruedas para trasladarse lentamente. Mientras, el resto del cuerpo era una masa inánime.
“Si hubiera sido ciego – pensaba María –, estaría día con día cantando canciones cristianas, acompañado por una guitarra o un viejo acordeón…, o quizás la maldad se hubiera concentrado en sus miembros, induciéndolo a maldades mayores ¿Quién podría saberlo?”.
Desde niña, poco después de aquel sismo terrible gravado en su memoria, marcara un antes y un después en su vida, abriendo alguna puerta prohibida del averno, sabía que siempre sería acosada por la maldad en su estado incorpóreo, en su tonalidad más oscura. Sin embargo, con el tiempo presintió, sintió y constató como aquella maldad se materializaba emigrando entre cuerpos, “como en la película ‘Fallen’ con Denzel Washington”, acosándola así, desde todos los flancos, y desde que, meses después de su primera menstruación, las formas de mujer mostraran en ella su mejor versión. Por algo, en secundaria, el Solano con el que la identificaban sus compañeros, derivó en “Solo-ano”, recordándole constantemente, como su cuerpo virginal, irónicamente, y sobre todo su trasero se habían convertido en “un instrumento de tropiezo” para el sexo opuesto en todas sus versiones, de acuerdo a lo que, entre indirectas, le repetía desde entonces su padre.
Como fuera, en la soledad de la noche, en el silencio de labios sangrantes, de cada fin de semana, María había sentido por un tiempo, que le parecía tan largo como la eternidad sin Dios, materializarse los ojos del día, tomar formas distintas, profanando asquerosamente sus rincones sagrados; engullendo sus senos firmes; mordiendo, sin llegar a lacerar, sus pezones, con la avidez reprimida por largo tiempo, de un enfermo sexual al que se le concede saciar cada fantasía de su insano apetito. Sentía la mutación de esos ojos en labios, en lengua, en rítmicos y calculados mordiscos siguiendo el camino de vellos desde su ombligo hasta venus. Sentía la sed terrible de esa lengua rastreando en la humedad de las ingles, las Fuentes que lubricaban vergonzosamente sus partes más íntimas cuando pensaba en algunos chicos de la U; fuentes que con tanto esmero había guardado para el elegido que alguna vez la llevaría al altar, con su vestido blanco, con su pureza radiante, a ofrendar su cuerpo y deseo para que ese hombre degustara el manjar del origen, como alguna vez el padre Adán lo hiciera con Eva, sin duda, antes de que decidieran desobedecer a su Dios con las consecuencias que nos redujeron a muerte, a dolores de parto, a la enfermedad y a las distancias que en el pecho se van haciendo siderales. Y ahora, quizás por la diezmada voluntad de aquel pobre hombre, que a fuerza de renegar de su suerte habría renegado de todo, aquel demonio había concentrado sus intenciones malignas, en la mirada de un par de ojos encajados en un cuerpo rendido. “Por algo la santa palabra decía: los ojos son el espejo del alma”,afirmaba María, entendiendo que en aquel espejo solo el demonio asomaba su rostro sin nombre y con alguna historia escondida en los rincones de una humanidad extraviada.
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Creada en el seno de una familia ejemplar y fanática del catolicismo (de sus dogmas y preceptos, sobre todo de esa moral sexual que parte, sin reconocerlo, de la premisa de que el sexo, de por sí, es malo y no más que una herramienta que permite la procreación, pero se opone a la santidad más allá de esa función); ella se había distanciado de su padre, o más bien su padre de ella, después de que a los doce, casi a los once, su cuerpo, prematuramente, adoptara las formas que alientan el pecado en los hombres, aun en aquellos que luchan por ser puros.
“Bien mandaba la Santa madre Iglesia la abstinencia de sus pastores, pues, ¿cómo podría salir la santa palabra, sin mácula, de una boca que recién se habría paseado por los rincones pecaminosos de una mujer…, o comer el cuerpo de Cristo y aun tocarlo con unas manos que habrían cedido a la suciedad de las formas y a las sustancias de la lujuria?”, había dicho solemnemente su padre, alguna vez..., una de tantas, en las que su esposa le habría pedido un poco de placer la noche anterior y el que él habría eludido empuñando la responsabilidad divina de impartir dignamente la Santa Comunión al día siguiente, pues, tenía el privilegio de haber sido escogido por el sacerdote de su Iglesia para impartir la misma, los domingos.
Para aquella pareja de edad media, conformada por Enrique Solano y María Dolores Alpízar, el sexo no podría ser, si no, el fin de semana, para que no afectara el buen rendimiento en el trabajo y las obligaciones diarias, que también son sagradas, además, los fines de semana que el ritmo permitiera, para no pecar contra las benditas reglas que permiten el sexo sin caer en los excesos y que lo vuelven terriblemente impuro. Don Enrique, no solo era tajante en ese sentido, sino, que muy en contra de su convicción de que la Palabra de Dios debía ser interpretada solamente por los iluminados, se atrevía a repetir una y otra vez que el pasaje bíblico que señala el amor al dinero como raíz de todos los males, no se refería al dinero como tal, sino a la tentación a la que muchos ceden, de utilizar esas dádivas divinas para satisfacer los apetitos carnales. “Y para muestra un botón – solía decir –, vean al papado y todo Roma, para no entrar en los detalles de la iglesia en general y de cada una de sus células en particular, como viven en la abundancia, mostrando así, que Dios no los desampara nunca. Y si nos permitimos, con el perdón de Dios y sin afán de crítica, mirar con más detalle, el meollo de la verdadera santidad de la que ellos nos son ejemplo, está en la abstinencia sexual, pues, visten, comen, beben, viajan, disfrutan de la buena arquitectura y del recreo, como un don que proviene de lo alto. Y todo queda mucho más claro, si consideramos que Dios siendo una triunidad, no requiere pareja, así el hombre cuanto más espiritual,debe ser suficiente para sí mismo y capaz de amar con el amor de Dios, que es universal y no carnal como pretenden los promiscuos”.
En ese contexto, a la joven María de los Ángeles, como fue llamada en honor a la Virgen de los Ángeles, no le quedaba de otra que ser santa, que huir de la pecaminosidad que le cosquilleaba en la piel y negarse a los pensamientos impuros que constantemente querían ensuciarla, asaltándola desde la televisión, desde la publicidad en los periódicos, en las pancartas; desde las imágenes mentales y los sueños; desde todo tipo de piropos y miradas; en fin desde todos los flancos. Y aunque aquella lucha se fue convirtiendo poco a poco en un tormento, siempre lo había considerado como una de los tropiezos naturales, que debía evitar en la dura tarea de acercarse al cielo; pero si a esto se le sumaba la forma en que Satán y su séquito se había ensañado con ella, esa tarea era realmente titánica y constituía sin duda, el mejor camino hacia una santidad verdadera. “Todos los Santos habrían enfrentado a Satán con su oferta de poder y placer a cambio de las malas decisiones, de la ‘hamartía’, de seguir la carne”, pensaba. Ella – bien lo sabía –, tendría que lidiar en silencio hasta vencer al mismísimo demonio que le ponía el mundo del sexo a sus pies y que castigaba su resistencia con sus asquerosas visitas. Y si bien, su profunda visión espiritual, le permitía discernir los ataques del diablo, reconocer la fetidez de su aliento tras la simulada inocencia de las abundantes lisonjas y sobre todo la maldad condensada tras aquella mirada, la cruz se le estaba haciendo tan pesada que temía que la maldad y el deseo fueran socavando imperceptiblemente sus firmes cimientos y aun su cordura.
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“Somos guerreros de luz”, se dijo, recordando alguna lectura espiritual, con las que alimentaba su férrea voluntad. Así, comprendió que debía hacer algo urgentemente, no sentarse, cobardemente, a esperar la debacle.
Lo de ese hombre en su silla, sin la habilidad de sus piernas, o alguna otra parte, excepto sus ojos y un poco sus brazos, se salía de cualquier cosa imaginable, y estaba segura que si se atrevía a compartir el temor que le causaba, con alguien, por más cercano que fuera, la tildarían de loca o enferma. “Estás mal”, había concluido una compañera cuando ella sugirió: “Has visto que feo nos ve ese hombre”, “¿Cuál…, el de la silla de ruedas?, si no le da el cerebro ni para un derrame, con costos para maldecir su mala suerte y ¿va estar viéndonos raro? Raro nos están viendo aquellos ricos.” y su compañera torció los ojos en la dirección de un grupo de escatos que las miraban, mientras María con un gesto que revelaba repugnancia y miedo miraba hacia el otro lado, hacia el individuo de los ojos penetrantes. Luego subió al bus de la U maximizando sus cuidados para que su falda no le traicionara mostrando algo más que sus rodillas. Fue entonces cuando su amiga concluyó con el “Estás mal” y no le dirigió la palabra durante el trayecto y las tres cuadras de transeúntes apresurados y ventas ambulantes que atestaban las aceras, desde donde el bus las había dejado, pues el cambio de las carpetas asfálticas por carreteras de concreto, habían vuelto al revés el centro de la Capital y lo mantendrían así por buen rato.
“No será omnipotente, pero que cadena de información se tiene”, pensó respecto al Diablo y a la manera en que la había cercado para atacarla día a día, desde aquellos ojos.
Aunque se podría decir que una ciudad es una suma de soledades, a veces acompañadas por los que se suponen cercanos, lo de María era extremo. Nadie notaba en aquel rostro hermoso y jovial, el alejamiento y la desesperanza que paulatinamente la iban envolviendo y que paradójicamente la hacían sentir más segura, cuanto menos tenía que relacionarse con las gentes que atestaban su paisaje. “No pecar, se puede, pero en la medida que yo evite la posibilidad de hacerlo”, era la fórmula alquímica, que a su criterio, podía convertir a un pecador en santo. Así, María de los Ángeles evitaba al máximo los contactos visuales, físicos y sobre todo las circunstancias que huelen o conllevan peligro.
Al regresar a casa pasadas las diez, tras la suerte (o bendición) de que el demonio de la silla de ruedas, no apareciera en su camino de vuelta, sólo su madre salió a recibirla, aunque había sido su padre el que le Negara rotundamente, una copia de la llave de la puerta principal, para controlarle la hora de entrada. “Mi’hija ¿cómo te fue?”. “Bien mamá, ¿y papá?”. “Duerme, mañana, como sabes, tiene que impartir la comunión…Después de rezar el Rosario se fue a acostar, tras de exigirme lo mismo…Tú sabes cómo es. Debe ser difícil ser tan santo en éstos tiempos, sobre todo con tantas tentaciones como él mismo dice, ¿verdad?”. María tras asentir,agregó: “Ojalá nosotros también podamos”, e inmediatamente se le encajaron aquellos ojos en el cuerpo. “¿Quieres algo, mi chiquita?”. “Ya comí en la U mamá, gracias, voy a dormir”. “Hasta mañana mi amor”, “Hasta mañana mamá. Tú y papá son los mejores del mundo”. Se besaron. La madre entonces volvió a su habitación, tomó su pastilla y se tendió en su 30% de la cama.
María prensó la puerta con el trapo que amarrado al llavín servía a tal propósito. Hacía un poco menos de ocho años, cuando un terremoto en la zona Atlántica había sorprendido al país completo, que la madre solicitó a su esposo que hiciera algo para que ante otra emergencia semejante no volviera a ocurrir lo mismo.
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Doña Dolores aún recordaba cómo, con el atolondramiento propio de las circunstancias y la ausencia de fluido eléctrico, ella corrió a buscar a su hija en el cuarto, pero la puerta asegurada no cedía a sus empellones y Maríano respondía a su llamado. El padre tampoco respondía a sus llamados y sin saber que hacer corrió como loca hacia la calle lanzando gritos, desesperada e imaginando lo peor, pues su amada hija podría estar en peligro. Al percatarse que la ira divina, como definiera su esposo aquel movimiento telúrico, había cesado, volvió a entrar, encontrando a Enrique, con su hija en brazos sollozando casi en silencio. Ante aquella vision su histeria bajó sustancialmente y le pidió a Enrique: “Por favor, haz algo con esa puerta, casi me vuelvo loca, no podía abrirla. ¿Dónde estabas?”. Su marido le entregó a María pero ella no pudo sostenerla, había crecido bastante. Notó entonces que su niñita, administraba el cuerpo de una mujer hecha y derecha, y comprendió que ya no debía usar las pequeñas pijamitas de animalitos que pocos meses antes la hacían lucir tan dulce e inocente y se apresuró a cubrirla para evitar la ira – justificada – de su esposo.
Don Enrique regresó con sus herramientas y cortando el macho del llavín, al fin dijo: “Estaba a tu lado en la cama y te dije que te calmaras, que era sólo otro meneón fuerte, ya pronto vendrán los de verdad”. Luego agregó: “La puerta de un cuarto asegurada, sólo sirve para incitar el pecado”. Ella entonces comprendió por qué Enrique nunca cerraba por completo la puerta del cuarto que compartían. “Bueno, me tocó un santo, que le vamos a hacer”, se dijo un poco en broma, mientras se dibujaba en su rostro una sonrisa agónica que ocultó entre la abundante cabellera de María, que ya había igualado su estatura. Después de aquello las filtraciones de viento por la ventana de la niña, golpeaban la puerta interrumpiendo el sueño de la abnegada madre y esposa, que optó por amarrar el trapo al llavín para prensar la puerta. Sin embargo, su sueño tras la terrible impresión de aquella noche se había infectado del fin del mundo que proclamaba su esposo día con día, después de aquella noche, por lo que ni aún en absoluto silencio lograba conciliarlo. Poco después cedió a la tentación del Valium que en el Seguro Social le habían recetado desde el principio, para su insomnio. Volvió entonces a dormir como si su conciencia levitara. Por su parte María, asimiló con su inocencia de niña, la relación entre los lugares cerrados, el pecado y el demonio que lo incita, volviéndose un poco claustrofóbica. Sentía asfixia cuando se percataba que se aseguraban las puertas de un auto, o se corrían los pestillos tras de sí en cualquier estancia, aún el rechinar de bisagras la ponía nerviosa.
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La noche traía el calor pesado, acumulado durante un día de bochorno y rutina, de dolores comunes y aspiraciones fallidas. La joven soltó su “cola de caballo”, sacudió su cabeza aflojando el pelo, no así la tensión que punzaba el cuello y los músculos superiores de la espalda. Con los ojos de aquel hombre aún encajados en el cuerpo, María se desnudó lentamente para ponerse el pijama, procurando no mirarse mucho en el espejo, pero las miradas furtivas le devolvían una imagen muy deseable. Se preguntó entonces, si ella tendría algo de culpa en atraer al demonio hacia aquel pobre hombre. Se metió en la cama y mientras recorría con la mirada los rincones del cuarto oscuro, sintió de súbito esa rigidez en el cuerpo que le anunciaba esa presencia extraña de los fines de semana. Un ruido casi imperceptible, un jadeo contenido se acercaba desde el averno. Apretó los ojos fuertemente, mientras la rigidez invadía cada músculo, aún el del habla.
La mirada sucia extendió sus dedos fríos recorriendo sus partes íntimas, irrumpiendo en su ropa interior hasta profanar su cuerpo. Con un miedo indescriptible y mordiéndose los labios, para no ser asfixiada por su inmensa mano, sintió por milésima vez como era despojada de sus ropas y penetrada entre maléficos susurros, para, también de súbito recobrar la certeza de que todo había pasado. Después de tanto tiempo, había aprendido a conciliar el sueño,pero esa noche no podría dejar de pensar en el hombre de los ojos que queman, esos que guardaban al ente que jamás se había atrevido a mirar en su forma incorpórea.
Sus padres se decepcionarían de ella si llegaban a enterarse. Principalmente su padre Enrique sería herido profundamente al saber mancillado su hogar por fuerzas oscuras y a su hija abusada tan asquerosamente por un enemigo de Dios.“No dejes que ningún baboso te ensucie tocando tu cuerpo”, le repetía siempre que tenía alguna excusa para tocar el tema. “¿Qué diría, si supiera que el que la ensuciaba ni siquiera era humano?” Tendría que mantener en secreto ese Abusador Oscuro, o deshacerse de él.
Esa sábado no pegó los ojos. Pero a diferencia de otros, el miedo se convirtió en ira y planificó cada detalle de su liberación. Los seres humanos comunes también aguantan sus cargas, hasta que un buen día se niegan a dar un paso más con ella y cambian su propia historia y aun la gran Historia, la que nos concierne a todos.
La mañana del lunes llegaría con su peso acostumbrado. Los ojos del diablo, el bus, la universidad, los chicos, la salida de clases antes de la hora.
Alrededor de las siete de esa noche especialmente acalorada, aún era grande la afluencia de gente en la parada. Alrededor de las ocho, ella aún esperaba sentada en una banca del pequeño parque del frente. A las nueve la afluencia había menguado bastante y por largos ratos nadie esperaba bus. Miró el reloj de Mikey que le había regalado su padre, semanas atrás, y una preocupación le recorrió la espalda. Pronto saldrían sus compañeros y algunos se bajarían en su parada, y ella no podría explicar por qué no había llegado a su hogar. Al fin la soledad parecía absoluta, miró hacia todos lados constatando que no había nadie, se acercó al hombre evitando su mirada y le dijo: “Me han pedido que lo encamine porque algo ha pasado en su casa.
A unos doscientos metros de distancia por la calle de lastre que se elevaba paralela a la carretera, enfiló la silla hacia el tráfico de vehículos y la dejó deslizarse a toda velocidad por el talud que daba con la misma, irrumpiendo el recorrido de un camión que a toda velocidad buscaba la hora del descanso.
María corrió a su casa, sabiéndose libre de su pesadilla. A nadie podría contarle lo ocurrido, ni aun a su padre, pero sin duda, si lo llegara a saber, él la comprendería, pues el sí sabía de demonios y de la suciedad que envuelve sus cosas. Durante la semana ella se sintió feliz. En las noticias y entre los vecinos había corroborado la fatalidad del accidente. Al fin se sentía capaz de tomar las riendas de su vida. “Pobre hombre – pensó – ¿Qué mal del alma, que fisura en sus convicciones habrá permitido que lo poseyera aquel demonio?”
María sabía, que aquel era un caso imposible de tratar, por la voluntad diezmada de la víctima y porque nadie, sino el afectado por su influencia, podría percibir la posesión. Ella había leído mucho más sobre el tema en días recientes y quizás ahora, más limpia y libre por el conocimiento, podría colaborar con la iglesia aportando su parte para aconsejar a los jóvenes. Algo parecido a la alegría aclaró su tristeza crónica.
Era sábado, “el domingo – pensó – podré mirar de frente a mi padre al recibir la comunión”. La noche era calurosa y decidió por primera vez en su vida – al menos que recordara – mirarse al espejo, admirar el arte divino revelado en su cuerpo y no utilizar las cobijas pues el calor arreciaba. Morfeo, por primera vez en la última década, la abrazó de inmediato. En las profundidades del sueño, con intensa ternura, miraba al hombre poseído, ya libre, lo abrazaba y él le agradecía con una sonrisa para luego alejarse caminando hacia una luz intensa. "Ha sido la mejor y más trascendental decisión de mi vida", se dijo.
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Al principio no reconoció lo que sentía, luego de regreso, entre dormida y despierta fue registrando detalles, armando la misma sensación entre las piernas. La desesperanza la paralizó nuevamente, con intenso miedo se mordió los labios hasta que sangraron. Después de que el maldito ente consumó su acto, fue tomando valor para abrir sus ojos (nunca antes lo había logrado) mientras imaginaba al tullido alejándose en su forma etérea, esa forma imperceptible al ojo humano, carnal. “En la dimensión espiritual un pestañeo es una eternidad”.
“La próxima sus ojos no escaparán a mis ojos”, se dijo con ira y dolor, pero notando en sí misma un valor inusual.
“Papá, por favor prense la puerta”, le pidió a su progenitor, mientras pensaba que, quizás, ante algún ruido involuntario, habría acudido en su auxilio, y al no percibir nada, la habría cubierto, para volver luego a su santo lecho, como tantos sábados que el demonio desabrigaba su cuerpo.
“Shshshshsh…”, respondió aquel santo anónimo.

Publicado: Mar, 22 Jul 2014 22:04
por Hallie Hernández Alfaro
Qué grande el relato, amigo. Lo he leído dos veces; está lleno de elementos riquísmos, la espantosa moral, el toque más aberrante del satán progenitor.
Imaginé esta cordura posesa haciendo uso del mal en los más distintos ambientes; en la casa docta, en la casa mísera, en sus engañosos aledaños.
Se ha comprobado que los abusadores suelen estar muy cerca de la víctima. Me impresionó mucho el personaje en silla de ruedas, inválido trazo masculino, receptor de la maldad, espejo roto y falso. Todos los perfiles están muy bien dibujados.

Impresionantes los puntos acumulados por Enrique para la hoguera.

Aplausos miles, que se escuchen en la hermosa Costa Rica; abrazo enorme para vos y los tuyos.

Publicado: Mié, 23 Jul 2014 18:25
por Hallie Hernández Alfaro
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Construcción a partir de un personaje del relato POSESO de Gerardo Mont.



La desgracia heredada es difícil de perdonar, pero más lo es aquella producto de la negligencia humana. Hace ya demasiados años Ángel tenía que masticar el mundo desde una humillante silla de ruedas. Quizá por eso, sus ojos habían perdido el brillo de la madurez sosegada. Ser impedido, lisiado, minusválido, en una metrópolis latinoamericana, tenía una amargura añadida. El hombre fuerte, vigoroso, entrenado para trabajar la tierra y luego las máquinas, constituía un arquetipo viril, atractivo para el encantador sexo opuesto. Lanzar un piropo desde dos piernas fuertes era un gesto natural para la mayoría de sus congéneres. Él, en cambio, debía vivir con la incapacidad de su cuerpo de 37 años. Músculos atrofiados, funciones vegetativas sin contención y una soledad tremenda a su lado. La ley del trabajo, la protección de la empresa pivada, la seguridad social, todas instancias que se habían lavado las manos, en el accidente que lo había dejado muerto de la cintura hacia abajo.

Los últimos meses había intentado volver a circular con algo de naturalidad por las calles del centro.
Una tarde de septiembre, mientras contaba las horas vacías y su mente divagaba en el pasado, pudo divisar a dos adolescentes que caminaban con prisa hacia la parada de autobús. Nada extraño en ese horario laboral que llevaba y traía estudiantes por todas las aceras. La cercanía de la Universidad se encargaba de un tráfico constante de gente desplazándose aquií y allá. Pero Ángel, que hace mucho no sentía algo parecido a la emoción sensual, sufrió un corrientazo en sus adentros al toparse con los ojos de una de las muchachas. De los más hermosos que había visto jamás: vivos, dolientes y tristes, más de lo que su edad pudiera permitirle. Ella pareció corresponder su mirada con un gesto de rechazo y clara molestia. Lógico, pensó; es una nena y yo soy un inválido, un ser a medias atado de manera cruel a este destino injusto. Desde ese día procuraba, por todos los medios, estar cerca del lugar donde la había visto por primera vez. Un sofoco psíquico le atormentaba. La visión de la chiquilla lo trastornaba por completo. Cualquier resto de hombría que aún subsistía en su fuero interno, se veía movilizado por la presencia lejana de la chica. Imaginó mil veces un nombre para ella, un saludo, un cruce de palabras, un algo que lo convenciera de su realidad; cada noche al cerrar los ojos aparecía la joven mujer frente a ellos. Ni siquiera soñaba con tocarla, su existencia se había convertido en un brillo místico, sobrenatural. Recordó a Lolita de Nabokov, a Memorias de mis putas tristes de García Márquez y esas otras historias del cine donde la trama se basaba en estas casualidades inexplicables.

Casi terminaba el período escolar, un miedo atroz se apoderó de Ángel. Quien sabe cuando podría volver a verla. La noche anterior, uno de esos jueves interminables y tristes, no pudo conciliar el sueño. Más temprano que nunca se dirigió hasta las cercanías de la parada de autobús; tenía una sensación de angustia en la boca del estómago, un presentimiento terrible lo acosaba sin razón. De pronto vio acercarse a la joven estudiante, con paso firme aminoraba la distancia que los separaba. La confusión y los nervios jugaron en su contra, apenas pudo balbucear algo y el entorno comenzó a oscurecer; era algo parecido a la sensación de caerse por un precipicio interminable; la vida daba vueltas con el rostro de la niña mirándole. Algo andaba mal, muy mal. Tal vez estaba en la antesala de la muerte, sí, la hora final se acercaba. Leve, muy leve, separaba su cuerpo del entresijo del alma, sonrió con devoción a la preciosa muerte que lo llevaba consigo.

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Publicado: Mié, 30 Jul 2014 19:02
por Gerardo Mont
Hallie Hernández Alfaro escribió:Qué grande el relato, amigo. Lo he leído dos veces; está lleno de elementos riquísmos, la espantosa moral, el toque más aberrante del satán progenitor.
Imaginé esta cordura posesa haciendo uso del mal en los más distintos ambientes; en la casa docta, en la casa mísera, en sus engañosos aledaños.
Se ha comprobado que los abusadores suelen estar muy cerca de la víctima. Me impresionó mucho el personaje en silla de ruedas, inválido trazo masculino, receptor de la maldad, espejo roto y falso. Todos los perfiles están muy bien dibujados.

Impresionantes los puntos acumulados por Enrique para la hoguera.

Aplausos miles, que se escuchen en la hermosa Costa Rica; abrazo enorme para vos y los tuyos.



No sabes cuanto te agradezco tus comentarios querida amiga. Sin tu amable paso, pasarían sin más, al olvido, descendiendo lugares hasta... lo que quede en el fondo. De verdad un gusto y un inmenso honor contar con tu apoyo, admirada poeta. Un gran abrazo para ti y toda tu familia.

Publicado: Jue, 31 Jul 2014 19:42
por Julio Gonzalez Alonso
Premio por partida doble. Felicitaciones a ambos, y abrazos.
Salud.

Publicado: Dom, 03 Ago 2014 6:26
por Arturo Rodríguez Milliet
Bravo Gerardo!
Excelente relato. Tu narrativa nos lleva desde la intimidad psicológica muy bien dibujada en cada personaje, a los escenarios y circunstancias en los que se desenvuelven, generando una solida congruencia argumentativa, tan factible como impactante... al fin y al cabo, asi termina resultando siempre la realidad.

Mi entusiasta felicitación en un abrazo.

No puedo dejar de comentar el interesante ejercicio que haces, Hallie, al desarrollar el perfil psicológico del personaje de la silla de ruedas. Con pocas pinceladas, Gerardo sugiere la imagen de este personaje, distorsionado en la percepción de la protagonista, y tu interpretación Hallie, coincide perfectamente con la lógica real del relato. Mis felicitaciones por tu agudeza en el análisis de la naturaleza humana.
Un afectuoso abrazo para ti también.

Publicado: Dom, 03 Ago 2014 18:26
por Gerardo Mont
Hallie Hernández Alfaro escribió:/


Construcción a partir de un personaje del relato POSESO de Gerardo Mont.



La desgracia heredada es difícil de perdonar, pero más lo es aquella producto de la negligencia humana. Hace ya demasiados años Ángel tenía que masticar el mundo desde una humillante silla de ruedas. Quizá por eso, sus ojos habían perdido el brillo de la madurez sosegada. Ser impedido, lisiado, minusválido, en una metrópolis latinoamericana, tenía una amargura añadida. El hombre fuerte, vigoroso, entrenado para trabajar la tierra y luego las máquinas, constituía un arquetipo viril, atractivo para el encantador sexo opuesto. Lanzar un piropo desde dos piernas fuertes era un gesto natural para la mayoría de sus congéneres. Él, en cambio, debía vivir con la incapacidad de su cuerpo de 37 años. Músculos atrofiados, funciones vegetativas sin contención y una soledad tremenda a su lado. La ley del trabajo, la protección de la empresa pivada, la seguridad social, todas instancias que se habían lavado las manos, en el accidente que lo había dejado muerto de la cintura hacia abajo.

Los últimos meses había intentado volver a circular con algo de naturalidad por las calles del centro.
Una tarde de septiembre, mientras contaba las horas vacías y su mente divagaba en el pasado, pudo divisar a dos adolescentes que caminaban con prisa hacia la parada de autobús. Nada extraño en ese horario laboral que llevaba y traía estudiantes por todas las aceras. La cercanía de la Universidad se encargaba de un tráfico constante de gente desplazándose aquií y allá. Pero Ángel, que hace mucho no sentía algo parecido a la emoción sensual, sufrió un corrientazo en sus adentros al toparse con los ojos de una de las muchachas. De los más hermosos que había visto jamás: vivos, dolientes y tristes, más de lo que su edad pudiera permitirle. Ella pareció corresponder su mirada con un gesto de rechazo y clara molestia. Lógico, pensó; es una nena y yo soy un inválido, un ser a medias atado de manera cruel a este destino injusto. Desde ese día procuraba, por todos los medios, estar cerca del lugar donde la había visto por primera vez. Un sofoco psíquico le atormentaba. La visión de la chiquilla lo trastornaba por completo. Cualquier resto de hombría que aún subsistía en su fuero interno, se veía movilizado por la presencia lejana de la chica. Imaginó mil veces un nombre para ella, un saludo, un cruce de palabras, un algo que lo convenciera de su realidad; cada noche al cerrar los ojos aparecía la joven mujer frente a ellos. Ni siquiera soñaba con tocarla, su existencia se había convertido en un brillo místico, sobrenatural. Recordó a Lolita de Nabokov, a Memorias de mis putas tristes de García Márquez y esas otras historias del cine donde la trama se basaba en estas casualidades inexplicables.

Casi terminaba el período escolar, un miedo atroz se apoderó de Ángel. Quien sabe cuando podría volver a verla. La noche anterior, uno de esos jueves interminables y tristes, no pudo conciliar el sueño. Más temprano que nunca se dirigió hasta las cercanías de la parada de autobús; tenía una sensación de angustia en la boca del estómago, un presentimiento terrible lo acosaba sin razón. De pronto vio acercarse a la joven estudiante, con paso firme aminoraba la distancia que los separaba. La confusión y los nervios jugaron en su contra, apenas pudo balbucear algo y el entorno comenzó a oscurecer; era algo parecido a la sensación de caerse por un precipicio interminable; la vida daba vueltas con el rostro de la niña mirándole. Algo andaba mal, muy mal. Tal vez estaba en la antesala de la muerte, sí, la hora final se acercaba. Leve, muy leve, separaba su cuerpo del entresijo del alma, sonrió con devoción a la preciosa muerte que lo llevaba consigo.

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Hallie estimada amiga y admirada poeta, un honor encontrar a tu "Ángel", inteligente y cuidadosamente trazado en mi humilde relato. El personaje no podría ser de otra manera, limitada su realidad a sus limitaciones, abraza la muerte como un preciado don que lo libera. Gracias por tu excelente aporte y por pasar tan amablemente por mis cosas. Un abrazo inmenso para tí y los tuyos, amiga.

Publicado: Mié, 06 Ago 2014 17:58
por Gerardo Mont
Julio González Alonso escribió:Premio por partida doble. Felicitaciones a ambos, y abrazos.
Salud.


Te agradezco mucho tu lectura y tu amable comentario, estimado y admirado poeta. Un gran abrazo, que te llegue sincero.

Publicado: Lun, 11 Ago 2014 16:10
por Gerardo Mont
Arturo Rodríguez Milliet escribió:Bravo Gerardo!
Excelente relato. Tu narrativa nos lleva desde la intimidad psicológica muy bien dibujada en cada personaje, a los escenarios y circunstancias en los que se desenvuelven, generando una solida congruencia argumentativa, tan factible como impactante... al fin y al cabo, asi termina resultando siempre la realidad.

Mi entusiasta felicitación en un abrazo.

No puedo dejar de comentar el interesante ejercicio que haces, Hallie, al desarrollar el perfil psicológico del personaje de la silla de ruedas. Con pocas pinceladas, Gerardo sugiere la imagen de este personaje, distorsionado en la percepción de la protagonista, y tu interpretación Hallie, coincide perfectamente con la lógica real del relato. Mis felicitaciones por tu agudeza en el análisis de la naturaleza humana.
Un afectuoso abrazo para ti también.



Te agradezco sinceramente tu apoyo estimado poeta. Para mí es muy valiosa tu opinión y no dudo que para Hallie también. Es un honor saber que te ha gustado y que te parece bien trazado. Espero que estés bien junto a los tuyos. Un gran abrazo y sincero además.