El vigilante
Publicado: Mié, 16 Jul 2014 23:45
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Varios institutos científicos, de reconocido prestigio internacional, colaboraban con el proyecto Vi. La prensa local insistía en publicar entrevistas anónimas con posibles conejillos de indias. El ministerio de Salud negaba todo tipo de experimentación y desviaba la atención pública expresando su temor por nuevos virus descubiertos.
Alfredo era víctima del paro; uno más, le decían los vecinos con gesto solidario.
Sus reservas económicas y morales se agotaban; un hilillo de angustia tejía noches enteras de insomnio y preocupación. Ni siquiera para la cerveza de los viernes alcanzaban las cuentas.
Una tarde de lunes, con casi 40 grados de sensación térmica, decidió pedir una cita en el hospital central.
Neurología y biofísica, consultorio tres a la derecha. Fue atendido con naturalidad y cortesía. Debió llenar muchos formularios en los ordenadores de la salita de espera. Un rato más tarde fue citado para realizar una analítica extensa. Siguieron varios encefalogramas, resonancias magnéticas y ecosonogramas de riñones, hígado y corazón.
No pudo evitar sentirse intimidado ante tanta variedad de instrumentos exploratorios. Un grano diminuto de arena sería su legado al próximo siglo... o tal vez sentiría gran arrepentimiento por entregar tanta libertad personal a la ciencia. La decisión estaba tomada; se arriesgaría, no tenía hijos ni mujer y los parientes lejanos parecían haberse olvidado de su existencia. Sus pocos amigos imaginarían lo ocurrido y tal vez hasta lo seguirían en su idea desesperada.
Finalmente concluían los estudios previos. Un grupo de hombres de blanco le anunció que todo había salido bien. A lo sumo dos días después, tendrían lugar las pruebas psicológicas. Alfredo se marchó con una doble sensación de esperanza y vértigo.
Si las cosas salían como había calculado no tendría que pensar más en los euros faltantes ni en las deudas pendientes.
En una semana tuvo la confirmación de poseer un organismo sano y apto para la pequeña intervención laser a la que sería sometido.
A las 08 horas de la mañana de su cumpleaños número 33 fue internado en el quirófano destinado al proyecto Vi.
La junta de especialistas convocó en reunión especial a los miembros del laboratorio biocelular, sección informantes. Tenían razones para estar satisfechos; en el último año habían sido implantados más de mil chips vigilantes. Hombres y mujeres, ciudadanos comunes y corrientes, suministraban datos desde su cerebro a la agencia de inteligencia de la Unión de Paises Euroamericanos; los impulsos nerviosos eran leídos en micro monitores y los grados de distorsión no alcanzaban el 1%. La civilización contaba con telépatas que se mezclaban (sin levantar sospechas y sin tener registro de memoria) con organizaciones criminales, círculos cerrados de política internacional, congresos pacifistas y demás grupos hasta ahora secretos.
Para Alfredo la ansiedad de no encontrar empleo era sólo un vano recuerdo.
Hace más de tres meses trabaja como chofer del secretario de asuntos contables en uno de los bancos más prósperos del país.
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Varios institutos científicos, de reconocido prestigio internacional, colaboraban con el proyecto Vi. La prensa local insistía en publicar entrevistas anónimas con posibles conejillos de indias. El ministerio de Salud negaba todo tipo de experimentación y desviaba la atención pública expresando su temor por nuevos virus descubiertos.
Alfredo era víctima del paro; uno más, le decían los vecinos con gesto solidario.
Sus reservas económicas y morales se agotaban; un hilillo de angustia tejía noches enteras de insomnio y preocupación. Ni siquiera para la cerveza de los viernes alcanzaban las cuentas.
Una tarde de lunes, con casi 40 grados de sensación térmica, decidió pedir una cita en el hospital central.
Neurología y biofísica, consultorio tres a la derecha. Fue atendido con naturalidad y cortesía. Debió llenar muchos formularios en los ordenadores de la salita de espera. Un rato más tarde fue citado para realizar una analítica extensa. Siguieron varios encefalogramas, resonancias magnéticas y ecosonogramas de riñones, hígado y corazón.
No pudo evitar sentirse intimidado ante tanta variedad de instrumentos exploratorios. Un grano diminuto de arena sería su legado al próximo siglo... o tal vez sentiría gran arrepentimiento por entregar tanta libertad personal a la ciencia. La decisión estaba tomada; se arriesgaría, no tenía hijos ni mujer y los parientes lejanos parecían haberse olvidado de su existencia. Sus pocos amigos imaginarían lo ocurrido y tal vez hasta lo seguirían en su idea desesperada.
Finalmente concluían los estudios previos. Un grupo de hombres de blanco le anunció que todo había salido bien. A lo sumo dos días después, tendrían lugar las pruebas psicológicas. Alfredo se marchó con una doble sensación de esperanza y vértigo.
Si las cosas salían como había calculado no tendría que pensar más en los euros faltantes ni en las deudas pendientes.
En una semana tuvo la confirmación de poseer un organismo sano y apto para la pequeña intervención laser a la que sería sometido.
A las 08 horas de la mañana de su cumpleaños número 33 fue internado en el quirófano destinado al proyecto Vi.
La junta de especialistas convocó en reunión especial a los miembros del laboratorio biocelular, sección informantes. Tenían razones para estar satisfechos; en el último año habían sido implantados más de mil chips vigilantes. Hombres y mujeres, ciudadanos comunes y corrientes, suministraban datos desde su cerebro a la agencia de inteligencia de la Unión de Paises Euroamericanos; los impulsos nerviosos eran leídos en micro monitores y los grados de distorsión no alcanzaban el 1%. La civilización contaba con telépatas que se mezclaban (sin levantar sospechas y sin tener registro de memoria) con organizaciones criminales, círculos cerrados de política internacional, congresos pacifistas y demás grupos hasta ahora secretos.
Para Alfredo la ansiedad de no encontrar empleo era sólo un vano recuerdo.
Hace más de tres meses trabaja como chofer del secretario de asuntos contables en uno de los bancos más prósperos del país.
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