INTROSPECTIVO
Publicado: Sab, 19 Jul 2014 0:00
De repente al prolongarme en una duda todo se ha desvanecido,
como las madrugadas cuando saben a paracetamol sin sexo
y en alguna caverna del hastío bocados de abstinencia se devoran
mientras la resaca de los perdedores abrasa al crepúsculo de la carne
y deja sobre las aceras del amanecer el cadáver del deseo.
Hoy noto en mi cuerpo el latir de los relojes del tiempo con retraso,
como una antigua ceremonia esperando al espectro de la lluvia
cuando sobre la piel los desiertos se espacian indomables
y un presagio de fuego calcina la sementera del futuro
transmutándose todo en eriales de ceniza que se van cayendo vacío.
Hay días en que el aire se hace huraño y sólo me salva respirar por la palabra,
y cuando advierto que las ausencias acostumbran a llegar para quedarse,
escribo con esta desnudez que se anticipa a los escombros del destino.
Entonces sólo queda buscar en la ebriedad de lo prohibido un pecado de amor
que logre redimir a este corazón para que no lloré más por sus heridas.
Pero siento que hay algo que nos recuerda que fuimos infinitos,
que alzábamos los puños y la ilusión, como una flor, abría sus pétalos al mundo
y las tarde de domingo nunca fueron el resumen de un naufragio,
si no un horizonte tangible que se iba transformando en pulso
y palpitaba cercano a la esperanza que recogían nuestros sueños.
Ahora sólo queda un rastro de congoja que va mostrando a veces
las derrotas de cuantas luchas amamos y perdimos
y abrazado a esta soledad que forjó mi identidad con su soberbia,
quisiera apaciguar este dolor que la memoria convirtió en legado
mientras aprendo el lenguaje del olvido para leer mis cicatrices.
como las madrugadas cuando saben a paracetamol sin sexo
y en alguna caverna del hastío bocados de abstinencia se devoran
mientras la resaca de los perdedores abrasa al crepúsculo de la carne
y deja sobre las aceras del amanecer el cadáver del deseo.
Hoy noto en mi cuerpo el latir de los relojes del tiempo con retraso,
como una antigua ceremonia esperando al espectro de la lluvia
cuando sobre la piel los desiertos se espacian indomables
y un presagio de fuego calcina la sementera del futuro
transmutándose todo en eriales de ceniza que se van cayendo vacío.
Hay días en que el aire se hace huraño y sólo me salva respirar por la palabra,
y cuando advierto que las ausencias acostumbran a llegar para quedarse,
escribo con esta desnudez que se anticipa a los escombros del destino.
Entonces sólo queda buscar en la ebriedad de lo prohibido un pecado de amor
que logre redimir a este corazón para que no lloré más por sus heridas.
Pero siento que hay algo que nos recuerda que fuimos infinitos,
que alzábamos los puños y la ilusión, como una flor, abría sus pétalos al mundo
y las tarde de domingo nunca fueron el resumen de un naufragio,
si no un horizonte tangible que se iba transformando en pulso
y palpitaba cercano a la esperanza que recogían nuestros sueños.
Ahora sólo queda un rastro de congoja que va mostrando a veces
las derrotas de cuantas luchas amamos y perdimos
y abrazado a esta soledad que forjó mi identidad con su soberbia,
quisiera apaciguar este dolor que la memoria convirtió en legado
mientras aprendo el lenguaje del olvido para leer mis cicatrices.