El hereje
Publicado: Mar, 14 Ene 2014 18:07
El hereje
Condenado al suplicio de la hoguera, todo está dispuesto en la vieja plaza para que ejecuten la voluntad de sus impasibles jueces. Una morbosa muchedumbre exaltada lo asedia. Los balcones se ven abigarrados. Divisa mozalbetes riendo en los tejados.
Siente la locura del miedo.
Hábilmente amarrado y, ante la irrevocable decisión, debe aceptar que ya no existe, humanamente, salvación posible. Sin embargo, aunque ansíe, le es imposible resignar el don maravilloso de la vida. Los recuerdos surgen a tropeles de su fértil memoria.
Dos verdugos ascienden al cadalso y avivan con habilidad la hoguera. Con sus desorbitados ojos ve cómo los leños empiezan a arder bajo sus pies. Sus pensamientos giran en la muerte. Crepita el fuego y siente quemarse sus andrajos. Despide los primeros alaridos de dolor.
Empiezan a quemársele ambas extremidades. Olfatea el horrible olor de la carne chamuscada. Sus gritos se vuelven desgarradores, mientras se oye el murmullo ávido y feroz de la multitud.
Busca a Dios en las alturas con su visión casi ciega.
“Tal vez, existe”, dice, en tanto reza una oración con fervor recobrada.
En ese instante se encapota el cielo, y una súbita tempestad se abate sobre el circo. Lentamente, y en medio de terribles dolores, el recio vendaval va extinguiendo la pira.
Empapado de huesos, blasfema ante la interrupción de su cruel agonía. Anhela morir, adentrarse en la calma de la oscuridad eterna. No obstante, sus piadosos jueces interpretan el azar como una manifestación divina y, orando y persignándose, le perdonan la vida.
Condenado al suplicio de la hoguera, todo está dispuesto en la vieja plaza para que ejecuten la voluntad de sus impasibles jueces. Una morbosa muchedumbre exaltada lo asedia. Los balcones se ven abigarrados. Divisa mozalbetes riendo en los tejados.
Siente la locura del miedo.
Hábilmente amarrado y, ante la irrevocable decisión, debe aceptar que ya no existe, humanamente, salvación posible. Sin embargo, aunque ansíe, le es imposible resignar el don maravilloso de la vida. Los recuerdos surgen a tropeles de su fértil memoria.
Dos verdugos ascienden al cadalso y avivan con habilidad la hoguera. Con sus desorbitados ojos ve cómo los leños empiezan a arder bajo sus pies. Sus pensamientos giran en la muerte. Crepita el fuego y siente quemarse sus andrajos. Despide los primeros alaridos de dolor.
Empiezan a quemársele ambas extremidades. Olfatea el horrible olor de la carne chamuscada. Sus gritos se vuelven desgarradores, mientras se oye el murmullo ávido y feroz de la multitud.
Busca a Dios en las alturas con su visión casi ciega.
“Tal vez, existe”, dice, en tanto reza una oración con fervor recobrada.
En ese instante se encapota el cielo, y una súbita tempestad se abate sobre el circo. Lentamente, y en medio de terribles dolores, el recio vendaval va extinguiendo la pira.
Empapado de huesos, blasfema ante la interrupción de su cruel agonía. Anhela morir, adentrarse en la calma de la oscuridad eterna. No obstante, sus piadosos jueces interpretan el azar como una manifestación divina y, orando y persignándose, le perdonan la vida.