La escafandra y la mariposa
Publicado: Dom, 22 Dic 2013 23:25
Mi cuerpo es una escafandra, mi mente, la mariposa. Mi cuerpo se muere y se llevará también a mi mente. Monique también piensa que se la llevará a ella, que su mundo se apagará con el mío, pero sé que no y espero que ella, en el fondo, también lo sepa.
Llevo exactamente 289 días sin poder dormir si no es con ayuda del sedante. Otros 289 días con un nudo de ansiedad en el estómago y otros 289 días haciéndome la idea de que dejaré este mundo conectado a unos aparatos complejísimos con tubos y mierdas así.
Monique está en el sofá tumbada, enrollada con la manta que ella misma tejió, es una top con el punto. Está preciosa. Siempre lo ha sido, aunque ahora luzca ojeras marcadas y tenga la espalda cargada. Monique es la persona más bonita, por dentro y por fuera, que he conocido nunca. Tiene el pelo por los hombros, castaño y sedoso y los ojos le brillan, siempre -aunque ahora estén más apagados de lo normal-, tararea canciones preciosas cuando está feliz -hace demasiado que no la escucho tararear- y le gusta hacer mermelada con las moras que recoge del jardín.
Antes, al principio, todos estaban tristes, ahora más bien están cansados. Y yo también. Aunque al final te acostumbras al sonido del respirador, a las noches y días sin dormir, a mirar la misma ventana, los mismos armarios, en la misma habitación... A repasar cada instante de tu vida que puedas recordar.
Annette y Henri se han ido hace rato. Vienen todos los días y yo los miro con ojos de padre orgulloso. Annette se ha echado novio, es simpático y alto. Vino hoy con él y mientras hablaban con Monique Annette le buscaba la mano y la acariciaba, están enamorados. Después Annette me dio un beso en el frente, como siempre hace desde exactamente 289 días. Henri está de exámenes, es listo y se aplica, tiene las pruebas de la universidad el mes que viene y está tratando de prepararlo lo mejor posible. Quiere ser médico. Hay que joderse, médico. Siempre he tenido muy buena opinión de ellos, hace 289 días y ahora también, pero los tengo aburridos. Aunque no tendré tiempo a aburrirme de un hijo médico, no estaré aquí para verlo, me temo. Para sentarme en aquel auditorio donde celebran las graduaciones, aplaudir como un maldito obseso cuando recoja el diploma y sentir una lágrima cayendo por mi mejilla. Después abrazarlo casi hasta llevarlo a la asfixia y confesar con mi mejor sonrisa que estoy orgullosísimo de él. No estaré, no.
Mi amor, Monique, todas las noches se despierta a las 3:18 de la mañana, yo me hago el dormido. Ella me toma la temperatura poniendo los labios en mi frente. Me da un beso y me arropa. Es de mis momentos favoritos del día. Siento sus labios tiernos en mi frente y huelo su olor.
289 días y, la verdad, en ninguno de ellos se ha aparecido un Dios, una Virgen o algo así para, no sé, para decirme algo trascendental sobre la vida, yo qué sé, hablarme del cielo, de reencontrarme con mis padres, con mis amigos que se quedaron por el camino. Nada. Tampoco lo he buscado. Ni un maldito día he pensado en ser salvado por el Dios que fuere. No lo necesito, tengo las letras de la casa pagadas, las facturas las llevamos al día -al menos eso dice Monique cuando cada día, después del trabajo me cuenta todo- y mi seguro de vida cubrirá un futuro digno para Monique, Annette y Henri.
Ya 289 días después la muerte no me da miedo. Más que nada pena. Me resigna. Pena por no poder vivir esas cosas que me hacían tan feliz. Oír a Annette tocando el violín como un ángel, a Henri jugando a persegur a Claude -el perro- en el jardín o cultivando lechugas en invierno.
Cierro los ojos y nos imagino a Monique y a mi tendiendo la ropa y tirándonos pinzas el uno al otro; a Monique leyendo en el jardín, bajo el Sol, tumbada en el césped y sin zapatos; o a los dos borrachos de amor robando una maceta de una ventana con unas flores horrendas...
Ahora hace frío, aquí dentro no, claro. Pero fuera tienen que estar a dos o tres inviernos bajo cero, la enfermera siempre me informa del tiempo que hace afuera y yo, aunque sólo pueda oírlo y no sentirlo, se lo agradezco como buenamente puedo.
A veces cuando duermo oigo un concierto de guitarra clásica, a Bacarisse tocando la Romanza sobretodo. Y a veces me despierto y tengo al doctor hablando con Monique.
Creo que causaré dolor cuando me vaya. Pero tampoco tiene sentido esperar mucho más.
Y veo a Monique a punto de despertarse para darme el beso en la frente, está enrollada en esa manta de lana, parece una crisálida. Me encantaría que ella se convirtiese ahora mismo en mariposa y que yo dejase esta escafandra que tengo por cuerpo y que mi mente, junto a ella, se convirtiese en mariposa. Dejar de pensar que el tiempo se nos agota. Y volar sin ataduras, volar hasta el cosmos, juntos.
Llevo exactamente 289 días sin poder dormir si no es con ayuda del sedante. Otros 289 días con un nudo de ansiedad en el estómago y otros 289 días haciéndome la idea de que dejaré este mundo conectado a unos aparatos complejísimos con tubos y mierdas así.
Monique está en el sofá tumbada, enrollada con la manta que ella misma tejió, es una top con el punto. Está preciosa. Siempre lo ha sido, aunque ahora luzca ojeras marcadas y tenga la espalda cargada. Monique es la persona más bonita, por dentro y por fuera, que he conocido nunca. Tiene el pelo por los hombros, castaño y sedoso y los ojos le brillan, siempre -aunque ahora estén más apagados de lo normal-, tararea canciones preciosas cuando está feliz -hace demasiado que no la escucho tararear- y le gusta hacer mermelada con las moras que recoge del jardín.
Antes, al principio, todos estaban tristes, ahora más bien están cansados. Y yo también. Aunque al final te acostumbras al sonido del respirador, a las noches y días sin dormir, a mirar la misma ventana, los mismos armarios, en la misma habitación... A repasar cada instante de tu vida que puedas recordar.
Annette y Henri se han ido hace rato. Vienen todos los días y yo los miro con ojos de padre orgulloso. Annette se ha echado novio, es simpático y alto. Vino hoy con él y mientras hablaban con Monique Annette le buscaba la mano y la acariciaba, están enamorados. Después Annette me dio un beso en el frente, como siempre hace desde exactamente 289 días. Henri está de exámenes, es listo y se aplica, tiene las pruebas de la universidad el mes que viene y está tratando de prepararlo lo mejor posible. Quiere ser médico. Hay que joderse, médico. Siempre he tenido muy buena opinión de ellos, hace 289 días y ahora también, pero los tengo aburridos. Aunque no tendré tiempo a aburrirme de un hijo médico, no estaré aquí para verlo, me temo. Para sentarme en aquel auditorio donde celebran las graduaciones, aplaudir como un maldito obseso cuando recoja el diploma y sentir una lágrima cayendo por mi mejilla. Después abrazarlo casi hasta llevarlo a la asfixia y confesar con mi mejor sonrisa que estoy orgullosísimo de él. No estaré, no.
Mi amor, Monique, todas las noches se despierta a las 3:18 de la mañana, yo me hago el dormido. Ella me toma la temperatura poniendo los labios en mi frente. Me da un beso y me arropa. Es de mis momentos favoritos del día. Siento sus labios tiernos en mi frente y huelo su olor.
289 días y, la verdad, en ninguno de ellos se ha aparecido un Dios, una Virgen o algo así para, no sé, para decirme algo trascendental sobre la vida, yo qué sé, hablarme del cielo, de reencontrarme con mis padres, con mis amigos que se quedaron por el camino. Nada. Tampoco lo he buscado. Ni un maldito día he pensado en ser salvado por el Dios que fuere. No lo necesito, tengo las letras de la casa pagadas, las facturas las llevamos al día -al menos eso dice Monique cuando cada día, después del trabajo me cuenta todo- y mi seguro de vida cubrirá un futuro digno para Monique, Annette y Henri.
Ya 289 días después la muerte no me da miedo. Más que nada pena. Me resigna. Pena por no poder vivir esas cosas que me hacían tan feliz. Oír a Annette tocando el violín como un ángel, a Henri jugando a persegur a Claude -el perro- en el jardín o cultivando lechugas en invierno.
Cierro los ojos y nos imagino a Monique y a mi tendiendo la ropa y tirándonos pinzas el uno al otro; a Monique leyendo en el jardín, bajo el Sol, tumbada en el césped y sin zapatos; o a los dos borrachos de amor robando una maceta de una ventana con unas flores horrendas...
Ahora hace frío, aquí dentro no, claro. Pero fuera tienen que estar a dos o tres inviernos bajo cero, la enfermera siempre me informa del tiempo que hace afuera y yo, aunque sólo pueda oírlo y no sentirlo, se lo agradezco como buenamente puedo.
A veces cuando duermo oigo un concierto de guitarra clásica, a Bacarisse tocando la Romanza sobretodo. Y a veces me despierto y tengo al doctor hablando con Monique.
Creo que causaré dolor cuando me vaya. Pero tampoco tiene sentido esperar mucho más.
Y veo a Monique a punto de despertarse para darme el beso en la frente, está enrollada en esa manta de lana, parece una crisálida. Me encantaría que ella se convirtiese ahora mismo en mariposa y que yo dejase esta escafandra que tengo por cuerpo y que mi mente, junto a ella, se convirtiese en mariposa. Dejar de pensar que el tiempo se nos agota. Y volar sin ataduras, volar hasta el cosmos, juntos.