AL MARGEN DE LA TARDE
Publicado: Mar, 08 Abr 2014 18:16
Las manos,
tus manos de palabra y pensamiento,
sobre los vientos del regreso se han dormido,
y te he querido libremente,
sin trampa ni tiempo,
sin sentido aparente, apenas con ansia,
con la magia del latido diferente.
Al margen de la tarde te he mirado,
y te he hallado entre las calles,
sobre las voces,
disfrazada de esa ausencia que te hace diferente,
suave y altanera,
escrita en la vereda de esta vida
que solo escucha y solo calla,
que atrapa, y condena y absuelve…
y llena.
Tus manos,
testigos del tormento de mis líneas aprendices,
se han posado en los tejados de esta casa
que ha hospedado cicatrices y silencio,
que ha ocultado tanto miedo y tanta herida,
y tanta soledad pendiente,
que ha sentido que tenerte es un sentido,
un balcón abierto,
una mesa dispuesta y una alcoba
donde dormir el último suspiro,
la última estrofa.
Tus manos de seda me han querido
apenas un retal de primavera
y he vivido de nuevo recordado,
entregado al laberinto de escribirte
sin renglones ni lenguaje,
solamente el equipaje de sentirte mía
en un instante,
en una letanía constante y dulce,
saberte en el cruce, sentada en la tarde,
sobre el cauce cobarde que te sintió valiente,
erguida,
diferente.
Las manos,
tus manos, han sentido y me han sentido,
indefinidamente
tus manos de palabra y pensamiento,
sobre los vientos del regreso se han dormido,
y te he querido libremente,
sin trampa ni tiempo,
sin sentido aparente, apenas con ansia,
con la magia del latido diferente.
Al margen de la tarde te he mirado,
y te he hallado entre las calles,
sobre las voces,
disfrazada de esa ausencia que te hace diferente,
suave y altanera,
escrita en la vereda de esta vida
que solo escucha y solo calla,
que atrapa, y condena y absuelve…
y llena.
Tus manos,
testigos del tormento de mis líneas aprendices,
se han posado en los tejados de esta casa
que ha hospedado cicatrices y silencio,
que ha ocultado tanto miedo y tanta herida,
y tanta soledad pendiente,
que ha sentido que tenerte es un sentido,
un balcón abierto,
una mesa dispuesta y una alcoba
donde dormir el último suspiro,
la última estrofa.
Tus manos de seda me han querido
apenas un retal de primavera
y he vivido de nuevo recordado,
entregado al laberinto de escribirte
sin renglones ni lenguaje,
solamente el equipaje de sentirte mía
en un instante,
en una letanía constante y dulce,
saberte en el cruce, sentada en la tarde,
sobre el cauce cobarde que te sintió valiente,
erguida,
diferente.
Las manos,
tus manos, han sentido y me han sentido,
indefinidamente