Si alguien me nombra
Publicado: Vie, 06 Jun 2014 16:09
Ese era yo, el niño de abril,
el maquillaje sin alba.
Crece la similitud de los huesos,
crece la simpatía de las risas,
crece la edad con sus alas de azul.
Mi sol duda como un ejército sonámbulo,
su altitud no conoce la misericordia de los oasis,
el párpado sangriento de la costumbre.
Esas lineas no son delirio,
veo los pájaros desnudar su ruta idólatra
y no consigo una efigie ni un don
que duerma en mis días.
He aquí el cuerpo no robado,
la quiniela inservible,
el pasquín que desdobla
las señal de la ausencia.
Un árbol muere en su espejo,
pide la luz, el agua,
la historia innombrable de la vida,
pero un susurro le sorprende,
calla el mundo, la gárgola terrible
asoma en la sequedad
de un destino de rosa y azúcar,
de negras orquídeas de alabastro,
de raíles rojos
como un vigor exhausto.
No cuentes los misterios,
ya no dudan,
nos eligen entre la flor y el cáliz,
entre los hospitales viajeros
de la senectud.
¿Cuántos son los círculos prohibidos,
cuánta la inocencia que aún baila
en las noches del refugio
como un clavicémbalo roto
o un arpegio que no descubre su latir?
Si alguien me nombra
que sea el incendiado crepúsculo
que prosigue y prosigue,
más allá de mí,
de la raíz
que en un eco de mar,
naufraga.
el maquillaje sin alba.
Crece la similitud de los huesos,
crece la simpatía de las risas,
crece la edad con sus alas de azul.
Mi sol duda como un ejército sonámbulo,
su altitud no conoce la misericordia de los oasis,
el párpado sangriento de la costumbre.
Esas lineas no son delirio,
veo los pájaros desnudar su ruta idólatra
y no consigo una efigie ni un don
que duerma en mis días.
He aquí el cuerpo no robado,
la quiniela inservible,
el pasquín que desdobla
las señal de la ausencia.
Un árbol muere en su espejo,
pide la luz, el agua,
la historia innombrable de la vida,
pero un susurro le sorprende,
calla el mundo, la gárgola terrible
asoma en la sequedad
de un destino de rosa y azúcar,
de negras orquídeas de alabastro,
de raíles rojos
como un vigor exhausto.
No cuentes los misterios,
ya no dudan,
nos eligen entre la flor y el cáliz,
entre los hospitales viajeros
de la senectud.
¿Cuántos son los círculos prohibidos,
cuánta la inocencia que aún baila
en las noches del refugio
como un clavicémbalo roto
o un arpegio que no descubre su latir?
Si alguien me nombra
que sea el incendiado crepúsculo
que prosigue y prosigue,
más allá de mí,
de la raíz
que en un eco de mar,
naufraga.