GLOSA
Publicado: Sab, 18 Ene 2014 2:23
GLOSA (*)
(Homenaje a F. G. Lorca)
Ebrio de abril, insomne de tus alas
(paloma soy de sol en arduo vuelo),
sufro de amor con llama abrasadora.
Muerto del aire que en mi sed exhalas,
locos alzan morada en el anhelo
esta luz, este fuego que devora.
Arde la oscura nieve de tu beso,
carne de ausencia, voz enmudecida
que como hierro frío me espolea.
Y aunque requiero espigas del regreso,
tan sólo hiende agujas a mi herida
este paisaje gris que me rodea.
Ciega es la abeja, seda o roce, loca
como el delirio de las flores cuando
su dulce savia en pétalos alea.
Al aire, así, me pierdo por tu boca
sola de ti, y a ella voy clavando
este dolor por una sola idea.
Busco en vano ese beso fugitivo,
prisionero de niebla y de su asedio,
que me roba tu boca redentora.
Y va mordiendo en mí tu amor esquivo,
y al tormento me lleva sin remedio
esta angustia de cielo, mundo y hora.
Rompe el ánfora ajada de la estancia
sobre el suelo de mármol de mis flores
agostadas de luna y zarzamora.
Y pues las penas vierten su fragancia
de sal por el recinto, riegue amores
este llanto de sangre que decora.
Si has de ser de este río naufragada
nave de mi penar, puerto extinguido,
si a tu playa no arriba mi marea,
llene al fin el silencio la abrasada
música sepia, acorde estremecido,
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Vuela tu voz vertida en fértil lirio
como un fanal de cera temblorosa,
y en mí el dolor me hiere y se recrea.
Para ser la distancia mi martirio,
cúbrame para siempre con su losa
este peso del mar que me golpea.
Muere de amor –al fin dulce asesino–
la sangre rosa que la sombra aventa.
Pues es la oscura alondra de la aurora
el augurio fatal, en mar de lino,
que sabe del acíbar y alimenta
este alacrán que por mi pecho mora.
Penas en flor que por tu voz sollozan,
llantos donde el desierto desespera,
Y el beso alado y el soñar dormido,
y la melancolía con que gozan
el rosal y la muerte en primavera:
Son guirnaldas de amor, cama de herido.
Sin ti la brisa vuelca su galerna
en trozos de jacinto por el pecho,
dejos de sol sombrío, hiel de ausencia.
Sin ti la noche asoma a su lucerna
por el acantilado de mi lecho,
donde sin sueño, sueño tu presencia.
Y el dolor del espino prende luego
este incendio de amor, el vino amargo,
panal de hiel de delicada esencia.
Y la inercia en las venas bebe fuego
y despierta el puñal de su letargo,
aunque busco la cumbre de prudencia.
Amaneces de luz, y el sol ardiente
que nace en tu mirar de aurora viva
me anega el alma con aceite ungido.
Y en el febril retorno por mi frente,
te abrazo como sombra rediviva
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Deja a la llama ver su luz profunda
hasta que, muerto el día en la ladera
del alma, sople el viento ya extinguido.
Dure la voz, de lejos, infecunda,
que a mi desolación ciega de espera
me da tu corazón valle tendido.
Fuego, dolor, angustia, cielo, llanto,
llagas de amor que el sueño no desata
del corazón que sufre su cadencia.
Que es tu sueño la sombra de mi espanto,
caballo desbocado que me mata
con cicuta y pasión de amarga ciencia.
(*) De mi libro Tiempo de regreso, 1996.
(Homenaje a F. G. Lorca)
Ebrio de abril, insomne de tus alas
(paloma soy de sol en arduo vuelo),
sufro de amor con llama abrasadora.
Muerto del aire que en mi sed exhalas,
locos alzan morada en el anhelo
esta luz, este fuego que devora.
Arde la oscura nieve de tu beso,
carne de ausencia, voz enmudecida
que como hierro frío me espolea.
Y aunque requiero espigas del regreso,
tan sólo hiende agujas a mi herida
este paisaje gris que me rodea.
Ciega es la abeja, seda o roce, loca
como el delirio de las flores cuando
su dulce savia en pétalos alea.
Al aire, así, me pierdo por tu boca
sola de ti, y a ella voy clavando
este dolor por una sola idea.
Busco en vano ese beso fugitivo,
prisionero de niebla y de su asedio,
que me roba tu boca redentora.
Y va mordiendo en mí tu amor esquivo,
y al tormento me lleva sin remedio
esta angustia de cielo, mundo y hora.
Rompe el ánfora ajada de la estancia
sobre el suelo de mármol de mis flores
agostadas de luna y zarzamora.
Y pues las penas vierten su fragancia
de sal por el recinto, riegue amores
este llanto de sangre que decora.
Si has de ser de este río naufragada
nave de mi penar, puerto extinguido,
si a tu playa no arriba mi marea,
llene al fin el silencio la abrasada
música sepia, acorde estremecido,
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Vuela tu voz vertida en fértil lirio
como un fanal de cera temblorosa,
y en mí el dolor me hiere y se recrea.
Para ser la distancia mi martirio,
cúbrame para siempre con su losa
este peso del mar que me golpea.
Muere de amor –al fin dulce asesino–
la sangre rosa que la sombra aventa.
Pues es la oscura alondra de la aurora
el augurio fatal, en mar de lino,
que sabe del acíbar y alimenta
este alacrán que por mi pecho mora.
Penas en flor que por tu voz sollozan,
llantos donde el desierto desespera,
Y el beso alado y el soñar dormido,
y la melancolía con que gozan
el rosal y la muerte en primavera:
Son guirnaldas de amor, cama de herido.
Sin ti la brisa vuelca su galerna
en trozos de jacinto por el pecho,
dejos de sol sombrío, hiel de ausencia.
Sin ti la noche asoma a su lucerna
por el acantilado de mi lecho,
donde sin sueño, sueño tu presencia.
Y el dolor del espino prende luego
este incendio de amor, el vino amargo,
panal de hiel de delicada esencia.
Y la inercia en las venas bebe fuego
y despierta el puñal de su letargo,
aunque busco la cumbre de prudencia.
Amaneces de luz, y el sol ardiente
que nace en tu mirar de aurora viva
me anega el alma con aceite ungido.
Y en el febril retorno por mi frente,
te abrazo como sombra rediviva
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Deja a la llama ver su luz profunda
hasta que, muerto el día en la ladera
del alma, sople el viento ya extinguido.
Dure la voz, de lejos, infecunda,
que a mi desolación ciega de espera
me da tu corazón valle tendido.
Fuego, dolor, angustia, cielo, llanto,
llagas de amor que el sueño no desata
del corazón que sufre su cadencia.
Que es tu sueño la sombra de mi espanto,
caballo desbocado que me mata
con cicuta y pasión de amarga ciencia.
(*) De mi libro Tiempo de regreso, 1996.