La Historia del Mar

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Rafael Teicher
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La Historia del Mar

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La Historia del Mar



Alguien echa humo chocolatoso en la penumbra y me dan ganas de llenarme la cabeza de vapores como un chino, como un emperador chino en una sala china, estridentemente roja, y también oscura: bermellonamente oscura, si quieren

Esto me recuerda el mar, fatalmente me obliga a ese perro lenguado, polimórfico, que salta en los tobillos como una pulga, que escupe como un ciruja guiñando el ojo, que amasa su botín con potasios herrumbres con la sonrisa sardónica y careada en el pico, que se echa a la sombra de los arbustos como un batracio de oro

Recuerdo el mar



El recuerdo mismo, creo, es el que levanta los brazos y arroja unos discos o bobinas de pelambres obscenas y cinemáticas, que huelen a anchoas, a anchoas fritas, y un poco a cerveza

Me sigue. No sé si los sueños pueden encarnar, descender al entrevero provistos del velo del cuerpo, no sé si la memoria desborda bajo la manera de cosas, de sucedidos pastosos, como leches o humores mamarios, pero tengo claro que me sigue, me persigue como un chancho rabioso, como la muerte representada por una topadora, me toma de la camisa y bufa celoso, el mar

El mar

Seguramente viene como un policía a recoger las muelas que voy dejando hincadas en los cuellos, viene con la patena alquímica a juntarme los pasos, me olfatea entre las nalgas y me chupa hasta que llore

De modo que el mar y yo quedamos asociados ontológicamente por el asunto de la boca.
Yo, que me vengo cayendo por los dientes como la cola de un cometa, y él, que es una boca en sí propia; una boca tan abierta que se queda sin labios, o si los tiene, lucen dados vuelta como los de un leproso

Es que el mar es algo enfermo, un interno con un ataque de nervios que huye por los tejados nevosos de un hospicio

El mar estira en la barriga del mundo sus vendas chamuscadas de orina lunar, las cuelga de las veletas para que se oreen, y las enrosca en los fresnos o en los manzanos como si fuesen cintas de cálculo de computadora



Y el mar es también una tenaza, un mal consejo, una felación ejercida por un dragón sin alas

Qué ganas de fumar que me hace entrar el hedor de las cuerdas marinas; esos cabellos de medusa, maleados como dedos de muerto, tibios y muertos

Ahora pienso con acrimonia en un cuerpo enorme, puro, que estalla en aromas de cerdo crudo, pienso en un cuerpo invitatorio, demencialmente hermoso, óptico

El cuerpo de un cigarro, que es el mar

¿Quién fue el que dijo que un libro es una embajada del mar?

Lo cierto de toda esta perorata de argonauta en el exilio viene siendo que el mar es una criatura y que yo —o que uno— soy una nodriza negra que canta canciones de Chabuca Granda o corridos de la revolución, y que va descalza por la arena del mar

Ir descalzo…

Otra vez ir descalzo, dejar la ciencia pendiendo de una ramita de sauce, y caer

El mar verde, el mar que cabe en la cabezota del helado del niño

El mar que es una lágrima transportable en pequeñas piedras de fantasía

El mar que es la lengua que sale del bicho antiguo para hacer una carantoña

Siempre anda levantado como un perrito que quisiese bailar

Anda enredado en las aldabas con cierta timidez pueblerina, pero otras veces va dándose con los nudillos en las casas como un repartidor durante el chubasco, o como un asesino que extravió la gorra entre las flores

El viejo Noel no existe, es verdad, pero tampoco es cierto que los padres de uno hayan sido o sean los verdaderos san nicolases, ¡pamplinas!

El único, el genuino, el poco ponderado Santa Claus es el mar; él es el que usa escarpines cuando descuelga el tobillo por el respiradero, con la feminidad con que un rey hunde la punta de la uña en una fuente



El viento es el presagio del mar, la tierra es la ceniza de un mar que ha sido succionado, y el fuego es el bostezo del mar, o algún otro gesto perentorio, perpetrado en la medianoche por el agua

¿Qué cara tiene el mar?, me pregunto quitándome los zapatos

Ir descalzo…

Ir descalzo y fumando…

Ir descalzo y fumando... Y de noche

Los ataúdes han de ser canoas, casi podría jurarlo

Podría jurarlo y sostenerlo en el ágora, y no de manera apologética, sino mineral, volcánica, meramente trópica, por decir

Mi boca es el mar; esta boca mía con pocas muelas, reducida y ovoide; esta boca es el mar

Mis besos son bastante referidos, son besos ondulatorios, einsteinianos

Me han dicho que sé morder con el reflujo eólico que se repliega al despegarse los labios

Me han dicho que a diez centímetros del beso producido, sé dejar la impresión de una cierta persistencia de la maniobra besatoria misma

Han insistido en que con los ojos no refrendo el beso ejecutado con la boca, sino que con la boca miro, y que miro tan sutil y hondo, que el beso no puede morir, y queda suspenso entre la vida y la muerte cual el Valdemar de Poe

Seré estricto: "que mis besos saben posponer y/o prorrogar el total desbrozamiento de las hebras pilosas iluminantes en que consiste la fusión bucal propiamente dicha", así me han dicho

Y así como suena, prometo que no, que no sé hacer nada de eso

Pero quisiera prometerte otra cosa antes de partir de este puerto de palabras

A ti, o a vos, sí, a vos mismo, quiero prometerte algo, algunas cosas

Te prometo sucesos, rupturas, e imprevistos, y te prometo la unidad

Te concedo la boca, la boca de las pocas muelas, para que busques en ella los despojos de un mundo

Da lo mismo, total es prometido, y como da lo mismo y en trance de dádivas, te concedo el mar

Sí, toma, aquí lo tienes

Viene en una cajita de madera balsa, con cintas amarillas, con herrajes suizos, plateado y odorífero como una golosina inglesa

Y el mar es un pie de hombre

O como dicen otros: el mar es un árabe que viene caminando desnudo y dorado, con un cántaro de aceite cargado al hombro

Y yo les creo


Rafael Teicher
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