MUTACIONES (EB)
Publicado: Sab, 01 Feb 2014 18:46
En el paisaje final del vertedero,
bullen retazos de metal,
circuitos sin pudor que se entremezclan
con electrodomésticos gastados.
Pantallas de televisor
flirtean con el motor lleno de orín de los lavavajillas.
La noche arrebuja tornillos y arandelas,
bisagras sin control se rozan con los cables
de un ordenador desvencijado.
De la molicie de la ruina surge un monstruo voraz
en esta danza de cuerpos incompletos.
Los circuitos acaban conociendo sensaciones
en sus neuronas de hojalata.
En el caldo primordial de sentimientos
arrojados una vez por la tobera del olvido,
algo se mueve en el hervor
de tanto sufrimiento.
Moléculas nerviosas
intentan derramar sus angulares ansias
en las playas que promete el hastío.
Surge un feraz deseo,
una esperanza necesaria.
Y crece, aumenta la visión que tiene de las cosas,
hasta adquirir conciencia corporal,
sensaciones de tiempo.
El hospital oculta tras sus muros
una carnicería brutal donde los cuerpos
despedazados de los muertos
se palpan entre sí.
La obscenidad promiscua de la muerte
necesita el comercio de la sangre,
el intercambio atroz
e insoportable de las vísceras.
Y se acoplan los monstruos, los deseos,
y olvidan sus orígenes
de plástico y viscosa proteína.
En la ciudad iluminada,
donde nunca los nervios
telemáticos descansan
ni las negras arterias del asfalto
escapan al temblor de los fluidos de los coches,
extraños seres se besan en la noche
y dejan en sus labios pintarrajeados
esquirlas de metal,
microgramos de amor reconvertido.
bullen retazos de metal,
circuitos sin pudor que se entremezclan
con electrodomésticos gastados.
Pantallas de televisor
flirtean con el motor lleno de orín de los lavavajillas.
La noche arrebuja tornillos y arandelas,
bisagras sin control se rozan con los cables
de un ordenador desvencijado.
De la molicie de la ruina surge un monstruo voraz
en esta danza de cuerpos incompletos.
Los circuitos acaban conociendo sensaciones
en sus neuronas de hojalata.
En el caldo primordial de sentimientos
arrojados una vez por la tobera del olvido,
algo se mueve en el hervor
de tanto sufrimiento.
Moléculas nerviosas
intentan derramar sus angulares ansias
en las playas que promete el hastío.
Surge un feraz deseo,
una esperanza necesaria.
Y crece, aumenta la visión que tiene de las cosas,
hasta adquirir conciencia corporal,
sensaciones de tiempo.
El hospital oculta tras sus muros
una carnicería brutal donde los cuerpos
despedazados de los muertos
se palpan entre sí.
La obscenidad promiscua de la muerte
necesita el comercio de la sangre,
el intercambio atroz
e insoportable de las vísceras.
Y se acoplan los monstruos, los deseos,
y olvidan sus orígenes
de plástico y viscosa proteína.
En la ciudad iluminada,
donde nunca los nervios
telemáticos descansan
ni las negras arterias del asfalto
escapan al temblor de los fluidos de los coches,
extraños seres se besan en la noche
y dejan en sus labios pintarrajeados
esquirlas de metal,
microgramos de amor reconvertido.