MELANCÓLICA COMPAÑÍA
Publicado: Vie, 15 Nov 2013 13:22
MELANCÓLICA COMPAÑÍA
Llueve apaciblemente sobre el río. Puede que no haya nada
más triste en este mundo.
En una orilla yo -solo, pensativo-, en la otra orilla un perro
-negro, flaco- mojado por las lluvias
de todos los lugares, por la orina
de todos los mendigos (una errata, un equívoco, un despojo
al margen de la tarde). Aquí hubo un tiempo de sol,
de encuentros y de amigos (y de algún que otro amor
que no recuerdo). Al otro lado un perro -pequeño, vagabundo-
la crónica del hambre en los meandros
de la vida.
Comparte espacio y tiempo a pocos metros
de distancia. Me mira, da vueltas y recela
quizás de mi presencia. Se lame, duda y tiembla.
De vez en cuando gime, se acurruca, sacude el agua
tibia de la tristeza. Busca abrigo bajo un árbol; se ovilla
tímido y desconfiado, como un pájaro que descansa
encima de un alambre. Al fin acepta
mi dócil compañía: sabe (de alguna forma sabe)
que podría pasarme horas silenciosamente quieto
y se pone a dormir junto a sus penas.
Veo caer el agua sobre su cuerpo. Pocas cosas hay
más tristes en la tierra. Sin dueño, sin hogar,
el perro duerme porque intuye
mi mansa cercanía. Me confunde
tal vez con un don nadie, con un filántropo, o simplemente
con alguien que comprende su endémica amargura.
Por eso no me muevo. Piensa
que nadie a mí me espera; y permanezco de pie bajo la lluvia
y le dejo soñar mi compañía.
El río seguirá siendo, como entonces, aquel lugar
de encuentros y de amigos (y de algún que otro amor
que ya no espero). Llevo en el bolsillo unas cuantas
caricias y un mendrugo. Lo arrojo todo al otro lado
de la orilla.
--oOo--
Llueve apaciblemente sobre el río. Puede que no haya nada
más triste en este mundo.
En una orilla yo -solo, pensativo-, en la otra orilla un perro
-negro, flaco- mojado por las lluvias
de todos los lugares, por la orina
de todos los mendigos (una errata, un equívoco, un despojo
al margen de la tarde). Aquí hubo un tiempo de sol,
de encuentros y de amigos (y de algún que otro amor
que no recuerdo). Al otro lado un perro -pequeño, vagabundo-
la crónica del hambre en los meandros
de la vida.
Comparte espacio y tiempo a pocos metros
de distancia. Me mira, da vueltas y recela
quizás de mi presencia. Se lame, duda y tiembla.
De vez en cuando gime, se acurruca, sacude el agua
tibia de la tristeza. Busca abrigo bajo un árbol; se ovilla
tímido y desconfiado, como un pájaro que descansa
encima de un alambre. Al fin acepta
mi dócil compañía: sabe (de alguna forma sabe)
que podría pasarme horas silenciosamente quieto
y se pone a dormir junto a sus penas.
Veo caer el agua sobre su cuerpo. Pocas cosas hay
más tristes en la tierra. Sin dueño, sin hogar,
el perro duerme porque intuye
mi mansa cercanía. Me confunde
tal vez con un don nadie, con un filántropo, o simplemente
con alguien que comprende su endémica amargura.
Por eso no me muevo. Piensa
que nadie a mí me espera; y permanezco de pie bajo la lluvia
y le dejo soñar mi compañía.
El río seguirá siendo, como entonces, aquel lugar
de encuentros y de amigos (y de algún que otro amor
que ya no espero). Llevo en el bolsillo unas cuantas
caricias y un mendrugo. Lo arrojo todo al otro lado
de la orilla.
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