Cuestiones de un cierto interés
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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Cuestiones de un cierto interés
Nacer. Sí, simplemente, o sencillamente nacer. Este verbo que sitúa a la frase, a algo, o lo más importante, a alguien en el origen. Esta palabra que, sin duda, posee un contenido importante de misterio, obliga a posicionarse ante la primera vez; nacer es ante todo estrenarse, darse a conocer, producirse por primera vez.
Siempre que cualquier acción se realiza por primera vez aparece la ceguera que acompaña a la falta de experiencia. Aparece la inseguridad de su resultado.
Cuando algo nace, cuando alguien siente algo por primera vez, cuesta mucho pensar en que aquello sea precisamente el punto final de un proceso anterior. Y sin embargo nuestra mente está preparada para comprender que cualquier hecho es la consecuencia de un camino recorrido con anterioridad. Pero uno vive ese nacer al margen de cualquier consideración que no sea la de la intriga propia del hecho. Sólo acumulando experiencia, o biografía, si se prefiere, es como se puede alcanzar el nivel de comprensión que reduzca el enigma. Pero, ¿es esto deseable? Me imagino que para muchas personas no lo será. El poder mágico de la vida, me parece que coincide con el grado de misterio que contiene. De tal manera, que cuando se pierde parte de ese misterio, se pierde parte de su magia. ¡Y es tan bonito vivir en un mundo mágico!
Hace algunos días, asistí a una emisión por televisión en la que un niño sordo (de uno o dos años de edad) al que le había sido conectado un audífono que resolvía el problema de su sordera, se disponía a jugar con su mamá como lo había hecho en otras muchas ocasiones. Pero en medio del juego la madre empieza a hablar y el pequeño escucha por primera vez esa voz. Entonces, la expresión de la cara del niño se vuelve maravillosa. En ella me pareció reconocer, no sólo el impacto que produce una sorpresa, no sólo su extrañeza, no sólo su conmoción, sino su emoción y su satisfacción.¡Será cierto que allí nació su primera emoción? ¿Será cierto que además de su primer sonido, nació al mismo tiempo su primera emoción? Nunca olvidaré el rostro de ese niño, en el que aparecían mezcladas esas características humanas que nos identifican, que nos permiten reconocernos unos a otros, y por lo tanto amarnos.
En esos momentos pensé: estamos siempre acompañados de nacimientos a nuestro alrededor. A cualquier hora y todos los días de nuestra vida. Basta con fijarse y quererlos descubrir.
DARNOS A CONOCER
Muchos tenemos un vecino o vecina que vive solo. Que sabemos, después de algunos años, que siempre vive solo. Es esa persona que al verla apoyada en la barandilla del paseo marítimo, mirando el romper del agua sobre el acantilado, con la postura en calma de un ser sin prisa que se complace de lo que le acompaña a su alrededor, sentimos a veces un impulso interior que nos invita a acercarnos, a ponernos a su lado y decir en voz alta, como si no fuera con nadie, como si lo dijéramos a nosotros mismos pero se lo estuviésemos diciendo a él: qué bello es el paisaje, qué lindo poder ver. Es esa persona que cuando la encontramos en la mesa de al lado, en el café donde de tarde en tarde vamos a desayunar, nos gustaría decirle: qué bien sienta un café calentito a estas horas de la mañana, ¿verdad? Es a ese mismo que al coincidir con él en el mercadillo de los sábados, mientras compramos la verdura y la fruta para toda la semana, nos apetecería decirle: hay que ver que buenos son los albaricoques en esta época, ¿no cree? Y qué caros, ¿no le parece? Él se convierte con el tiempo en un misterioso personaje que no notamos más que de tarde en tarde, pero que al hacerse presente sugiere una llama emitida sin voz. Quizás alguno de vosotros necesitéis un día acercaros a él, atreveros a tomarlo de la mano, y sin mediar ninguna otra palabra decirle: cuanto deseaba compartir unos minutos con usted. Si es así no lo dejéis de hacer. Que nada ni nadie os impida en otra soledad daros a conocer. Quien sabe, si así lo hacéis, podríais estar hablando conmigo: podrías haber hablado con Manuel.
EL PELIGRO DE UN DERECHO INEXISTENTE
El verbo esperar, que viene del latín sperare, y tiene ese mismo significado de mantenerse a la espera. Puede producir una consecuencia a mi entender muy poco recomendable. En cualquier caso, pero sobre todo cuando de las relaciones humanas se trata, este verbo es muy peligroso. En particular me refiero a esa acepción tan común que consiste en esperar que algo que nos gustaría que sucediese, suceda.
Mientras nuestro comportamiento, aunque nos sintamos satisfechos de él, se mantiene dentro de lo que consideramos la normalidad; mientras lo que hacemos por los demás, nuestro altruismo, nuestra generosidad, se pueda considerar que no sobrepasa los limites de lo que consideramos acciones razonablemente normales, no hay motivos de alarma. Pero si llegamos a la conclusión de que nuestra manera de comportarnos ha sido “extraordinaria”; de que lo que hemos hecho por alguien excede con mucho de lo que podemos considerar normal, entonces suele aparecer en nuestro interior ese incomodo verbo al que me refería: esperar. Nace la inquietud de esperar de esa persona, a la que hemos beneficiado de manera “extraordinaria”, un comportamiento hacia nosotros equivalente a nuestra manera de proceder con ella. Aparece, sin que nadie le llame, un derecho; el derecho a ser correspondido en la misma medida. Nuestra espera nos parece tan razonable que estamos impedidos para comprender que los únicos derechos que podemos atribuirnos son aquellos que nos hemos dado unos seres humanos a otros por medio de las leyes de cada comunidad. Que quitando estos derechos no existe ningún otro que proceda de nuestros comportamientos. Ni siquiera el derecho a la vida, ni siquiera el derecho a que se cumplan las promesas que nos hicieron, cuanto más que se cumplan las que no nos hicieron.
El malestar que se va acumulando cuando “la espera” se mantiene viva, y no se cumplen las expectativas, puede poner en peligro a la relación más feliz que pueda existir.
A mi me parece que el verbo esperar, como digo, es siempre poco recomendable, pero en el caso expuesto, si cabe, algo menos aún.
GOLONDRINAS AZULES
No es cierto que las golondrinas sean azules. Excepto la que me regalaron para decorar la terraza. Este mundo es tan sencillo y tan indescifrable. El aire que me toca y al que yo no puedo tocar. La montaña que no alcanzo. La luna que me reconoce al amanecer y que se silencia ante mí en la oscuridad de cualquier noche. Tengo que llamar a mi madre, para ver cómo está. E inmediatamente, me echo a llorar.
Qué habrá sido de la vida que pude haber vivido; donde estará, qué hará sola sin que nadie la recuerde, salvo esos habitantes del espacio sugerido que se apoderan de los sueños para no cederlos nunca más. Va creciendo poco a poco el deseo de detenerme en la quietud, de hacer míos los secretos de todos los seres que me precedieron, de traerlos a mi lado, de darles otra oportunidad. Voy a llamar a mi madre, para ver si ha visto el último documental de televisión, le gustan tanto. E inmediatamente, rompo a llorar.
Hay un seudónimo que dejó ya de interrogarme, no debe querer saber más de mí. Mientras, las imágenes me sobrepasan y van vaciando poco a poco el mundo viejo que permanecía detrás. No tengo espalda para nadie que no sea aquel que fui. Sea como sea, me he convertido en un feligrés que ama la religión de lo que pudo ser. Y mi madre, ¿habrá dormido bien? E inmediatamente, lloro sin abandonar el llanto, para no ser consciente de que no paro de llorar.
MAGIA, PURA MAGIA
Cuando era niño, me podía estar horas mirando como salía la tinta de una pluma estilográfica al deslizarla por el papel. Aunque hace ya muchos años que cambié la pluma por el teclado de una computadora, el misterio hoy en día pervive. Pero a él hay que unir el sorprendente enigma de comprobar que aquellos rasgos que va dejando en la pantalla del ordenador mi mano, al teclear las letras del ordenador, me hablan. Que esos símbolos raros que yo no escogí ni creé, y que permanecen ordenados y abandonados sobre el fondo blanco, se dirigen a mí cuando los miro para decirme siempre algo. Que ese algo que me van diciendo continuamente supone una sorpresa inevitable, a la que no me sobrepongo aún, y sobre la que deposito mi ilusión. Éste es, sin duda, un fenómeno cuya explicación no me interesa conocer, cuya razón de ser prefiero no mantener en la conciencia, para de esta manera seguir viviendo la escritura como un autentico milagro, como el milagro que es.
Pero para mostrar que la magia no acaba en lo dicho hasta ahora, pondré sólo un par de ejemplos de los cientos, de los miles, que existen:
El primero una frase con doble significado: ELLA TOCA EL ARPA Y ÉL LA VIOLA
Esta frase es de esas que cuando se leen es como si una explosión te lanzara de espaldas contra la pared. Uno deja clavada las pupilas en la incredulidad.
El segundo ejemplo podría ser aquel ingenioso lema latino escrito por un romano en el frontis de su casa: PERSEVERA PERSEVERA PERSEVERA . Tres veces escrita la misma palabra. No sé si él lo escribió así, lo cual hubiese sido más impactante, o si por el contrario estaba escrito como debía de ser leído, o sea:
PERSEVERA PER SEVERA PER SE VERA, lo cual no disminuye la originalidad de utilizar la misma palabra, agrupada de distinta manera, para decir algo importante. De entre las traducciones que existen, y que como es natural difieren poco unas de otras, la que me parece más redonda es: Persevera a pesar de las dificultades, por grandes que sean.
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Re: Cuestiones de un cierto interes
Nacer. Sí, simplemente, o sencillamente nacer. Este verbo que sitúa a la frase, a algo, o lo más importante, a alguien en el origen. Esta palabra que, sin duda, posee un contenido importante de misterio, obliga a posicionarse ante la primera vez; nacer es ante todo estrenarse, darse a conocer, producirse por primera vez.
Siempre que cualquier acción se realiza por primera vez aparece la ceguera que acompaña a la falta de experiencia. Aparece la inseguridad de su resultado.
Cuando algo nace, cuando alguien siente algo por primera vez, cuesta mucho pensar en que aquello sea precisamente el punto final de un proceso anterior. Y sin embargo nuestra mente está preparada para comprender que cualquier hecho es la consecuencia de un camino recorrido con anterioridad. Pero uno vive ese nacer al margen de cualquier consideración que no sea la de la intriga propia del hecho. Sólo acumulando experiencia, o biografía, si se prefiere, es como se puede alcanzar el nivel de comprensión que reduzca el enigma. Pero, ¿es esto deseable? Me imagino que para muchas personas no lo será. El poder mágico de la vida, me parece que coincide con el grado de misterio que contiene. De tal manera, que cuando se pierde parte de ese misterio, se pierde parte de su magia. ¡Y es tan bonito vivir en un mundo mágico!
Hace algunos días, asistí a una emisión por televisión en la que un niño sordo (de uno o dos años de edad) al que le había sido conectado un audífono que resolvía el problema de su sordera, se disponía a jugar con su mamá como lo había hecho en otras muchas ocasiones. Pero en medio del juego la madre empieza a hablar y el pequeño escucha por primera vez esa voz. Entonces, la expresión de la cara del niño se vuelve maravillosa. En ella me pareció reconocer, no sólo el impacto que produce una sorpresa, no sólo su extrañeza, no sólo su conmoción, sino su emoción y su satisfacción.¡Será cierto que allí nació su primera emoción? ¿Será cierto que además de su primer sonido, nació al mismo tiempo su primera emoción? Nunca olvidaré el rostro de ese niño, en el que aparecían mezcladas esas características humanas que nos identifican, que nos permiten reconocernos unos a otros, y por lo tanto amarnos.
En esos momentos pensé: estamos siempre acompañados de nacimientos a nuestro alrededor. A cualquier hora y todos los días de nuestra vida. Basta con fijarse y quererlos descubrir.
Qué hermosa disertación de los orígenes, de la primera piedra, de la casi tabula rasa, Manuel. Me has hecho concientizar que volví a nacer en un abril no muy lejano.
Aplausos muchos.
DARNOS A CONOCER
Muchos tenemos un vecino o vecina que vive solo. Que sabemos, después de algunos años, que siempre vive solo. Es esa persona que al verla apoyada en la barandilla del paseo marítimo, mirando el romper del agua sobre el acantilado, con la postura en calma de un ser sin prisa que se complace de lo que le acompaña a su alrededor, sentimos a veces un impulso interior que nos invita a acercarnos, a ponernos a su lado y decir en voz alta, como si no fuera con nadie, como si lo dijéramos a nosotros mismos pero se lo estuviésemos diciendo a él: qué bello es el paisaje, qué lindo poder ver. Es esa persona que cuando la encontramos en la mesa de al lado, en el café donde de tarde en tarde vamos a desayunar, nos gustaría decirle: qué bien sienta un café calentito a estas horas de la mañana, ¿verdad? Es a ese mismo que al coincidir con él en el mercadillo de los sábados, mientras compramos la verdura y la fruta para toda la semana, nos apetecería decirle: hay que ver que buenos son los albaricoques en esta época, ¿no cree? Y qué caros, ¿no le parece? Él se convierte con el tiempo en un misterioso personaje que no notamos más que de tarde en tarde, pero que al hacerse presente sugiere una llama emitida sin voz. Quizás alguno de vosotros necesitéis un día acercaros a él, atreveros a tomarlo de la mano, y sin mediar ninguna otra palabra decirle: cuanto deseaba compartir unos minutos con usted. Si es así no lo dejéis de hacer. Que nada ni nadie os impida en otra soledad daros a conocer. Quien sabe, si así lo hacéis, podríais estar hablando conmigo: podrías haber hablado con Manuel.
Sé de que hablas; comparto la sensación profunda de arriesgar nuestra palabra para tocar al lobo estepario. Muy hermosa la forma de hacerlo literatura. Más aplausos.
EL PELIGRO DE UN DERECHO INEXISTENTE
El verbo esperar, que viene del latín sperare, y tiene ese mismo significado de mantenerse a la espera. Puede producir una consecuencia a mi entender muy poco recomendable. En cualquier caso, pero sobre todo cuando de las relaciones humanas se trata, este verbo es muy peligroso. En particular me refiero a esa acepción tan común que consiste en esperar que algo que nos gustaría que sucediese, suceda.
Mientras nuestro comportamiento, aunque nos sintamos satisfechos de él, se mantiene dentro de lo que consideramos la normalidad; mientras lo que hacemos por los demás, nuestro altruismo, nuestra generosidad, se pueda considerar que no sobrepasa los limites de lo que consideramos acciones razonablemente normales, no hay motivos de alarma. Pero si llegamos a la conclusión de que nuestra manera de comportarnos ha sido “extraordinaria”; de que lo que hemos hecho por alguien excede con mucho de lo que podemos considerar normal, entonces suele aparecer en nuestro interior ese incomodo verbo al que me refería: esperar. Nace la inquietud de esperar de esa persona, a la que hemos beneficiado de manera “extraordinaria”, un comportamiento hacia nosotros equivalente a nuestra manera de proceder con ella. Aparece, sin que nadie le llame, un derecho; el derecho a ser correspondido en la misma medida. Nuestra espera nos parece tan razonable que estamos impedidos para comprender que los únicos derechos que podemos atribuirnos son aquellos que nos hemos dado unos seres humanos a otros por medio de las leyes de cada comunidad. Que quitando estos derechos no existe ningún otro que proceda de nuestros comportamientos. Ni siquiera el derecho a la vida, ni siquiera el derecho a que se cumplan las promesas que nos hicieron, cuanto más que se cumplan las que no nos hicieron.
El malestar que se va acumulando cuando “la espera” se mantiene viva, y no se cumplen las expectativas, puede poner en peligro a la relación más feliz que pueda existir.
A mi me parece que el verbo esperar, como digo, es siempre poco recomendable, pero en el caso expuesto, si cabe, algo menos aún.
Oh, las expectativas, esas bacterias que se reproducen a millares por segundo. No hay antibiótico que las detenga. Cualquier espacio húmedo o tibio las alienta para dejar allí su posibilidad de trascendencia.
GOLONDRINAS AZULES
No es cierto que las golondrinas sean azules. Excepto la que me regalaron para decorar la terraza. Este mundo es tan sencillo y tan indescifrable. El aire que me toca y al que yo no puedo tocar. La montaña que no alcanzo. La luna que me reconoce al amanecer y que se silencia ante mí en la oscuridad de cualquier noche. Tengo que llamar a mi madre, para ver cómo está. E inmediatamente, me echo a llorar.
Qué habrá sido de la vida que pude haber vivido; donde estará, qué hará sola sin que nadie la recuerde, salvo esos habitantes del espacio sugerido que se apoderan de los sueños para no cederlos nunca más. Va creciendo poco a poco el deseo de detenerme en la quietud, de hacer míos los secretos de todos los seres que me precedieron, de traerlos a mi lado, de darles otra oportunidad. Voy a llamar a mi madre, para ver si ha visto el último documental de televisión, le gustan tanto. E inmediatamente, rompo a llorar.
Hay un seudónimo que dejó ya de interrogarme, no debe querer saber más de mí. Mientras, las imágenes me sobrepasan y van vaciando poco a poco el mundo viejo que permanecía detrás. No tengo espalda para nadie que no sea aquel que fui. Sea como sea, me he convertido en un feligrés que ama la religión de lo que pudo ser. Y mi madre, ¿habrá dormido bien? E inmediatamente, lloro sin abandonar el llanto, para no ser consciente de que no paro de llorar.
Estas líneas me atravesaron el corazón; se pasearon ante mis ojos mil páginas de un libro no consumado. El llanto, ese aguacero torrencial que no sabe de diques ni pañuelos ausentes..., y el azul de las golondrinas, quizás llevan en sus alas el celeste acumulado.
MAGIA, PURA MAGIA
Cuando era niño, me podía estar horas mirando como salía la tinta de una pluma estilográfica al deslizarla por el papel. Aunque hace ya muchos años que cambié la pluma por el teclado de una computadora, el misterio hoy en día pervive. Pero a él hay que unir el sorprendente enigma de comprobar que aquellos rasgos que va dejando en la pantalla del ordenador mi mano, al teclear las letras del ordenador, me hablan. Que esos símbolos raros que yo no escogí ni creé, y que permanecen ordenados y abandonados sobre el fondo blanco, se dirigen a mí cuando los miro para decirme siempre algo. Que ese algo que me van diciendo continuamente supone una sorpresa inevitable, a la que no me sobrepongo aún, y sobre la que deposito mi ilusión. Éste es, sin duda, un fenómeno cuya explicación no me interesa conocer, cuya razón de ser prefiero no mantener en la conciencia, para de esta manera seguir viviendo la escritura como un autentico milagro, como el milagro que es.
Pero para mostrar que la magia no acaba en lo dicho hasta ahora, pondré sólo un par de ejemplos de los cientos, de los miles, que existen:
El primero una frase con doble significado: ELLA TOCA EL ARPA Y ÉL LA VIOLA
Esta frase es de esas que cuando se leen es como si una explosión te lanzara de espaldas contra la pared. Uno deja clavada las pupilas en la incredulidad.
El segundo ejemplo podría ser aquel ingenioso lema latino escrito por un romano en el frontis de su casa: PERSEVERA PERSEVERA PERSEVERA . Tres veces escrita la misma palabra. No sé si él lo escribió así, lo cual hubiese sido más impactante, o si por el contrario estaba escrito como debía de ser leído, o sea: PERSEVERA PER SEVERA PER SE VERA, lo cual no disminuye la originalidad de utilizar la misma palabra, agrupada de distinta manera, para decir algo importante. De entre las traducciones que existen, y que como es natural difieren poco unas de otras, la que me parece más redonda es: Persevera a pesar de las dificultades, por grandes que sean.
La tinta, el papel, los libros; nuestra vida transcrita -a veces- en un pliego sucio de tierra o de mar o de versos. Y el ordenador que escucha y obedece a los latidos. La magia dice presente en todo tu hermoso texto, amigo Manuel.
Mil gracias por compartir.
Felices horas y un abrazo.
No fueron, los ojos, hechos para durar, los corazones explotan si se les demanda en exceso, se forman andenes translúcidos en el borde de cuanto ama por ese océano con que Amor nos lleva en su inagotable exhaución....
Raum und zeit, Julio Bonal
- Arturo Rodríguez Milliet
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Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
- Maria Pilar Gonzalo
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Ser consciente de lo que somos, de como llegamos a serlo, también de cómo el aprendizaje, las expectativas, la memoria, nos llevan a engendrar una conciencia que sin duda, nos lleva a la magia de las emociones.
Un regalo extraordinario el que nos haces. Millones de gracias.
Abrazos y Feliz Navidad.
- Carmen López
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- Registrado: Jue, 27 Jun 2013 9:35
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Darnos a conocer y Pura Magia me han encantado, amigo mío.
Ahora, seguro que te pregunto por los albaricoques, que por cierto, me gustan mucho.
Un abrazo de los grandes.
Carmen
Gastón Bachelar.
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Los albaricoques son mi fruta preferida, pero claro, cuando son de los buenos y están en su punto.
Muchas gracias por llegar hasta el final en esta larga disertación.
Un fuerte abrazo, amiga.