¿Hemos muerto?
Publicado: Dom, 12 Ene 2014 0:00
Quizás nos sabíamos muertos, pero el sillón se empeñaba en lo contrario, susurrándonos bebidas y guiñándonos desnudos, desde los canales de paga.
Las comidas rápidas, entre otras cosas, también nos engañaban, como si mover la boca no fuese un ritual de los caídos; como lo es también, tararear mensajes encriptados y mejores tiempos, en la violencia de un rock clásico o en el revés de una balada.
Sin duda el frío nos cegaba las distancias, y sentíamos todo a nuestro alcance sin movernos del asiento: esas lunas de plutonio que nos heredara la posguerra, luego Chernóbil con sus exóticos jardines, y esa hiedra negra que fue apagando las estrellas con dióxidos, monóxidos y anhídridos.
Como si las manos fuesen norias acarreábamos amigos a la feria. Entonces nos creíamos vivos entre espectros, todos reunidos en la sala. Y como gritos encajados en las moscas, los pies acaecidos también gritaban sus designios, repiqueteando nerviosos y en desorden, lo difuso que enganchado entre memorias, condena al hombre a lo impreciso…; a la próxima carta en la baraja que agoniza, habiendo derrochado su familia.
Y bromeábamos: un poco de tilo para acallar mentiras; y tanto que pudimos haber sido si cien años no fuesen sólo un siglo…
Y bromeábamos: las noticias, la candela, los héroes de guerra; sin ellos que sería de nosotros: otros que consumen opio en las esquinas.
Y el alumbrado eléctrico –aplicado en inculparnos– , ya recién nacido, ya un poco maduro; al fin nacemos viejos.
Aún, si regresábamos al tiempo sin asfalto, chapoteando entre los sapos tan osados como príncipes, persistía esa herida mortal: lo que seríamos.
¡Ah! y los políticos de antaño, ¿tendrían un poco de consuelo para estos males nacionales? Pero, por poco casi honrados, como iban cambiando…De aprendices de Houdini a astrofísicos. ¡Vaya, si la ciencia había avanzado!
Por último, decidimos conjugarnos de acuerdo a los indicios: Yo he muerto, tú has muerto, hemos muerto.
Las comidas rápidas, entre otras cosas, también nos engañaban, como si mover la boca no fuese un ritual de los caídos; como lo es también, tararear mensajes encriptados y mejores tiempos, en la violencia de un rock clásico o en el revés de una balada.
Sin duda el frío nos cegaba las distancias, y sentíamos todo a nuestro alcance sin movernos del asiento: esas lunas de plutonio que nos heredara la posguerra, luego Chernóbil con sus exóticos jardines, y esa hiedra negra que fue apagando las estrellas con dióxidos, monóxidos y anhídridos.
Como si las manos fuesen norias acarreábamos amigos a la feria. Entonces nos creíamos vivos entre espectros, todos reunidos en la sala. Y como gritos encajados en las moscas, los pies acaecidos también gritaban sus designios, repiqueteando nerviosos y en desorden, lo difuso que enganchado entre memorias, condena al hombre a lo impreciso…; a la próxima carta en la baraja que agoniza, habiendo derrochado su familia.
Y bromeábamos: un poco de tilo para acallar mentiras; y tanto que pudimos haber sido si cien años no fuesen sólo un siglo…
Y bromeábamos: las noticias, la candela, los héroes de guerra; sin ellos que sería de nosotros: otros que consumen opio en las esquinas.
Y el alumbrado eléctrico –aplicado en inculparnos– , ya recién nacido, ya un poco maduro; al fin nacemos viejos.
Aún, si regresábamos al tiempo sin asfalto, chapoteando entre los sapos tan osados como príncipes, persistía esa herida mortal: lo que seríamos.
¡Ah! y los políticos de antaño, ¿tendrían un poco de consuelo para estos males nacionales? Pero, por poco casi honrados, como iban cambiando…De aprendices de Houdini a astrofísicos. ¡Vaya, si la ciencia había avanzado!
Por último, decidimos conjugarnos de acuerdo a los indicios: Yo he muerto, tú has muerto, hemos muerto.