Deberíamos
Publicado: Jue, 16 Ene 2014 8:53
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En estas horas que el ocio nos regala,
cuando un nuevo año comienza su andadura
y la vida cansada se nos duerme
entre la lentitud perezosa de los pasos,
quizás deberíamos rebelarnos, sin quimeras,
ante la ronca y cruda vozde los espejos,
prescindir de tanto seso acumulado día a día,
de tanto y tanto aprendizaje domesticado,
y devorar con gula el tiempo en los relojes
hasta regresar a aquellas horas
donde el ingenio infantil,
dibujando sonrisas al ocaso
y sacándole punta a la audacia,
se declaraba, sin saberlo, en rebeldía,
desterraba de sus prioridades perentorias
la religión, la gramática y el álgebra,
y se inventaba simpáticas coartadas para el ocio
que le llevaran a descerrajar los cerrojos del ocaso,
y con un ¡ya voy, mamá! -que nunca iba-
gozar jugando en libertad,
hasta que la luna comenzaba su andadura.
Quizás, también,
podríamos recoger todo ese tiempo
que vamos malgastando entre silencios
y dedicarnos, piel con piel, a pulirnos las escamas
que suelen nacer siempre en los amores perpetuos,
dejar que las manos aborden el tren de las pasiones
y regresen por senderos de lujuria sosegada
a ser artesanas de amores desahuciados,
que modelen, desnudas de miserias,
el ansia que dormita en las caderas,
e incendiar el deseo con los labios,
hasta domar a fuego lento a la pereza.
O deberíamos, tal vez, rasgar los tupidos corsés
que engañosamente acomodados, día tras día,
permitimos que nos fueran imponiendo,
destrabar la puerta que mantiene encerrada a la locura
y abrir de par en par las ventanas a la audacia
hasta que estalle el sol por todos los rincones
y escapen aterrados los viciados murciélagos de la abulia,
o hasta alcanzar el nirvana de aquella primavera,
que se negaba a nacer y a regalarnos su aroma
porque el olor a naftalina se había instalado en nuestras vidas,
cuando, con los cabellos empapados de lluvia
y sin miedo a los naufragios,
que nos irían proponiendo la intolerancia y las balas,
decidimos ignorar los viciados cantos de sirenas,
que nos prometían continuidad e inmovilismo,
y enfrentarnos a los órdagos de los dioses y sus verdugos
poniendo rumbo fijo a la utopía,
mientras, sonriéndole a un futuro incierto,
pintábamos “prohibido prohibir” en las paredes
“y en la calle, codo acodo,
éramos mucho más que dos”.
© AntonioUrdiales
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En estas horas que el ocio nos regala,
cuando un nuevo año comienza su andadura
y la vida cansada se nos duerme
entre la lentitud perezosa de los pasos,
quizás deberíamos rebelarnos, sin quimeras,
ante la ronca y cruda vozde los espejos,
prescindir de tanto seso acumulado día a día,
de tanto y tanto aprendizaje domesticado,
y devorar con gula el tiempo en los relojes
hasta regresar a aquellas horas
donde el ingenio infantil,
dibujando sonrisas al ocaso
y sacándole punta a la audacia,
se declaraba, sin saberlo, en rebeldía,
desterraba de sus prioridades perentorias
la religión, la gramática y el álgebra,
y se inventaba simpáticas coartadas para el ocio
que le llevaran a descerrajar los cerrojos del ocaso,
y con un ¡ya voy, mamá! -que nunca iba-
gozar jugando en libertad,
hasta que la luna comenzaba su andadura.
Quizás, también,
podríamos recoger todo ese tiempo
que vamos malgastando entre silencios
y dedicarnos, piel con piel, a pulirnos las escamas
que suelen nacer siempre en los amores perpetuos,
dejar que las manos aborden el tren de las pasiones
y regresen por senderos de lujuria sosegada
a ser artesanas de amores desahuciados,
que modelen, desnudas de miserias,
el ansia que dormita en las caderas,
e incendiar el deseo con los labios,
hasta domar a fuego lento a la pereza.
O deberíamos, tal vez, rasgar los tupidos corsés
que engañosamente acomodados, día tras día,
permitimos que nos fueran imponiendo,
destrabar la puerta que mantiene encerrada a la locura
y abrir de par en par las ventanas a la audacia
hasta que estalle el sol por todos los rincones
y escapen aterrados los viciados murciélagos de la abulia,
o hasta alcanzar el nirvana de aquella primavera,
que se negaba a nacer y a regalarnos su aroma
porque el olor a naftalina se había instalado en nuestras vidas,
cuando, con los cabellos empapados de lluvia
y sin miedo a los naufragios,
que nos irían proponiendo la intolerancia y las balas,
decidimos ignorar los viciados cantos de sirenas,
que nos prometían continuidad e inmovilismo,
y enfrentarnos a los órdagos de los dioses y sus verdugos
poniendo rumbo fijo a la utopía,
mientras, sonriéndole a un futuro incierto,
pintábamos “prohibido prohibir” en las paredes
“y en la calle, codo acodo,
éramos mucho más que dos”.
© AntonioUrdiales