No hay prisión
Publicado: Jue, 19 Jun 2014 22:03
Yo sabía que al llegar iba a llamarte Rey de los árboles,
no eras más que un cajón abierto a punto de salirse de la mesa
junto a la ventana con su cuadrado y su cristal, todo una llama perfecta
que baila sin moverse en el agujero de toda noción física de amar
cualquier figura antropomorfa con labios donde la palabra y manos preparadas para la voluntad.
No eras más que el listón roto del redil donde el pasto seco susurra
sin que una brizna de viento lo incomode,
la fractura parecía una mano o un tridente de corcho pero era suficiente como imagen
para detener todas las imágenes en la entrada.
El ganado no volverá,
la línea del horizonte está de espaldas,
las huellas tienen tanta consistencia que bajo la piel del párpado hay más piel
de otra cosa distinta, granulada, acervo molido
con un tamiz que se deshace creciendo.
Rey de los árboles porque una vez, debajo de la tierra te acaricié;
tu cuerpo entero se desconchó. Cuánta corteza húmeda en el dorso de mi mano al despedirse
como un planeta que se deja cubrir sabiendo que nunca engendrará
y jadea inmortalmente.
Y porque desde entonces serías de una desnudez compartida,
hecha de una mancha tan grande como mi cuerpo.
no eras más que un cajón abierto a punto de salirse de la mesa
junto a la ventana con su cuadrado y su cristal, todo una llama perfecta
que baila sin moverse en el agujero de toda noción física de amar
cualquier figura antropomorfa con labios donde la palabra y manos preparadas para la voluntad.
No eras más que el listón roto del redil donde el pasto seco susurra
sin que una brizna de viento lo incomode,
la fractura parecía una mano o un tridente de corcho pero era suficiente como imagen
para detener todas las imágenes en la entrada.
El ganado no volverá,
la línea del horizonte está de espaldas,
las huellas tienen tanta consistencia que bajo la piel del párpado hay más piel
de otra cosa distinta, granulada, acervo molido
con un tamiz que se deshace creciendo.
Rey de los árboles porque una vez, debajo de la tierra te acaricié;
tu cuerpo entero se desconchó. Cuánta corteza húmeda en el dorso de mi mano al despedirse
como un planeta que se deja cubrir sabiendo que nunca engendrará
y jadea inmortalmente.
Y porque desde entonces serías de una desnudez compartida,
hecha de una mancha tan grande como mi cuerpo.