Una Paloma Mecánica

Poemas en verso y/o en prosa de cualquier estructura y/o combinación.

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Rafael Teicher
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Una Paloma Mecánica

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Una Paloma Mecánica



Las palomas duermen de pie.
Las palomas rezan como beduinos, solas, pero sin agachar el cogote ni abrise de manos, por el contrario, rezan erguidas mirando el sol como si tuvieran tortícolis. Rezan como si fuesen maniquíes con una armazón de alambre tejido alrededor del cuello.

Las palomas no tienen plumas como las otras aves, tienen un quimono oscuro —las palomas blancas en realidad son otra especie, son zorros con cola sin olor, tigres albinos, algo, pero no son palomas.

Hay algo marcial en la manera terrible que tienen las palomas de mirar al sol. Algo circense también, como una pulseada. O mejor dicho: miran por el pico o por las garras como si fuesen a cargarse el huevo solar en una postrera carambola.
Lo cierto es que se le enfrentan como gallos, lo provocan mojando su lóbulo con humedad de ojo de paloma —la peor ofensa del mundo.

Todas las palomas son mecánicas, como se sabe. Son a cuerda, y están programadas como radios portátiles. Son de estructuración sencilla, un chorizo de caña de bambú entre dos alas de papel madera y alambre tejido. Emparedado de aire con aire.

Las palomas, aunque redondas —el planeta se vuelve redondo si lo miras por debajo del culo de la paloma— son satelitales, electrónicas y complejas como el anillo, valga la paradoja.

Si la espias bien, verás que se mean ante la presencia del sol taciturno y rojo de la tarde. Pero no es pis, es aceite. Y donde orinan también defecan, defecan limaduras color chocolate, que se lleva el alba en el pelo con la ternura de un conejo.

Las palomas líderes pasan la noche solas, con las estrellas en el lomo. Lloran como bebitos o como sodomitas entre talleristas. Lloran cara al sol que ya no está y que se llama “calor de la estrella perdida”.

Si apuntas el oído, oirás que no cantan ni gimotean, todo al contrario: rién cual gajos de agua, silban como cuerpos durante el sexo —¿cuerpos de víbora?

Las palomas son altamente eróticas, mecánicas y perfectas como el coito, son coito.

Están de pie como trenes llenos de luz, de pie en la estación que recorre el viento con la frente gacha, pateando.

Vienen a la reja, pisan la flor que sacó el niño a ventilar en la noche, cagan entre las maderas de los juguetes idos, y dejan una pluma atada a un broche.

A veces ladran, sobre todo ladran. En código morse: ladran.

Cuando sangran las hebras del día se rajan como petardos, caen cual brazos que salen de la pose del amor. Caen hacia el cielo como globos muertos o pensamientos muertos. Caen sin resucitar nunca. En esto se parecen a mi más que otros, en que no regresan nunca.

En esta ventana hay una sola paloma. Creo que nunca ha repetido. Las otras la reemplazan cuando tiene frío o está de visita en un galpón.

Todas las palomas han pasado por el perímtero de mis ojos, todas.

O tal vez sea una sola y gigante, mundial y redonda como la conciencia.

La gran paloma mecánica.


Rafael Teicher
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